Por Eloy González
“Asturias, novena provincia andaluza”, comentaba contrariado un miembro de una agrupación local de nuestra ciudad de Gijón la noche del 26-M. Asistíamos como noqueados a la incontestable victoria del socialismo asturiano, más eterno que nunca. El efecto arrastre de la victoria sanchista del 28-A seguía pasando como apisonadora sin frenos por encima de los que no somos de izquierdas.
De los 23 escaños que dan mayoría absoluta en la Junta General del Principado, el PSOE saca 20 y de los 14 concejales para gobernar en solitario en el ayuntamiento de Gijón, el PSOE saca 11… Sin más comentarios.
Uno no se acaba de creer que en una región como Asturias, donde el fatalismo y el pesimismo están instalados desde hace décadas, sí, digo bien, décadas, la gente siga votando mayoritariamente a los que han cronificado esa situación. No se acaba de creer esa locura colectiva que da tranquilidad de ánimo y confianza ciega (en seguir exactamente como estábamos si no, peor). Más despoblación, más fuga de empresas, más subidas de impuestos, más rentas básicas y para completar la fiesta, una posible oficialidad del bable, algo que no existe en la calle.
Pero como todo, siempre hay una causa explicable que aunque no nos guste. Igual que un toro bravo o un tigre o una pantera van a acabar atacando porque lo llevan en el ADN, hay sitios o mejor dicho, la gente de esos sitios, que no pueden ser otra cosa. Asturias no puede ser otra cosa que de izquierdas. Podrá votar alguna vez (ha pasado brevemente) a la derecha pero por cosas de la coyuntura. Será de izquierdas siempre. Y me explico.
Cualquiera que llegue a Asturias y no sepa de qué va el asunto, se dará cuenta con asombro de que la gente sonríe mucho, entabla fácilmente conversación en la barra de un bar con un desconocido (que en medio minuto parece tu amigo del alma) o recoge presta y rauda cualquier cosa que se le caiga a otro al suelo. Otra cosa muy característica es pedir perdón 3 veces (al más puro estilo inglés) por chocarse levemente con alguien y no digamos nada, pelearse por pagar. Muchas veces es cosa perdida querer invitar a alguien. En suma, te inunda rápidamente eso llamado “solidaridad”, que como se repite mucho, es cosa de izquierdas.
Si hablamos de la perspectiva histórica, la cosa está más clara aun. Asturias, foco de los movimientos obreros, de comunismos, de anarquismos, de revueltas, de huelgas, de revoluciones treintacuatroañeras, de volar cámaras santas de catedrales a golpe de dinamita minera etc. Un cóctel nunca mejor dicho, explosivo que sigue latente.
Podemos terminar por el aspecto geográfico-climático, que quieras que no, influye en la gente mucho más de lo que se piensa. Encajonada entre la cordillera y el mar, en Asturias no es raro tener neblinas, lluvias y frescor hasta en verano. Abundan los valles verdes angostos y grandes pendientes (solo el 10% del territorio se puede considerar casi plano), lo que hace que la región sea muy peculiar y característica. De impresionante belleza, sí, pero algo inhóspita. Precisamente esa dureza natural parece que hace a la gente más “solidaria”. Es como tener que luchar contra los elementos, cual Felipe II y la desafortunada Armada.
Ésta puede ser una reseña para explicar brevemente lo que pasa en esta tierra norteña, de paralelo 43. Seguramente no tiene mucho rigor científico pero para éste que escribe, es lo más cercano a la realidad. No nos vamos a sacudir esa “solidaridad” mayoritaria así como así y los que somos igual de “solidarios” pero no somos (ni seremos) nunca de izquierdas, nos toca remar en galeras.
Al menos en la lejana y sureña Andalucía han conseguido desalojar al régimen de los Eres, de los PER, de los juanesguerras y de la madre que los parió. Que les dure mucho tiempo. Aquí seguimos siendo esa novena provincia de todo aquello.