El iglú de cristal

A mí me puede el romanticismo de las auroras boreales y de los iglús de hielo. El misterio de la fuerza energética del sol reflejando su luz desde el otro hemisferio de la tierra es un espectáculo estremecedor. Un juego de luces verdes, rojas, azules y blancas que se acercan, sinuosamente, a las tinieblas en el corazón frío de la Naturaleza es un fenómeno que muchos querrían que fuera un engaño de los sentidos, pero no: es tan inexplicable como real. Muy pocos han tenido la suerte de verlo y, sobre todo, el placer de cerrar los ojos para eternizar el momento en que la luz irrumpe en la oscuridad, como una ironía de la Naturaleza que quiere reírse de los hombres y de su seguridad, para dejarlos sumidos en el desconcierto y la incertidumbre. Tan orgulloso está el hombre de su desarrollo científico y tecnológico que se olvida de que la Naturaleza tiene brotes que escapan a la racionalidad y que solo desde un iglú de cristal se puede descifrar el misterio de la aurora boreal.

Yo no he contemplado la aurora boreal y menos desde un iglú de cristal, pero sí me gusta imaginármela en esta época del año cuando todo el mundo sale angustiado a la caza de auroras boreales y solo se encuentra con las luces artificiales de los árboles de Navidad y de los escaparates de las tiendas y de las calles iluminadas. Y vuelven a casa desencantados y agotados, con la sensación de que la aurora boreal no ha sido más que un engaño de los sentidos. Huir estos días del iglú de cristal, que es la Navidad, es uno de los errores que también cometen los cazadores de auroras boreales de Laponia: los turistas. Los esquimales detectan cuándo se producirá este fenómeno y se encierran en su iglú de hielo, donde la temperatura no baja de los seis grados, mientras en el corazón frío de la Naturaleza la temperatura es de quince grados bajo cero. Más o menos la misma temperatura que ofrece el corazón frío de la sociedad de consumo en estas épocas del año. Los esquimales y los románticos se encierran en el iglú de hielo o de cristal y se aíslan del frío exterior, pero no se pierden el espectáculo misterioso que ofrecen los bosques nevados y la oscuridad más absoluta. Los que han estado en un iglú de cristal aseguran que, llegado el momento, sienten la tentación de sucumbir al plato de salmón ahumado que tienen delante. Pero les puede el romanticismo. Cuando la aurora boreal desaparece, despunta el día y la oscuridad se separa de la luz.

Yo, como los esquimales y los románticos, cada año, desde mi iglú de cristal, cierro los ojos y hago eterno el espectáculo misterioso: cuando la luz irrumpe en la oscuridad en el corazón frío de la sociedad de consumo. Cada año veo despuntar el día escuchando el violoncelo de Pau Casals interpretando El Cant dels Ocells, y me imagino las auroras boreales y los bosques nevados y los iglús de hielo y de cristal. Me puede el romanticismo y lo prefiero al plato de salmón ahumado que tengo delante.

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