Mujeres valientes


“Este hotel tiene los sillones muy rojos, mi color favorito. Y las paredes muy moradas, el color de mi refugio. Que tengas un buen día”.
Eso fue lo único que me dijo. Y yo me quedé con ganas de decirle que deseaba que algo le alegrara la mirada aquella mañana. Siempre me pasa: me ponen muy triste las miradas tristes.

Todo es muy rojo y muy morado, pero tú has recaído. Y, entonces todo pasa a ser negro y huele a casa abandonada, y tú en medio de ese abandono. Y no hay rojo ni morado. Y tienes los ratos de frío en el alma en la soledad de una habitación de hotel. Que puede ser muy roja o muy morada o oler mucho a libro pero que no deja de ser la representación perfecta de la soledad,de las cosas a las que no nos arraigamos, de lo que nos da igual. No hay nada más pasajero que una habitación de hotel. Pero tú sigues creyéndote una valiente. Y sí, probablemente, lo seas.

Y, con tus ojos tristes y tu alma helada, vuelves a aquello de lo que siempre quisiste huir.

Bueno, a lo mejor no siempre, pero sí desde ese momento que tus pulmones pedían un aire diferente y, aunque solo sea por el amor al cigarrillo mañanero, no puedes privar de aire nuevo a tus pulmones. Y, seguramente, te lo digo por experiencia, huir no es la palabra. A lo mejor lo adecuado es decir “alejamiento temporal” pero suena mucho a eufemismo, a divorcio real.

Y estás sola, en una habitación muy roja y con el sonido del mar al fondo, pero echas de menos. Y no hay olor a sandía fría ni el color de los atardeceres de verano.

Y echas de menos unos ojos azules que te miran mientras te confiesan el miedo a morir, y echas de menos un cuerpo débil habitado por el alma más hermosa del mundo, y echas de menos unas piernas gordas y deformadas símbolo de mil victorias. Porque valiente no es solo la joven que grita en la calle contra el sistema, no, valiente de verdad es la señora mayor que se sienta al fresco de verano teniendo a su espalda una vida llena de batallas ganadas y, aún sabiendo, que va a perder la guerra, sigue dejando su alma en cada batalla diaria. Con varices, ojos cansados y miradas tristes; pero en la batalla hay que estar.

Y ahora que se te hace de noche sola, echas de menos que te recuerden que no has de comer tanto cuando vuelves a casa porque siempre que te da por volver a tus michelines les da por volver a salir.
Pero, sobre todo, cuando tu alma huele a quemado, te da por leer libros de mujeres valientes, y de repente te das cuenta, de que vives rodeada de mujeres valientes. Mujeres con miedo a la muerte, con varices y con almas del color del corazón. Mujeres con ojos azules y tristes, con piernas deformadas y almas infinitas. Mujeres que en su vida han cogido un avión, que nunca han salido de su tierra, pero que son infinitamente más valientes que las que recorremos el mundo. Porque lo nuestro ya es mucho más fácil.

Y, ahí, sobre la mesilla está tú libro sobre mujeres valientes. Y, ahí, en tu mundo están esas mujeres valientes.
Y, ojalá, ahí en la calle, pegando al mar, tus ojos hayan sonreído.

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