¿Qué pasó aquel 12 de octubre?


Ya han transcurrido unas semanas desde la celebración del 12 de octubre y quizás sea momento de analizar de forma crítica y, en la medida de lo posible, neutral lo que ocurrió en tan célebre fecha, ensalzada por unos y detestada por otros. Tal y como hemos podido observar a través de los medios de comunicación y las redes sociales, numerosas y antagónicas reacciones han tenido lugar con respecto a la conmemoración de la llegada de Colón al continente americano. En nuestro lado del Atlántico, festejamos el día nacional de España y alabamos esa Hispanidad como un fenómeno que traspasa fronteras y une pueblos y gentes a ambos lados del océano. Sin embargo, allende los mares, muchos aprovechan la ocasión para rendir homenaje a la resistencia indígena que lleva defendiéndose quinientos años del dominio occidental. Ante tal disparidad de opiniones con respecto al 12 de octubre, conviene, por ambas partes, reflexionar sobre lo ocurrido y no caer en la tentación de la crítica o alabanza fáciles y sin fundamento.

Para comenzar, citaré las palabras del geógrafo Jared Diamond en su ya clásica obra Armas, gérmenes y acero en relación a los encuentros entre civilizaciones, como el que tuvo lugar en la isla de Guanahaní el 12 de octubre de 1492: “la historia de las interacciones entre pueblos distintos es lo que configuró el mundo moderno mediante la conquista, las epidemias y el genocidio” (1). En efecto, aunque evitaré el empleo de términos como “genocidio” por su ambiguo y, con frecuencia, politizado significado, el proceso histórico conocido como “conquista de América” no consistió en un hermanamiento pacífico y cordial entre europeos y americanos. No obstante, pocos “encuentros entre civilizaciones” lo son: hoy recordamos con admiración el insigne pasado romano de nuestra tierra; sin embargo, tendemos a olvidar que la romanización se consiguió a través de la eliminación de las estructuras sociales, políticas, etc., de íberos y celtas, además de la total suplantación de su “bárbara” lengua por el “ilustre” latín. Con todo, en absoluto nos remuerde la conciencia al visitar las ruinas de la imperial Tarraco o al leer las obras de Séneca. En el caso de la conquista del Nuevo Mundo, empero, la cosa cambia, ya que aquí hay muchos que sí tienen muy clara su posición a favor de los indígenas y en contra de la invasión europea.

Por tanto, es buen momento para considerar la versión venezolana o nicaragüense del día de la Hispanidad: el día de la Resistencia Indígena. No obstante, ¿quiénes son esos indígenas? Para empezar, este nombre nos conduce a una simplificación extrema de la realidad precolombina y desemboca en una enorme imprecisión histórica. Al hablar de la resistencia indígena, concebimos en nuestras mentes una división entre los pobladores originales de América que se enfrentaron a la conquista y los europeos invasores. Sin embargo, basta conocer un poco sobre las civilizaciones precolombinas para entender que en ningún momento existió una lucha colectiva y unida por parte de todos los indígenas del continente americano. Efectivamente, como afirman los defensores de esta celebración, en América ya existían civilizaciones avanzadas (en muchos aspectos, más que la europea) antes de 1492. En concreto, ya se habían creado vastos imperios con desarrollados sistemas de organización política, económica y social que funcionaban de forma bastante eficaz. Sin embargo, la historia nos enseña que los imperios se forjan con guerras, opresión y violencia. El Imperio español se creó a base del derramamiento de sangre de miles de personas y la imposición de una cultura, idioma y religión sobre otras. De la misma forma, los “indígenas” aztecas e incas sustentaron sus respectivos imperios sobre la esclavitud y opresión de otros tantos miles de personas cuyos pueblos no habían logrado desarrollarse lo suficiente como para hacerles frente. Por tanto, la idea de indígenas contra españoles resulta simplista y, además, falsa. Cabe recordar que Cortés y sus soldados jamás habrían conquistado Tenochtitlán sin la ayuda de los tlaxcaltecas o los otomíes, pueblos “indígenas” que no dudaron en apoyar al español para librarse del yugo de los también “indígenas” aztecas (no obstante, se podrá argumentar sin duda que el remedio fue peor que la enfermedad, pero esa ya es otra cuestión).

Llegados a este punto, conviene hablar de la verdadera historia de los indígenas actuales de América, los cuales parece que son los últimos en intervenir en el que se supone su homenaje. Dejando de lado las condiciones en las que el gobierno colonial español trató a la población autóctona, fruto de enormes controversias y polémicas que no se tratarán en este artículo, cabe destacar que el elemento indígena estuvo ausente de los procesos de independencia y liberación de las naciones americanas y este es un hecho corroborado e innegable. Puede que la administración imperial explotara a los indios en las minas del Potosí, pero los padres de la patria argentina y uruguaya (Fructuoso Rivera, Argentino Roca entre otros) fundaron sus naciones masacrando a los indios charrúas, onas, etc., ya que los consideraron un “obstáculo” para el desarrollo y la modernización de sus países. De la misma manera, aprovecho para hacer alusión al primer país latinoamericano independiente: la República de Haití, en 1804; no obstante, esta fue despreciada e ignorada por los libertadores del resto de América (incluido el famoso Bolívar), pues su independencia la habían logrado los esclavos negros y no los “civilizados” criollos descendientes de europeos. Por tanto, si nuestra intención es defender a los pueblos indígenas, tendremos que ser críticos no solo con la organización imperial española, sino también con las repúblicas independientes surgidas a lo largo del XIX y con los actuales gobiernos latinoamericanos, pues muchos de ellos siguen sin reconocer los derechos de su población originaria.

A modo de conclusión, el objetivo de este artículo no es otro que arrojar un poco de luz sobre el eternamente controvertido episodio de la conquista americana. Como suele pasar en Historia, a diferencia de en las ciencias exactas, no existen respuestas únicas y universalmente aceptadas por todos. Por mucho que se escriba e investigue, cada cual interpretará el 12 de octubre a su modo. Mi intención es incitar a la reflexión del lector antes de denostar y vilipendiar el legado hispánico o de idolatrar y ensalzar el imperio y sus conquistadores. En la Historia no suele haber “buenos” y “malos”, simplemente individuos, colectivos o civilizaciones enteras que se van encontrando y conociendo poco a poco a través de procesos violentos y que con frecuencia implican la destrucción y pérdida de una cultura y su sustitución por otra, aunque siempre permanezca un sustrato que marque la diferencia y mantenga el recuerdo de lo que un día existió. La conquista de América se presenta como dramática y sobrecogedora en muchos aspectos; sin embargo, nuestro mundo es el resultado de aquella fusión de culturas y eso no se puede ni cambiar ni olvidar.

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(1) Armas, gérmenes y acero. Jared Diamond, 2013 (pág. 19). DeBOLS!LLO.

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