Por C.R. Worth
Suena el despertador, y como cada mañana, ella comienza con su torbellino diario; y mientras se ducha, desayuna, hace la cama, se viste… me ignora. Solo nota mi presencia en la casa cuando está a punto de salir, entonces me habla y me dice “casi me olvido de ti”, me agarra, y de un tirón me saca por la puerta.
Las cosas no son como antes, cuando era nuevo en su vida; entonces me trataba con más respeto, me mimaba, y me mostraba con orgullo a todas sus amigas. Siempre estaba preocupada de que algo me fuera a pasar, o que ojos codiciosos se fijaran en mí y me robaran para siempre de su lado. Hoy en día, las cosas han cambiado mucho… para ella soy su acompañante diario, indispensable para su rutina de cada día, y confía en mi capacidad, mi fortaleza, en que no voy a sucumbir con todo lo que ella pone en mi. Es irónico, ya que es María la que a veces tiene ataques de nervios, y encima se enfada cuando me acusa de yo tener en mi posesión algo que ella ha perdido, y con impunidad hasta rebusca en mis bolsillos como si le ocultara algo.
Pero a pesar de eso la amo, y ella no sabe los celos que me causa cuando está invitada a una fiesta y prefiere ir con el “otro”, ¡tan brillante, con tanto estilo! Oh… él tiene más clase, todas lo admiran, pero es pequeñajo, y ¡estoy seguro que todo lo tiene diminuto! Me rebelo ante esa injusticia y lo díscola que es, pero al fin y al cabo María siempre vuelve a mí.
He de ser sincero, no puedo evitar mi preocupación constante, me hago viejo. Ya no soy lo que era, y por qué no decirlo, soy de otra época y hasta pasado de moda. Sé que a ella le gustan los cambios, lo novedoso, y que tarde o temprano me sustituirá por otro… al fin y al cabo nos pasa a todos, es lo que tiene ser un bolso.