Por Lola Cebolla
Pese a la fama de los sevillanos de poseer un carácter extrovertido y abierto, la cohesión y el arraigo a las tradiciones dificultan la adaptación e integración de la población foránea que se instala en la ciudad.
Cualquiera que visite la ciudad se llena de asombro y se encanta, porque Sevilla tiene duende como suelen decir por aquí; embruja y cautiva.
Será por el diseño de la ciudad, por su carácter, una mezcla de culturas judía, árabe y cristiana que forma parte de la vida de la ciudad, de sus monumentos, arquitectura y culinaria. Su nombre es conocido en casi todos los lugares del mundo y este último año ha sido visitada por más de 140,000 turistas. Su riqueza cultural, patrimonial y su identidad la hace inconfundible frente a otras ciudades de Andalucía e impregna todo de una personalidad especial, que se saborea en su culinaria, se siente en su cálido clima, en el aroma a azahar de sus calles en primavera y en sus habitantes, famosos por ser alegres, extrovertidos y cordiales.
Quien pasa por la ciudad percibe un ambiente relajado, aunque en demasiadas ocasiones es confundido con la falta de productividad o de interés por el trabajo y la falta de esfuerzo, nada más lejos de la realidad. Quizás la fama sea por causa de la sagrada siesta, tan necesaria en una buena parte del año, cuando el calor insoportable de las horas centrales del verano, no dan opción para nada más que encerrarse en el lugar más fresco posible y dejar que caiga la noche y con ella una temperatura más soportable para salir a la calle. Al caer la noche, especialmente cuando llega el buen tiempo, las calles se llenan de gente, paseando, llenando bares y terrazas de jóvenes y mayores, de familias con niños revoloteando alrededor de los veladores, entre tapa y tapa, entre una cerveza y un tinto de verano.
Los sevillanos son capaces de tener una calidad de vida envidiada por la mayor parte del mundo. Saber compaginar trabajo y ocio como nadie, es un arte que aquí se aprende desde niños. Es una ciudad donde la fiesta nunca acaba, por un motivo u otro siempre hay algo que celebrar de enero a enero, las festividades y celebraciones se suceden y encadenan. Al finalizar una ya se está preparando la siguiente, cuyos preparativos pueden llevar todo el año. Muchos sevillanos se vuelcan en la organización de una y otra festividad manteniéndose ocupados prácticamente todo el año. Finalizada la Semana Santa la ciudad ya tiene todo listo para la feria de abril, y que casi sin darse cuenta, entre una y otra Cruz de Mayo encuentra el Corpus Christi rozando ya el camino al Rocío a comienzos del verano. Es cuando comienzan las fiestas patronales de los pueblos cercanos y ya está aquí la Velá de Santa Ana en Triana, y así continúa sin cesar hasta el año siguiente, incansable e imparable.
Una ciudad de casi un millón de habitantes donde hay que sumar los miles de turistas que la visitan con una vida social muy intensa entre uno y otro acontecimiento, la cervecita de la tarde, de los viernes al terminar el trabajo, las terrazas llenas todo el año, desde medio día hasta la noche, se dice que Sevilla es una de las ciudades que más cerveza bebe por habitante, y la quinta con más bares.
La calidad de vida en cambio, no es un gran atractivo hasta el punto de recibir población de otras regiones o países. Según los datos del INE no ha crecido de forma considerable en su población. En el año 1991 poseía 700 mil habitantes, aproximadamente el mismo número que reflejaba el censo de 2013. Si bien el área metropolitana ha crecido considerablemente, en relación a ciudades como Madrid, que prácticamente ha triplicado su población, es un crecimiento nulo. La llegada de trabajadores de otras ciudades o países se compensa por la salida de muchos sevillanos que deben buscar oportunidades laborales lejos de sus amigos y familiares, a lo que muchos no están dispuestos ya que la mayoría opina que no existe ciudad mejor en el mundo.
Se puede achacar el problema de la falta de crecimiento demográfico a factores económicos, estudios recientes de la Universidad de Sevilla sobre la integración de la población foránea en la ciudad demuestra que es difícil para ésta crear lazos de amistad y relaciones sociales con la población local. Según este estudio realizado por miembros del grupo de investigación ‘Laboratorio de Redes Personales y Comunidades”, tanto las comunidades con problemas de cohesión social como aquellas con relaciones muy densas y cerradas pueden presentar dificultades para la incorporación y la adaptación psicológica de la población foránea por lo que el ideal de integración se localiza en sociedades con niveles de cohesión intermedios. “Para el extranjero es a veces difícil integrarse en Sevilla porque es una sociedad muy cohesionada, con fuertes tradiciones, que se vale por sí misma y que no necesita incorporar a nadie de fuera, además no es una zona de tránsito donde haya un ir y venir de población extranjera y carece de grandes comunidades de otros países”, comenta la doctora Cachia, responsable por el estudio.
Ejemplos de este estudio pueden encontrarse en cualquier ámbito, barrio o actividad de la ciudad. El espíritu alegre y abierto del que se enorgullecen los sevillanos no es lo que perciben la mayoría de los hombres y mujeres que por causas de trabajo, estudios o familiares comienzan a vivir en esta ciudad.
Ya sea su procedencia española como extranjera, una gran mayoría, tras cinco años conviviendo con la población local no se siente integrado en la sociedad sevillana. Mantienen relaciones principalmente entre los recién llegados y tienen en común amistades con personas que también son extrañas a la ciudad. Gledson de 32 años y Alexandro de 17 son estudiantes y brasileños, sus amigos proceden de distintos países europeos o americanos, los motivos por los que viven en Sevilla son distintos, sin embargo la percepción es común, no comprenden la pasión por una cultura con raíces tan fuertes que los temas de conversación se limitan prácticamente a las fiestas pasadas, presentes y próximas, tampoco el vocabulario usual y común que emplea palabras malsonantes. Los círculos de amistad excesivamente cerrados del mismo modo, hace que entrar en un círculo de amistad real y verdadero parezca misión imposible. Esta percepción es compartida por la leonesa Ana que trabaja en una empresa en el parque tecnológico de la Cartuja, casada con un sevillano y madre de una niña de dos años, tras seis años con los compañeros de trabajo y contactos en la guardería, entre otros, aún no tiene lo que poder considerar una amiga. Julián que proviene de Jerez y estudia audiovisuales en Sevilla durante los tres últimos años comenta que “si no te gusta la Semana Santa, la Feria o el Rocío prácticamente no tienes nada que hacer, no te aceptan, sientes que eres ajeno a este lugar”.
Es común en una empresa ver como los grupos de amistad fundamentalmente lo integran miembros que llegaron a la ciudad por traslados. Raúl, Antonio, Luis, Jesús por ejemplo son de Cáceres, Estepona, Marbella y Málaga, y tan sólo un sevillano Javier, que casualmente pasó toda su adolescencia viajando por diferentes lugares de la geografía española cada verano.
Una apreciación común en las personas que provienen de diferentes lugares tanto de España como del mundo, es la afinidad con diferentes sevillanos que han viajado en numerosas ocasiones o también han vivido fuera de Sevilla. Teresa es sevillana y su marido Gustav es sueco, tras más de 10 años viviendo en Londres, consiguieron el sueño de vivir en Sevilla, en el centro, detrás de la calle San Luis compraron un precioso ático. Un sueño que apenas duró seis años ya que se sentían excluidos de la ciudad. Finalmente decidieron poner la casa en venta y mudarse a Estocolmo sacrificando el sol, el buen comer y la calidad de vida que los trajo hasta aquí. Fátima es marroquí, dejó su empleo en un banco holandés en Rabat hace diez años y hace poco que juró bandera, por fin es española. Es licenciada en administración de empresas aunque ahora tiene en sociedad un bar donde ella se ocupa de la cocina, con una mezcla entre andaluza y marroquí que mucho tiene que ver. Su adaptación le ha resultado sencilla, fue educada sin velo y sin los estrictos dogmas de su religión musulmana. La libertad que posee desde que llegó la mantiene en constante euforia y ganas de compartir alegrías. Para ella la clave quizás está en cómo tratas a la gente y con quien te relacionas. Sus referencias a la hora de comparar lugares es abismal.
Sevilla es una ciudad volcada al turismo, la actividad económica que más empleo e ingresos genera. Sus esfuerzos e inversiones en este sector no cesan. Mima con esmero todos los detalles; un casco histórico sumamente cuidado, seguridad en sus calles, actividades culturales, excelentes restaurantes y bares donde se puede degustar, con una seguridad de prácticamente el cien por cien, una de las mejores comidas del mundo. Lo tiene todo menos el mar para ser perfecta, al menos es lo que los sevillanos opinan y la mayoría de los visitantes que llegan constantemente. Sin embargo algo falla a la hora de volver a ser una ciudad multicultural, donde la apertura que aparenta tener sea una realidad.