Por C.R. Worth
Contaba la leyenda que en ese cementerio estaba enterrado el ser más diabólico que vivió en Bloodville, NY. Había muchas historias relacionadas con Alastar Pickleberry, y todas las maldades que hizo en vida y tras ella… pero nunca se había encontrado su lápida, o registros de la época que confirmaran todos los rumores populares. Pero los habitante de Bloodville, habían relatado esos siniestros episodios generación tras generación, sobre todo en Halloween.
Milton Miller, estudiante graduado del The City University of New York, estaba realizando una prospección arqueológica en el citado cementerio, siguiendo su tesis sobre arqueología forense, centrada en el impacto ecológico y nutrición de la zona en los restos del cementerio.
Iba sacando cadáver tras cadáver y analizándolos hasta que se encontró con una misteriosa losa, ya que el cementerio solía tener las lapidas verticales, pero no una losa sobre el suelo cubriendo la tumba. Ya de por sí el hallazgo era notoriamente diferenciador, pero más lo fue notar que la piedra estaba quebrada y distanciadas las partes una de otra. La segunda sorpresa fue encontrar en las desgastadas letras el nombre del difunto: Alastar Pickleberry 1808 – 1842 con el epitafio “Que Dios se apiade de su alma”. La leyenda tomaba forma real para transformarse en un gran descubrimiento.
Sabiendo las historias populares de ese individuo, ahora había mas preguntas sin respuestas. ¿Qué causó la fractura de la lápida, y porqué los restos estaban separados?, ¿la había partido un rayo fruto de la justicia divina?, ¿estaban sus restos separados por desplazamientos de tierra?, o ¿un enemigo profanó la tumba como venganza post mortem? No podía ser eso, algo no cuadraba. Los siguientes descubrimientos fueron aún más perturbadores. El estudio de la piedra desveló que la losa se había quebrado por un impacto desde debajo de la tierra. No era por un golpe desde la superficie, sino de abajo a arriba.
Era una tarde desapacible, fría, con una gélida ventisca que acercaba los oscuros amenazantes nubarrones, el equipo de Milton trataba de terminar cuanto antes la prospección, antes de que llegara la lluvia, estaban tan cerca de encontrar el cadáver de leyenda… Retiraban capa tras capa de tierra, y los restos putrefactos de la madera del ataúd, que aparentemente estaba astillado.
Fue una gran decepción, no había restos humanos dentro. Era inexplicable. De repente Milton lo comprendió, y la sangre se le heló. Sin saber porqué levantó la mirada hacia los árboles cercanos, una figura lo observaba entre los sotos; vestía de negro con el frac característico de la época victoriana, chaleco de cuello alto, corbata pequeña y pantalones grises ceñidos. Estaba tremendamente pálido, y sus miradas se encontraron. Una malévola sonrisa se dibujó en su rostro mostrando sus colmillos. Se colocó la chistera y desapareció en el bosque.