No sabemos qué será mañana. La incertidumbre nos rodea. La pesadumbre ocupa por completo el espacio que respiramos. Donde el aliento exhalado de la sinrazón infecta el mismo aire, deja tras de sí un predador viscoso y fantasmal alimentándose de los insultos que nos dirigimos. Una cerraina negra y fea encierra un sol de ventana que no abrirá muchas mañanas más. Veo en nuestras fotos grandes ojos exorbitados desmintiendo las sonrisas. Bailamos como dementes la última fiesta. Si quizás esta misma noche u otra cercana, se nos graduase la vida...
O se nos licenciase.
Esto es, pasase de largo la vida.
Quiero que sepas que no creo en el destino.
Pero de quiénes sí creen, ha llegado.
Abrazaré el aire sin emitir respiración. No sabré decirte si lo mismo sintieron nuestros abuelos y bisabuelos, porque a su manera siente cada generación el peso. Me detengo a medio camino de la vida sin ganas de entregarme a ese momento en que otros con la fuerza de la sinrazón me gobiernen. Porque llega, ya llega. El presente es un imperativo. No voy a pasar por esto. Salgo del camino y me adentro hacia los riscos, a buscar mi abrigo en el lugar de las benditas bestias. He visto una lápida escondida dar testimonio, prohibida, en un promontorio; y al pensar que le reclamen he sonreído y he posado con íntimo desprecio, como un vampiro emocional, mi brazo por sobre hombros enemigos. Estoy fuera. Como un retrato destinado al fuego...
Contendré mientras me cuarteo.
El último aliento de hombre libre.
Abriremos fuego con hierros de matar.
Disparos por amor al corazón.
Y sin corazón, aún seré libre.
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*Cerraina: cerrazón y oscuridad del cielo a media tarde que anuncia tormenta.