Noviembre 2014
¿Tiene la Literatura entidad ideológica o sexual?
Llevo mucho tiempo reflexionando sobre este tema, y hace un par de días,
me acordé de Luis Rosales, ese gran maestro y poeta olvidado, fiel amigo
de otro gran maestro, Federico, al cual el autor de La Casa Encendida, poco
debe “envidiar” (En 1937, el poeta de lo cotidiano, Rosales, publica
en el diario Patria de Granada, el poema «La voz de los muertos»,
probablemente uno de los más importantes escritos durante la guerra
civil, elegía a todas las víctimas de ambos bandos, en el que quedan fuera
cualquier expresión de triunfalismo o exaltación) encasillado y destinado
a un baúl de los recuerdos, triste y penosamente, por parte de esa izquierda
que cree estar en posesión de la verdad absoluta, por el simple hecho de
pertenecer al otro “bando”. La literatura no pertenece a ninguna fantasía
ideológica o idiotez sexual, pertenece a su creador, la literatura simplemente es
universal, a pesar de los pesares de esos “intelectuales” de hoy mal llamados
progresistas, cuando en realidad están disfrazados en trajes delirantes de un
neofascismo populista como arrogantes unicornios invisibles.
Conocí al autor de Abril (1935) a mis 17 años, “enamorándome” intensamente
de esos versos tan libres e inmensamente individuales, llenos de amor
invencible, y hoy ya han pasado más de 27 años, y aún sigo sintiendo la
misma turbación vibrante al recordar esos composiciones vanguardistas,
claras, humildes, evidentes y cotidianas, y al venir él de nuevo a mi memoria,
vuelvo a sentir que lo que prevalece en la literatura es la libertad del
individuo, la persona, sin importar si está a la izquierda o la derecha, sin
importar a cual “maldito” bando perteneció, sin la discriminación de ser
heterosexual, gay, blanco o negro, etc. La literatura, la poesía, la prosa, no
es ni debe ser partidista, porque de lo contrario nos induciría al sectarismo. A
nadie ni a mí, le deben afectar los bandos y con quién “leches” te acuestes,
lo que debe imperar es el arte y las emociones que te produce el hecho de
leer. Luis Rosales, ha sido, es aún, y será un gran maestro literario entre las
maravillas de nuestros genios.
Y junto a esa determinación imparcial e injusta de esos “literatos” megas,
hipers y chupis progresistas, he llegado a leer “barbaridades” tales como que
San Juan de la Cruz y Santa Teresa de Jesús eran, respectivamente homosexual y
lesbiana, pero lo más extraño –a estas alturas de la vida, sencillamente, no me
debería extrañar ya nada de esta “troupe”- es que estas afirmaciones proceden
de un filólogo hispánico, y joven, perteneciente a esa rama de “cuotas floreros”
del socialismo español. Y se queda tan ancho y tan pancho. ¿Dónde están las
fuentes? Y en el caso que fuese verdad, qué? Por el simple hecho de tener
una u otra orientación sexual, ya eres “lo más-in-divino”? Tanta obsesión y
victimismo me cansan, pero me cansan demasiado, y lo curioso es que estas
“cosas” no me escandalizan, simplemente, me producen bochorno ajeno. No
soporto en la cuarentena que he pasado estas imbecilidades; no soy amigo del
sectarismo y el totalitarismo del incansable progresismo. Amo la libertad, y en
mayúsculas.
Tan solo me quedo con las palabras de D. Luis, Premio Nacional de
Poesía 1951 y Premio Cervantes 1982, entre otros: "No he creído ni volveré
a creer en la política, no he creído ni volverá a creer en la sociedad, solo
creeré en las amistades" (a raíz de la muerte de Lorca).
Lo que siempre queda es el arte, y eso es lo que verdaderamente importa, lo que prevalece es el individuo, su libertad individual. Lo demás, son imbecilidades inventadas por esa ideología arcaica.
Me volverán a clasificar como un fascista, neoliberal, ultraliberal, homófobo, sodomita y católico,- sigan inventándose “basura”-, pero yo volveré a reírme, y reírme, y siempre, siempre, seguiré riéndome, condescendientemente, porque frente a la manada me elevo como un Individuo libre, una persona, ni más ni menos.
Como el náufrago metódico que contase las olas
que faltan para morir,
y las contase, y las volviese a contar, para evitar
errores, hasta la última,
hasta aquella que tiene la estatura de un niño
y le besa y le cubre la frente,
así he vivido yo con una vaga prudencia de
caballo de cartón en el baño,
sabiendo que jamás me he equivocado en nada,
sino en las cosas que yo más quería.