“En esa época, no había mujeres sobre la Tierra, sino sólo los hombres, a quienes Prometeo había modelado. Los dioses proyectaron crear una mujer, tan hermosa que los hombres creyeran que sólo podía proporcionarles alegrías...
Desde luego, los dioses podían superar la obra hecha por Prometeo al crear al hombre. Vulcano (Hefesto) modeló en barro la figura de una virgen, y Júpiter (Zeus) le dio el hábito de la vida. Luego, todos los demás dioses agregaron algo a su hechizo: Venus (Afrodita) le dio su belleza y su encanto; Juno (Hera), su dulzura y su dignidad femeninas; Mercurio (Hermes) la dotó de un habla suave y palabras zalameras; y las Musas le enseñaron a entonar dulces canciones. Los propios dioses no pudieron dejar de amar a la doncella, a quien llamaron Pandora, que significa “la que tiene todos los dones”.
Antes de que abandonara a los inmortales, pusieron en manos de Pandora una cajita de oro primorosamente labrada, pero le prohibieron que la abriera jamás para ver qué había dentro. La doncella aceptó de buena gana el precioso regalo, porque se sentía feliz de llevar a su flamante morada terrestre aquel obsequio de los dioses.
Pandora partió en busca de Epimeteo, que había ido a vivir entre los mortales. Los dioses le habían elegido a éste por marido, porque sabían que no era suficientemente sabio para ver el futuro, como su hermano Prometeo. Y Epimeteo no dudó.
Pandora se mostró muy satisfecha en la Tierra. No sentía nostalgia de los palacios de los dioses, ahora que tenía su propio hogar. Naturalmente no había olvidado la grandeza del Olimpo y trató de embellecer todo lo posible la morada de Epimeteo. Pero no podía adornarla con ningún objeto terrestre tan bello como la caja que le habían dado los dioses.
La muchacha tenía poco que hacer durante el día, salvo pensar en ese tesoro. No tenía que trabajar y se aburría cuando Epimeteo se iba.
Un día, cuando estaba sola, se le ocurrió la idea de levantar la tapa de la caja para echar una miradita al contenido. No podía ocurrir nada malo, si volvía a cerrar la caja con rapidez, sin tocar lo que hubiera dentro. Fue un momento emocionante. Con trémulos dedos la muchacha logró abrir el diminuto resorte. Al hacerlo, oyó dentro un murmullo semejante al de miles de zumbantes insectos. Se llevó las manos al rostro, cuando unas suaves alas invisibles le rodearon las mejillas. Pero cuando levantó realmente la tapa, descubrió que la caja estaba vacía.
Pandora se enfureció. Le pareció que los dioses se habían burlado de ella. Cuando entró, poco después, su marido, ella le confesó que había abierto la caja y agregó, desdeñadamente:
-¿De qué sirve una caja vacía?
También Epimeteo se enojó porque vio que su esposa había sido muy imprudente. La culpó de desobediencia a los dioses y ambos tuvieron, por primera vez, una violenta discusión.
Entonces la infortunada pareja descubrió lo peor: la caja no había estado vacía. De ella habían escapado miles de espíritus horribles, que ahora estaban rondando por toda la casa y se lanzaban al mundo por las ventanas. Eran los espíritus del mal, de las palabras duras como las de la discusión que tuvieron Epimeteo y Pandora, de la incomprensión, del dolor, de las enfermedades, y de cosas futuras más espantosas aún. En esa forma, los dioses se habían vengado de la especie humana, por haber aceptado ésta el don del fuego.
Pero después de todos esos espíritus malignos, que escaparon de la caja de Pandora, aún quedaba uno, el último en salir: era la esperanza. Júpiter, apiadado, la había dado al mundo, en medio de todos sus dolores, para que la vida no se volviera insoportable. Y la esperanza llevó la paz y el consuelo a los corazones de Epimeteo y Pandora y ayuda aún a los hombres a soportar sus desdichas.”
Desde luego, los dioses podían superar la obra hecha por Prometeo al crear al hombre. Vulcano (Hefesto) modeló en barro la figura de una virgen, y Júpiter (Zeus) le dio el hábito de la vida. Luego, todos los demás dioses agregaron algo a su hechizo: Venus (Afrodita) le dio su belleza y su encanto; Juno (Hera), su dulzura y su dignidad femeninas; Mercurio (Hermes) la dotó de un habla suave y palabras zalameras; y las Musas le enseñaron a entonar dulces canciones. Los propios dioses no pudieron dejar de amar a la doncella, a quien llamaron Pandora, que significa “la que tiene todos los dones”.
Antes de que abandonara a los inmortales, pusieron en manos de Pandora una cajita de oro primorosamente labrada, pero le prohibieron que la abriera jamás para ver qué había dentro. La doncella aceptó de buena gana el precioso regalo, porque se sentía feliz de llevar a su flamante morada terrestre aquel obsequio de los dioses.
Pandora partió en busca de Epimeteo, que había ido a vivir entre los mortales. Los dioses le habían elegido a éste por marido, porque sabían que no era suficientemente sabio para ver el futuro, como su hermano Prometeo. Y Epimeteo no dudó.
Pandora se mostró muy satisfecha en la Tierra. No sentía nostalgia de los palacios de los dioses, ahora que tenía su propio hogar. Naturalmente no había olvidado la grandeza del Olimpo y trató de embellecer todo lo posible la morada de Epimeteo. Pero no podía adornarla con ningún objeto terrestre tan bello como la caja que le habían dado los dioses.
La muchacha tenía poco que hacer durante el día, salvo pensar en ese tesoro. No tenía que trabajar y se aburría cuando Epimeteo se iba.
Un día, cuando estaba sola, se le ocurrió la idea de levantar la tapa de la caja para echar una miradita al contenido. No podía ocurrir nada malo, si volvía a cerrar la caja con rapidez, sin tocar lo que hubiera dentro. Fue un momento emocionante. Con trémulos dedos la muchacha logró abrir el diminuto resorte. Al hacerlo, oyó dentro un murmullo semejante al de miles de zumbantes insectos. Se llevó las manos al rostro, cuando unas suaves alas invisibles le rodearon las mejillas. Pero cuando levantó realmente la tapa, descubrió que la caja estaba vacía.
Pandora se enfureció. Le pareció que los dioses se habían burlado de ella. Cuando entró, poco después, su marido, ella le confesó que había abierto la caja y agregó, desdeñadamente:
-¿De qué sirve una caja vacía?
También Epimeteo se enojó porque vio que su esposa había sido muy imprudente. La culpó de desobediencia a los dioses y ambos tuvieron, por primera vez, una violenta discusión.
Entonces la infortunada pareja descubrió lo peor: la caja no había estado vacía. De ella habían escapado miles de espíritus horribles, que ahora estaban rondando por toda la casa y se lanzaban al mundo por las ventanas. Eran los espíritus del mal, de las palabras duras como las de la discusión que tuvieron Epimeteo y Pandora, de la incomprensión, del dolor, de las enfermedades, y de cosas futuras más espantosas aún. En esa forma, los dioses se habían vengado de la especie humana, por haber aceptado ésta el don del fuego.
Pero después de todos esos espíritus malignos, que escaparon de la caja de Pandora, aún quedaba uno, el último en salir: era la esperanza. Júpiter, apiadado, la había dado al mundo, en medio de todos sus dolores, para que la vida no se volviera insoportable. Y la esperanza llevó la paz y el consuelo a los corazones de Epimeteo y Pandora y ayuda aún a los hombres a soportar sus desdichas.”