El paraíso perdido: Sevilla
Gustavo Adolfo Bécquer nació en Sevilla el miércoles 17 de febrero de 1836, en el número 9 de la calle Ancha de San Lorenzo (actual Conde de Barajas), en una casa que en la actualidad no existe. Fue bautizado el jueves 25 del mismo mes en la parroquia de San Lorenzo Mártir, oficiando de madrina Manuela Monnehay, hija de un perfumista francés instalado en Sevilla y discípula del padre pintor del poeta.
Los Bécquer, nobles flamencos, llegaron a Sevilla a finales del siglo XVI para comerciar, y pronto alcanzaron una próspera situación entre las familias sevillanas más altas, con capilla propia en la catedral hispalense.
El padre, don José Domínguez Bécquer, pintor de costumbres, casó con doña Joaquina de la Bastida y Vargas, y de este matrimonio nacieron ocho hijos. Don José tuvo éxito pintando para los ingleses viajeros que compraban entusiasmados sus cuadros costumbristas, lo que le permitió mantener holgadamente a su familia.
La infancia del poeta fue dichosa hasta los cinco años, en que murió su padre. Después, a los once, moriría su madre, mientras el niño estudiaba para marino en el colegio de San Telmo en condición de pobre pero de familia noble.
Protegido por su madrina y por su tío Joaquín Domínguez Becquer, importante pintor sevillano, el poeta aprende pintura y humanidades y estrecha relaciones en especial con su hermano Valeriano, que andando el tiempo se convertirá en importante pintor y protegera al poeta en momentos difíciles. Progresa el niño rápidamente, como demuestra su Oda a la muerte de don Alberto Lista, escrita en 1848.
En 1853, Bécquer es ya un joven poeta que publica versos en revistas y periódicos locales, y que conoce a otros incipientes escritores que han de tener importancia en su vida, como Narciso Campillo, futuro editor póstumo de sus obras, o Julio Nombela, autor de unas importantes memorias que reconstruyen gran parte del periplo vital becqueriano. Los tres poetas forman una sociedad literaria y recogen sus poemas con la ilusión de publicarlos en Madrid y alcanzar fama.
Su educación literaria, dirigida en el Instituto sevillano por Francisco Rodríguez Zapata, discípulo del gran ilustrado Alberto Lista, es clasicista, con especial aprecio a los poetas latinos y españoles del Siglo de Oro, en especial, Fray Luis de León, Herrera o Rioja. A la búsqueda del ritmo musical, de la expresión ajustada y noble, se une una inclinación prerromántica hacia lo sublime: la emoción ante la noche, la muerte, la fragilidad humana, etc., tal y como habían cantado Young, Rousseau o Chateaubriand.
La familia Bécquer, en arte y en política, se identifica con la Sevilla conservadora. Así, mientras en Madrid, en 1854, triunfa la intentona liberal-popular de O'Donnell, la «Vicalvarada», el poeta exhibe su espíritu satírico frente a la revolución en unos dibujos que se conservan en un álbum denominado Los Contrastes, o Álbum de la Revolución de Julio de 1854, por un Patriota. Un retrato de 1853 nos muestra al Bécquer de gusto clásico, fino y esmerado.
El sueño madrileño
El romanticismo lo invade todo, y pronto Gustavo Adolfo se deja ganar por el sueño de conquistar gloria y fortuna en Madrid. Abandona Sevilla y, con la ayuda de su tío, llega a la Corte en octubre de 1854. Nombela lo espera, y Campillo ha de llegar en breve. El primero da detalles de la lóbrega pensión en que ha de hospedarse, donde, en cambio, la patrona doña Soledad, andaluza así mismo, lo protegerá.
Hasta 1860, en que gracias a otro de sus grandes amigos y editores de su obra póstuma, Rodríguez Correa, le consiga un empleo fijo de redactor en un gran periódico centrista español, El Contemporáneo, Bécquer conocerá las privaciones y la forzosa bohemia que han sufrido la mayoría de escritores en España. Para ganar el pan tuvo que hacer de todo: biografías de políticos a destajo, traducciones, chupatintas en una oficina pública, dibujos, zarzuelas, etc.
La estética becqueriana, formada de un cierto clasicismo entreverado de romanticismo medievalista, encontrará en Madrid un nuevo ambiente poético del que saldrán, finalmente, las Rimas becquerianas. El romanticismo desarrolla una faceta desatendida anteriormente: la intimista, y se concentra en las verdades del corazón a través del poema breve, directo, o de la balada germánica, imaginativa y sugerente. Interesan ahora el Byron de las Hebrew Melodies, o el Heine del Intermezzo a través de la importante traducción que Eulogio Florentino Sanz realiza en 1857 en la revista El Museo Universal.
En 1857 emprende una obra importante, la Historia de los Templos de España. Se trataba, siguiendo a Chateaubriand, de estudiar el arte cristiano español uniendo el pensamiento religioso, la arquitectura y la historia: «La tradición religiosa es el eje de diamante sobre el que gira nuestro pasado. Estudiar el templo, manifestación visible de la primera, para hacer en un sólo libro la síntesis del segundo: he aquí nuestro propósito.» El proyecto, inacabado pero que reunió a grandes especialistas, muestra las dotes organizativas del poeta «soñador».
Para ganar algún dinero el poeta escribe, en colaboración con sus amigos, comedias y zarzuelas como La novia y el pantalón (1856), en que satiriza el ambiente burgués y antiartístico que le rodea; o, entre otras, La venta encantada, basada en el Quijote.
En 1858, cansado y debilitado por el trabajo y las penurias, cae el poeta gravemente enfermo. Le asisten su hermano Valeriano y su amigo Rodríguez Correa, quien, para encontrar recursos, rebusca entre los papeles de Gustavo Adolfo y encuentra la primera de las leyendas publicadas, El caudillo de las manos rojas, de ambiente hindú y de un exotismo orientalista bastante nuevo en España.
El amor y las primeras rimas
Las tertulias artísticas en lugares públicos (cafés) o privados (casas particulares) proliferaron extraordinariamente en el siglo XIX. Don Joaquín Espín, maestro director de la Universidad Central, profesor de solfeo en el Conservatorio y organista de la capilla real, protegido de Narváez y bien introducido en palacio, tenía dos hijas, Julia y Josefina, y daba alguna tertulia musical en su domicilio.
Julia, nacida en 1838, soñaba con llegar a ser una cantante de ópera famosa, como su tía bisabuela materna Colbrand, primera esposa de Rossini. En 1856 había cantado ante los reyes, estudio en el extranjero, actuó en La Scala de Milan en 1867 y en Rusia en 1869. En 1873, dos años después de muerto el poeta, casó con Benigno Ortega, que llegaría a ministro de la Gobernación.
De Josefina se sabe poco. Tenía los ojos azules (Julia, negros), y según Rafael Montesinos las primeras rimas becquerianas manifiestan un posible galanteo con la hermana de Julia.
Bécquer, que aún no era famoso, y sus amigos, todos jóvenes, acudían a la tertulia de los Espín. El poeta leía sus versos y manifestaba sus excelentes dotes musicales. Para todos era evidente su inclinación hacia Julia, la cual, con aspiraciones más altas, aunque estimaba el arte del poeta, no le consideraba un partido adecuado, y le disgustaba el ambiente bohemio y poco limpio que le rodeaba.
Jesús Rubio ha editado los dos álbumes de Julia, con textos y dibujos del poeta dedicados a su musa, a la que no olvidaría nunca y a la que dedicó una parte importante de sus rimas.
Periodismo, política y boda
De 1858 a 1863, la Unión Liberal de O'Donnell gobierna España. En 1860, González Bravo, personaje importante de la oposición conservadora de Narváez, con el apoyo del financiero Salamanca, fundan El Contemporáneo, dirigido por José Luis Albareda y en el participan redactores de la importancia de Valera. Rodríguez Correa, ya redactor del nuevo diario, consigue que entre Bécquer. Se trata de hacer oír al voz del ala liberal del partido moderado. En este periódico el poeta hará de todo: crónica de salones, política, literatura... Desaparece El Contemporáneo en 1865.
Y de repente, ante la extrañeza de sus amigos, el poeta se casa en 1861 con Casta Esteban y Navarro. La había conocido en la consulta de su padre, a la que Bécquer acudía para tratarse de una enfermedad venérea contraída en sus años bohemios.
Son años fructíferos en los que el poeta publica la mayoría de sus rimas y leyendas y se hace un nombre, además de poder mantener una familia con hijos. Pero en la intimidad de sus escritos el poeta se duele del fin de sus ilusiones. A su ascenso artístico y social (protegido del ministro conservador González Bravo, que lo nombra censor de novelas con un excelente sueldo; director de importantes revistas y periódicos, etc.) le acompaña un aburguesamiento paralelo al de la sociedad madrileña postromántica, realista y poco sensible.
Veruela
Su quebrantada salud necesita un descanso, y por consejo de su íntimo amigo Ferrán, autor de cantares, con su familia y acompañado de su hermano Valeriano, recientemente separado de su mujer, y de los hijos de éste, se retira en 1864 al Monasterio de Veruela, monasterio cisterciense desamortizado y en el que haya instalada una hospedería en las antiguas celdas. Desde allí remitirá al periodico sus famosas cartas Desde mi celda, en las que, además de hacer reportajes sobre tipos y paisajes, hace un repaso de su vida pasada y actual, marcada por un profundo desencanto.
Revolución y destierro. El primer manuscrito de las rimas
1868 será un mal año para el poeta. Casta le es infiel y Gustavo se separa de ella quedando los dos hijos a su cargo. Perderá, con la revolución liberal, su puesto oficial, al tiempo que cae el ministro, protector y admirador de Bécquer Luis González Bravo, quien le había pedido que reuniese sus poesías para publicarlas a su costa. Así lo hizo el poeta, organizando sus rimas en el primer manuscrito del Libro de los gorriones, con prólogo del ministro.
Pero en los disturbios de la revolución el palacio de González Bravo fue asaltado por la muchedumbre y el manuscrito se perdió.
En Toledo, los hermanos Bécquer, con sus hijos, se refugiaron hasta que amainase el vendaval revolucionario.
Muerte de los hermanos Bécquer. Publicación de las Obras Completas
Volvieron en 1870, a un hotelito en las Ventas llamado La Quinta del Espíritu Santo. Convencieron a Eduardo Gasset para que fundase La Ilustración de Madrid, en la que el poeta sería el director y Valeriano dibujante. Colaboran estrechamente ambos hermanos en multitud de dibujos con texto, hasta que el 23 de septiembre de 1870 muere Valeriano. Rodríguez Correa, que ha prosperado mucho, se lleva al poeta y los hijos a un lujoso piso en la calle Claudio Coello, en el barrio de Salamanca.
Pero el poeta ya no resiste el golpe. Mientras agoniza, pide a Ferrán que queme sus cartas («serían mi deshonra»), que publiquen su obra («Si es posible, publicad mis versos. Tengo el presentimiento de que muerto seré más y mejor conocido que vivo») y que cuiden de sus niños. Murió a las diez de la mañana, después de pronunciar las terribles palabras, reveladoras del desencanto que le embarga, «Todo mortal». En Sevilla había eclipse total de sol.
Inmediatamente, los amigos, especialmente Ferrán y Correa, iniciaron los trabajos para editar y financiar la publicación de las Obras Completas del malogrado amigo, que en sucesivas ediciones fueron incorporando la mayoría de los textos que hoy conocemos del poeta, afortunadamente salvados del olvido.