Una credulidad más, el independentismo catalán


El problema no es el independentismo; es el fracaso de la educación, que no ha sido (en el marco de una democracia estable) capaz de transformar la masa social.

El hombre es crédulo; la masa, a no ser que se le eduque la inteligencia, se cree el "relato" que le cuenten. Cierto, es difícil vivir fuera de toda "narrativa".

Durante siglos el "relato" por excelencia fue el cristianismo. Era "relato" (mejor, era "mega relato": en él cupieron otros muchos "micro relatos"); pero su narrativa tenía argumentos meritoriamente humanizantes; otros no lo eran.

Amortizado el "relato" cristiano, ninguno de los actualmente vigentes es capaz de llenar su "hueco". Ha resultado incierta la Ilustración: la ausencia de Dios no ha favorecido la presencia directriz de la Razón. El siglo diecinueve y veinte fueron terribles.

Como la gente, después del agotamiento del cristianismo, no tiene nada "interesante" en qué "creer" ni tampoco educada la inteligencia para poder vivir sin "creer", se "cree" cualquier cosa, incluido el nacionalismo independentista catalán. La ignorancia colectiva es tanta que no se sabe que un nacionalismo detonó la Segunda Guerra Mundial.

Además, ¿dónde está la minoría selecta de esta sociedad? Si la hay, no se siente éticamente comprometida con la masa de este tiempo. Es egoísta; o cobarde.

El enanismo de estos políticos es el doloroso retrato de esta masa. Entre esta masa catalana, que es convencidamente independentista, y la masa de hace setenta años, que era convencidamente franquista, no hay diferencia cualitativa alguna. La credulidad de una masa a la que no se le ha educado la inteligencia, es la misma.

Me dan pena esos adolescentes y jóvenes universitarios que han cambiado las aulas por las barricadas. Están, en plena democracia, adoctrinados. Son lamentables esos políticos que los incitan a atender antes a los altercados callejeros que a los estudios, y que en las clases los ideologizan en lugar de hacerlos inteligentes.

Seguimos viviendo en tiempos de oscuras supersticiones. Estamos a la espera de nuevas fundaciones: de la Jerusalén, de la Atenas y de la Roma, de esta nueva Era.

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