Quini, ese paisano


No quisiera que estas líneas sonaran horteras, cursis o de lágrima fácil. Odio y huyo de eso. Pero no he querido dejar pasar la ocasión sin escribir algo sobre Quini, que ya sabemos que las palabras (habladas) se las lleva el viento pero las escritas, se quedan.

Murió Quini, así de repente y sin avisar. No le avisó ni a él mismo, cuando se disponía a llegar a casa y salir a tomar un café con su mujer. La vida o mejor dicho, la muerte, es así. Llega cuando llega. Para todos los demás en el mundo, en España, en Asturias y en Gijón sobre todo, se nos congeló el alma y nos salió en la cara un gesto de incredulidad, de ver que hasta los inmortales también mueren.

Quini o Enrique de Castro (no Castro) González, era de esa raza de inmortales, de los que crees que siempre estarán ahí, iluminando con su presencia hasta que, como mortales que son, desaparecen un día. No olvidemos nunca el latinismo “memento mori” (recuerda que vas a morir).

Quini tuvo la suerte de ser un fenómeno en lo suyo, o sea, jugar al fútbol y marcar goles. Un auténtico fenómeno que trascendía del hecho de marcarlos. Yo de niño, con 11-12 años, tuve la suerte de verlo en directo en el Molinón cada domingo. La suerte de verlo en los mejores años del Sporting, del subcampeonato del 79 por ej., junto a otros jugadores míticos como Ferrero, Mesa, Doria, Cundi, Redondo o Joaquín. Cuando Quini marcaba se instalaba la magia en el estadio. De ahí que le llamáramos brujo. No pasaba con ningún otro jugador.

Y esa magia no era solo por su capacidad de anticipación, de regate o de volear a gol (como la foto icónica contra el Rayo Vallecano, que no acabó en gol). Era también por su carisma, su mirada, su sonrisa o su voz que desprendían una calidez, humanidad, nobleza y cercanía que hacían derribar montañas. Su carisma, eso que ni se compra ni se adquiere con el tiempo. Se nace con eso o no. Pero luego está lo de ser asturiano, no uno cualquiera, ser asturiano de los pies a la cabeza, por ser un “paisano”.

Si no están muy familiarizados con el microcosmos de Asturias, decimos mucho eso de “paisano”. Se puede decir de un señor de cierta edad pero también del que es como Quini, que por suerte en Asturias, abundan mucho. Aquí hay muchos quinis y seguramente no nos sorprende tanto el asunto. En mi edificio puede haber un par de quinis que nunca jugaron a fútbol.

Está muy bien que todos le reconozcan esos valores al futbolista fallecido pero realmente deberían saber que es un producto de la tierra asturiana. Cuando te has criado en Asturias, te vas durante muchos años y luego vuelves (como mi caso), es cuando más te das cuenta de esa circunstancia y más aun la valoras porque tienes elementos de comparación.

En un programa de la televisión regional de Asturias, la TPA, el entrevistador le preguntó: oye, Quini y tú que naciste en Oviedo, te criaste en Avilés y jugaste en el Sporting, ¿de dónde te sientes? Respondió sin dudar: “asturiano por los 4 costados” y ya quedó todo claro, o sea, un paisano.

Él mismo no entendía su propia condición cuando llegó a afirmar a veces pienso: ¿cómo es posible que yo, que no soy nadie, llegara tan lejos y la gente me quiera tanto?. Nada como esa frase suya para definirse: un paisano asturiano, que es lo mejor que te pueden decir.

Enrique de Castro González (Oviedo 1949, Gijón 2018) DEP

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