La digitalización en la educación de los últimos años


Por Pedro Jaén


La digitalización en la educación se creía que se basaba en agolpar pizarras electrónicas mientras la pintura de las paredes se caía de la humedad.
Partamos de una premisa: educar es conducir y llevar por un camino y no por otro, pero también –sobre todo- es encender aficiones y gustos que el alumno no conocía, despertar dentro de él intereses vitales que le muevan a ser una mejor persona en definitiva.

A partir de ahí, todo lo demás debe estar al servicio de la libertad educativa: la única forma legítima de enseñar, ya que en este mundo los chicos reciben potenciales formas de adoctrinamiento por doquier, sobre todo en la televisión e Internet.

Y aquí está una de las claves: el aula, ese lugar donde física y realmente se da el encuentro entre profesor y alumnos, adquiere una gran importancia. Es el lugar donde el docente debe ganarse el crédito, el respeto y la admiración de sus alumnos y les crea, a fuego lento, la capacidad crítica de dirimir entre el contenido digital útil, académico y formador, y el otro engañoso, de fuente dudosa y con otros fines.

Transmitir conocimiento para forjar ciudadanos libres que piensen por sí mismos. Y entre tanta telaraña de falsedades, intenciones adoctrinadoras y oscuras de medios, etc., el que logre la verdadera libertad, en estos tiempos será ciertamente más poderoso.

Educar para el futuro no es usar la tecnología per se, hay algo más.

Hemos pasado recientemente una etapa en la que se agolpaban en los centros de educación las pizarras electrónicas en cuartos mientras la pintura de las paredes se caían de la humedad o no funcionaban las estufas. Y sigue habiendo mucho esnobista que cree que lo digital es bueno per se.

Peor fue cuando centros privados siguieron el mismo juego y vendieron también lo digital como la clave de la mejora, sin tener en cuenta a la pieza clave y estrella en ese proceso: el profesor.

El mejor profesor con la pizarra digital será aquél al que le encante ese medio. Porque –no lo olvidemos- es un medio. Y ciertamente conectará con los alumnos quizá más fácilmente por la ausencia de brecha en ese sentido.

Pero el profesor de cincuenta años que sigue enamorado de su profesión y que, sin embargo, no hace uso de nuevas tecnologías, podrá conectar de otro modo con sus alumnos. La admiración que engancha a los alumnos a su profesor no va por wifi ni bluetooth. Diríase que surge del momento en el que el alumno desea ‘ser como su profesor’ cuando sea mayor. Feliz con lo que hace. Nada menos.

Piensen también en el rol de los padres en todo esto. Simple y llanamente quieren información. En el momento en que un centro juega a la condescendencia de la moda digital con los padres-clientes, ¿qué tipo de padres-educadores crean?

Por ello, la idea que quería transmitir en este espacio -que agradezco de veras al Instituto de Transformación Digital- es que la transversalidad de la comunicación en un centro educativo debe ser llevada a cabo desde el honor, la verdad, el sentido común, pero nunca desde el simple “postureo”.

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