El calcetín navideño


Era un invierno particularmente frío, en el que era necesario mantener la chimenea constante encendida, lo cual le daba al hogar en esas Navidades un aspecto muy entrañable, que junto a todas las decoraciones festivas de la estación hacía la casa especialmente acogedora.
Los niños, todavía pequeños e inmersos en la ilusión, contaban los días hasta Navidad, esperando los regalos de Santa Claus y los calcetines colgados de la chimenea rebosantes de regalos y golosinas.
Uno de los pequeños, Malcom, adoraba los chocolates y sus padres siempre se cercioraban de que recibiera una buena cantidad en su calcetín, ya que esos dulces, videojuegos o pequeños cochecitos eran algo fácil con lo que llenarlos.

En la Nochebuena, cuando ya estaban dormidos, sus padres se dirigieron al salón para realizar como cada año ese milagro de la Navidad. Los regalos aparecían debajo del árbol, los calcetines se llenaban, el vaso de leche y las galletas eran engullidos y las zanahorias de los renos mordisqueadas.
Satisfechos se volvieron a la cama, pero olvidaron apagar la chimenea, simplemente la dejaron morir.

A la mañana siguiente Malcom y su hermana pequeña corrieron hasta el salón y con los ojos abiertos de par en par con admiración y sorpresa, vieron todos los regalos; y comprobaron que Santa se había bebido la leche y comido las galletas. Tras abrir todos los paquetes, el chiquillo se dirigió a la chimenea para ver los regalos del calcetín.
«Mamá» gritó a su progenitora. «Creo que Santa tiene intolerancia a la lactosa». ¿Por qué dices eso? Le inquirió su madre. «Porque hay un charco de diarrea delante de la chimenea»

Los padres se miraron entre ellos, ¡los chocolates del calcetín se habían derretido con el calor!

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