El libro

Espero paciente en la estantería, junto a mis hermanos, primos, parientes y afectos. Somos una gran familia y ocupamos una habitación entera en la casa de nuestro lector. Yo tengo suerte, estoy en un lugar privilegiado, a la altura de los ojos, y suavemente a veces roza mi lomo con sus dedos buscando esa lectura preferida.
El orgulloso diccionario se jacta de ser el más consultado, y su prima la enciclopedia, igual.
Son una familia numerosa con muchos volúmenes, aunque para mi gusto, bastante pretenciosa; y se empeña en pavonear de palabras en desuso. Lo siento por ella, la abreviatura y el inglés le están tomando el terreno.

Yo soy más modesto, no soy una herramienta, sino que cuento historias. No «La Historia» con mayúsculas, para eso están otros, y numerosas revistas, sino que soy una colección de relatos.
Espero paciente para tomar vida otra vez, que acaricie mi portada de cuero repujado y las letras doradas de mi título, quiero embelesarlo con el aroma de mis páginas, ese olor que como los buenos vinos y los años de crianza le dan un «bouquet» especial, transportándolo en el tiempo, rescatando memorias cuando acerca su nariz a mí.
La diversidad de mi contenido le hace palpitar de amor: quiso ser el héroe y conquistar el corazón de la dama como su protagonista; en otro relato lloró emocionado con esa historia verdadera que se engancha como anzuelo en el alma y arranca a la superficie lo mejor del ser humano. Estuvo aterrado con monstruos que le quitaron el sueño, no de aquellos de corta y cose, revividos vampiros o zombis, sino monstruos reales, asesinos sádicos que se mezclan en la población sin saber que están ahí, acechando. Rió hasta saltársele las lágrimas con las ocurrencias divertidas de mi autor; y se concienció con pensamientos filosóficos, con silogismos morales. Hay mucho en mis líneas que da que pensar.

Otros libros se van amontonando encima de mí, pero yo sigo paciente para ser rescatado y releído otra vez. Ya son siete veces en los pasados diez años, tenemos una relación especial, hay complicidad cada vez que su mirada da vida a mis letras. Nos hacemos felices mutuamente.

Escucho pasos, se acerca, siento el tacto de sus manos y me arranca de la estantería.

«Esta es lectura obligada. No te decepcionará. Lo leí por primera vez cuando tenía tu edad. Esta es la primera edición, se la compré hace diez años a un coleccionista. El mejor dinero invertido en mi vida». Le dijo el padre al muchacho mientras miraba su tesoro con profundo amor».

 ̶ ¿No me lo puedo, mejor, bajar en pdf para la tablet?

El padre suspiró decepcionado, acarició el libro, lo olió y le dijo: «Una tablet no tiene alma, un libro en papel, sí».

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