¡V.E.R.D.E.!


A nadie le quepa duda, don Felipe ha demostrado que la monarquía española tiene los borbones que le faltan a los Ejecutivos que gobiernan. Ocurrió en aquel 23 de febrero de 1981, con Suárez aún de presidente; ha sucedido el 3 de octubre de 2017.

El mensaje de Su Majestad, que unos han tildado de comedido y otros de bélico –no hay término medio al parecer– ha sido, sin duda, determinante. Determinante porque, a falta de respuestas desde Moncloa, ha sido Zarzuela quien ha puesto la pica en Flandes. Ha sido el Jefe del Estado quien ha dado el primer paso para empezar a terminar con esta flagrante violación constante de las leyes establecidas y juradas por todos aquellos que tienen un deber público en este país. Así que, de nuevo, toca escribir sobre el tedioso conflicto catalán, pero con un hálito de esperanza para nuestra humillada democracia y todos aquellos que, de una u otra forma, la defendemos.

Si algo no me ha sorprendido es que la Casa Real se adelante al presidente español. Esta institución, que parece servir solo para ocupar portadas de sociedad, para visitar países con toda la pompa que ello conlleva y para presidir actos militares, culturales, sociales y benéficos, ha vuelto a dejar muy claro que no está a la sopa boba. Don Felipe ha acudido a la llamada de un pueblo, de unas fuerzas de seguridad y de unos españoles asediados en una Cataluña de una nulidad democrática pasmosa a raíz de la celebración de referendo inconstitucional del uno de octubre (véase mi artículo en la publicación amiga de LETRA LIBRE, XYZ Diario, «Hoy, dos de octubre»), refiriendo un mensaje de calma, de unidad y de seguridad ante quienes están sufriendo en primera persona el efecto llamada de las acciones de los radicales.

Es posible que parezca que don Felipe haya pecado de poco contundente pero, desde luego, lo escuchado no fue el fraternal mensaje navideño con su portal de Belén o su decorado arbolito. Flanqueaba al rey a su izquierda las banderas de España y de Europa; sus palabras, gestualizadas con contundencia, denotaban la firmeza de las acciones que el discurso planteaba. Las medias tintas las dejó para Sánchez, que sería el presidente más pusilánime que España pudiera tener; a Iglesias, que sería el más perdido, y al propio Rajoy: el presidente zen. Nada de guiños, salvo los más directos llamamientos a la tranquilidad a quienes padecen la hispanofobia de los revolucionados independentistas, ya sean civiles, policías nacionales y guardia civiles que permanecen asediados en aquella tierra –hoy hostil, por mucho que algunos aún ensalcen sus bonanzas–.

Muchos, en concreto aquellos favorables al entendimiento –esto es: los que se posicionaron a favor de legalizar la votación del 1O–, criticaron la ausencia de la palabra diálogo, y empezaron a evacuar sus excrementos morales por toda red social posible. Alguno, como el inefable Garzón –otra vez él– gritó, de forma virtual, un ¡¡Viva la república!!, obviando cualquier tipo de memoria histórica al respecto. Porque, cuando les conviene, a los de la Memoria Histórica se les va la memoria. Ya saben, aquello de la rebelión de Companys de 1934 y de la respuesta inapelable del Gobierno republicano de Lerroux.

Y yo, en mi ignorancia, me pregunto. ¿Qué hay que dialogar con quien delinque? Porque si a la fecha de este escrito los autores efectivos de este alzamiento contra la soberanía nacional siguen libertad y, además, hay quienes intentan que se llegue a acuerdo con ellos, ¿qué potestad tiene ninguna administración, ministerio, poder judicial español para que el resto de ciudadanos cumplamos con las obligaciones que, como tales, no son inherentes? Pues don Felipe VI ha sido elocuente:
[…]es responsabilidad de los legítimos poderes del Estado asegurar el orden constitucional y el normal funcionamiento de las instituciones, la vigencia del Estado de Derecho y el autogobierno de Cataluña[…].

Aquí les dejo, para su análisis, el discurso completo:


Ahora que las cosas se han dicho con una claridad deslumbrante por parte del más alto orden, solo queda esperar que el muy despreciable Cerro de Monte [Puigdemont], con su séquito de vividores a costa del mezquino y opresor Estado español proclame la República Democrática de Cataluña que, como toda República Democrática conocida, no será sino una dictadura fasciocomunista encubierta en esa ampulosa y falaz definición. Coma seguida (nada de puntos) la ley y las consecuencias de incumplirlas han de caer tajantes sobre estos. ¿Artículo 155? ¡Pues artículo 155! Si no conocen qué dice este yo se lo facilito:
1. Si una Comunidad Autónoma no cumpliere las obligaciones que la Constitución u otras leyes le impongan, o actuare de forma que atente gravemente al interés general de España, el Gobierno, previo requerimiento al Presidente de la Comunidad Autónoma y, en el caso de no ser atendido, con la aprobación por mayoría absoluta del Senado, podrá adoptar las medidas necesarias para obligar a aquélla al cumplimiento forzoso de dichas obligaciones o para la protección del mencionado interés general.

Mucho se ha escrito en la prensa de aquí y de más allá sobre la reacción a la insurrección del uno de octubre. Muchas mentiras han dañado el honor de quienes han cumplido los mandatos judiciales –Policía Nacional y Guardia Civil– y, a posteriori, están sufriendo el acoso hasta tener que abandonar, con ignominia pública, hoteles y hasta pueblos catalanes. Muchas falsedades se han publicado por medios, entidades y particulares interesados en hacer de Cataluña un país (que no es y nunca ha sido históricamente) mártir. Mucha ha sido la impotencia de ver cómo no se hacía nada por evitar un enfrentamiento civil que, estoy convencido, no se hubiese evitado del todo ni encarcelando a los garantes de esta situación. Mucho se ha lastimado a España, que ahora queda de manera inevitable con una fractura de esas que los médicos dicen fea –en muchos aspectos– cuando no la ven limpia.

Don Felipe VI, rey de España, ha sido definitivo, como lo fue su padre con el golpe de Tejero. Ante la inseguridad, las dudas planteadas y la angustia de los españoles (catalanes o no) constitucionalistas, ha respondido con rotundidad.

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