Carta a mis hijos


Todos tenemos nuestras inquietudes, pero cuando la vida te da la gracia de ser padre, creo que éstas aumentan y llegan a convertirse en auténticas “ladronas” del sueño. En mi caso, doy gracias a Dios por disfrutar de dos varones de 5 y 9 años, de los cuales estoy tremendamente orgulloso y, a la vez, temeroso.
El peso que recae sobre los hombros de un padre es infinito… es una responsabilidad mayor de la que somos capaces de gestionar, porque hay que educarlos en libertad y en valores (dos palabras prostituidas y enfangadas por el actual “pensamiento único”).
Estés en la orilla en la que estés, cuando tienes una edad madura, te desesperas con ciertos acontecimientos, te extrañan algunas circunstancias y todo te parece, en ocasiones, inexplicable. Ante esa desesperación yo recurrí a mi padre… ¿sabéis lo que me contestó? “No puedes cambiar el mundo, pero sí puedes dejar tus semillas en él. Educa a tus hijos en los valores en los que creas firmemente y habrás dejado tu semilla para el futuro. Sobre el resto de personas, no puedes influir”. ¿Entendéis pues, la responsabilidad que recae sobre los padres?
Me siento profundamente preocupado -y avergonzado- porque hemos permitido que toda una generación de personas sin formación y sin valores hayan capitalizado “lo correcto”. Da igual lo que hoy en día digan las personas que han sacrificado su vida por los demás, un presentador de programas de “chumineo” en televisión puede influir más en nuestros jóvenes -a golpe de exclusivas y billetes- que alguien que ha luchado décadas por la vida de sus semejantes. Y así nos va.
Aún peor. No hace mucho, tan solo semanas, asistí a una conferencia en la que un reclutador de profesionales habló de etnias, sexos, opiniones políticas y costumbres de fines de semana… cosas que declaró abiertamente tenían en cuenta a la hora de seleccionar a personas para “personas” -marionetas para negreros, diría yo-, ¡qué triste persona decidiendo sobre el futuro de las empresas y su capital humano! ¡Qué lastre para los profesionales! ¡Cuántos fenómenos de la profesión podría perderse en su tremenda ignorancia acrecentada en una sociedad estúpida!
Ante eso, creo que es obligatorio que dejemos una herencia de valores para que personas así no puedan dirigir el destino de futuras generaciones, y por ello yo quiero esta herencia para mis hijos:
  • Que consista en el respeto.
  • Que consista en la generosidad.
  • Que consista en la libertad.
  • Basada en el liberalismo y en el humanismo.
¡Pero si no pido nada, solo que sean personas! Personas en las que puedas confiar, mirar de frente y las personas que les rodeen siempre tengan la seguridad de su honradez y honestidad.
¿Lo demás? Bueno, eso para los que hablan de “hombres, mujeres y viceversa”.
Como profesional -y creo que algo sé- en áreas relacionadas con el marketing y la comunicación social, de verdad, me siento avergonzado de lo que algunas empresas pretenden. Un joven que no es joven, no vale. No se puede ser joven sin la inquietud de participar en la sociedad, ya sea desde una ONG, desde un partido político o desde un movimiento social.
Y, por supuesto, les formamos en que “marca personal” es sinónimo de “lamida de culo”. Para quien intenta dirigirlos, porque os seguro, y todos lo sabéis, que tenemos nuestra ideología y nuestras opiniones. ¡Qué injusto para ellos! ¡Dejemos que sean libres!
¿A dónde vamos a llegar sin jóvenes con criterio y sin la valentía suficiente para intentar, al menos, jubilarnos a nosotros y mejorar la sociedad? ¿Por qué nos da miedo que tengan inquietud política e incluso ayuden a cambiar la sociedad dentro de estas organizaciones?
Solo puedo decirles a mis hijos, y es el legado que deseo dejarles:
  • Mi trabajo consiste, tan solo, en inculcaros valores, pero las decisiones son vuestras. Ni vuestro equipo de fútbol es el mío, ni lo que yo vote es vuestro voto, ni lo que yo piense es vuestro pensamiento.
  • Seguro que vuestro padre se equivoca, pero tan solo escuchadme. Más sabe el diablo por viejo que por diablo (perdón, por haber tropezado muchas veces, aunque no podré evitar vuestras propias caídas).
  • No os vendáis, la prostitución es más amplia de lo que os cuentan, y afecta a todos los aspectos de la vida, sobre todo afecta al trabajo y a la política.
  • Sed consecuentes y no esperéis recompensa: todos los errores se pagan, y no todos los aciertos tienen premio. Por si no me habéis entendido, hijos, tendréis que hacer cosas difíciles por las que no obtendréis recompensa, eso os hará moralmente fuertes.
  • Repito e insisto: no esperéis recompensas a corto plazo, lo fácil dejadlo para los que no tienen valores. Solo los grandes hombres han entendido esto y conseguido grandes cambios.
  • Los premios son para los que compiten por una meta: la carrera es para quien supera todas las etapas… y son más de las que os podéis imaginar.
  • Nunca abandones a un amigo, pero conoce bien qué es un amigo, que nada tiene que ver con las barras, las juergas y los buenos momentos (hijos, cuántos sufrimientos os vais a llevar con este consejo, pero cuánto os van a enriquecer todas las personas que van a pasar por vuestra vida).
  • Valora y respeta a tus abuelos (un segundo de su vida te dará más que miles de horas con “figuritas” de la “marca personal”).
  • Estudia, estudia duro, trabaja más duro. Así jamás sabrá tu corazón lo que es la envidia, porque ese mal es patrimonio de los vagos.
  • Celebra tus alegrías y llora tus penas: eres humano. El día que dejes de serlo, habrás perdido tu principal patrimonio, y dejarás de saber cómo levantarte cuando te caigas (¡y van a ser tantas!).
  • Honra a tu familia, lo contrario te hará infeliz porque harás infeliz a los demás.
  • Sé agradecido con las personas que van a ayudarte en la vida, empezando por tus padres y tus educadores.
Y así, hijo, hijos míos, siempre podréis mirar a los ojos a las personas. Y lo más importante, podréis mirarlos a vosotros mismos, a vuestra pareja, y a vuestros hijos, si tenéis la suerte de tenerlos.
Me quedan algunos años en los que, creo, me haréis algo de caso. Si solo consigo que leáis esto y lo interioricéis, me sentiré satisfecho: el resto, es trabajo vuestro, y os lo tenéis que ganar.

Vuestro padre.

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