| John Everett Milais, La inundación |
Qué miedo me da la corriente dominante. Todo el mundo tiene que ir al mismo ritmo y hacer lo mismo a toda velocidad. Nadie puede tomar su propio camino, pararse a mirar una piedra, desviarse a contemplar algo, descansar si le apetece, detenerse a meditar.
Nadie es nadie, solo está la corriente que lo arrastra todo, que lo unifica todo.
Todo el mundo ha de comprar los mismos aparatos cada media hora dócilmente, todo el mundo tiene que adoptar las mismas costumbres, adoptar los mismos prejuicios, condenar todos lo mismo, alabar todos lo mismo.
Nadie puede tener su propio sendero, sus propios sueños, su propia música. La corriente te lleva brutalmente, y si te apartas te conviertes en un perdedor, un friki, un gilipollas, qué sé yo.
A Rousseau en el siglo XVIII le dio un día por vestir una vestidura sencilla, una especie de túnica lisa que cubría su cuerpo, y le llamaron degenerado, arrogante, idiota, qué sé yo.
Porque no quería ponerse una peluca empolvada como todo el mundo, por qué no quería bailar el minué en los salones y prefería herborizar en los bosques. Y le llamaron de todo y lo acusaron de todo.
Dios nos libre de la corriente de cada época, de la moral de cada época, de la uniformidad de cada época.
Todo el mundo a bendecir lo mismo que todos, todo el mundo a soltar las mismas jaculatorias. Todo el mundo comprando un móvil nuevo cada semana porque el anterior está obsoleto, todo el mundo mecanizando su vida y matándola, todo el mundo sustituyendo las personas por máquinas.
Joder, y no hay senderos en el bosque, no hay caminos en el agua, solo hay una única corriente, una única corriente aplastante y unificadora, que te lleva brutalmente, que no te permite pensar. Y si no te convence te ridiculizan, te llaman de todo, te anulan.
Es como el fascismo en los años treinta. Era la moda, había que ser fascista, los jóvenes se hacían fascistas. La democracia era una antigualla, era cosa de viejos. Sentir nostalgia de la democracia era como toda nostalgia, algo vergonzoso.
Las corrientes son como la peste, como las pandemias, como las oleadas de opinión, como las modas mundiales. Uniformaciones terribles que nos aplastan o nos arrinconan. Todo el mundo sale en Roma a recibir al jefe nazi, hay que hacerlo. Menos Mastroianni que se queda en la terraza hablando con Sofía Loren que tiende las sábanas. En la película de Ettore Scola “Una jornada particular”.
Y nadie quiere pensar por sí mismo, la gente tiene miedo a la libertad, como decía Erich Fromm. Por eso surgen los totalitarismos. La gente quiere ser masa, no quiere ser persona. Y las masas apoyan a los dictadores, a los caudillos.
Qué trabajo les da pensar. No saben qué hacer con su libertad, con su personalidad propia. No saben qué hacer con su alma y la venden, renuncian a ella.
En lugar de un montón de ríos en distintas direcciones, como aquellos que llegaban a Kioto, hay una sola corriente que se lo lleva todo, que lo arrastra todo ciegamente. Como la Dana, como las riadas que lo arrasan todo.
La corriente dominante también lo arrasa todo.
Y ahora todo el mundo a comprar artilugios sin fin, para enriquecer a los fabricantes, que los obligan a comprar (y encima te dicen que te salvan de algo). Y abrir las puertas con una célula fotoeléctrica aunque tan fácil empujar la puerta.
Hay que ser tecnológicos por encima de todo, esa es la corriente. Y qué vas a decir contra la corriente. Te llaman loco, hereje, gilipollas. Te llaman friki, ludita, qué sé yo. El lenguaje también se usa para aplastar. En algunos momentos el lenguaje solo sirve para aplastar. Para señalar a la gente y preparar el próximo progrom.
Qué miedo dan las corrientes. Y los gritos y los discursos. Hay que encontrar un rincón callado donde disfrutar el silencio. Y el gorjeo de los pájaros en lugar del enésimo artilugio.
No hablamos de persona a persona ya nunca más. Si quieres reservar habitación en un hotel te aparecen un montón de plataformas masivas para hacerlo mecánicamente. Ya no hay aquello de hablar con el dueño, o con el recepcionista, o con un empleado, o con quien sea. Todo es mecánico y masivo. Y lo consideran un progreso.
Si consigues hablar con alguien, te dice: Hay que hacer la reserva con internet. Y hablar con una máquina fría y tonta y seguir procedimientos mecánicos y tantos. Que te piden un montón de datos, a ti que eres mucho más que unos datos, y te quieren meter en clasificaciones, a ti que eres mucho más que una clasificación.
Como las Preguntas Frecuentes, y guarda tu pregunta si no es frecuente. Como los mensajes masivos que te llegan ciegamente y dicen: No respondas. De la burocracia o de las empresas.
La corriente, siga usted la corriente. Para qué ser libre, para qué ser persona.
Observo que en muchas cosas la realidad me da la razón y la corriente queda desmentida. Pero al cabo de un tiempo y me podría haber muerto antes. Se dan cuenta de que los móviles nos esclavizan y una pantalla diminuta no vale el mundo real lleno de matices. Se dan cuenta de que lo digital es una gran estafa. De que no hacen falta tantas máquinas para tantas cosas y en muchos casos nos complican la vida.
Aparecen filósofos y tipos sesudos que me dan la razón y la gente los escucha. Y salen en los periódicos. Y lo que en mí era una locura en ellos es algo serio. Poco a poco la vida me da la razón. Pero podría haberla perdido por el camino.
En cualquier caso, no soy hombre de corrientes brutales y simplistas. Y siempre estaré contra la corriente. Con mis matices, en mi rincón.
Y seguid los demás como manadas, haciendo todo en manada. Las manadas embrutecen a la gente. Se cometen montones de barbaridades cuando se está en manada que no haríamos estando solos. Es como que se dimite, deja uno de pensar y sentir y sigue mecanismos impersonales.
Seguid con vuestras manadas, yo a solas leo a Proust y bebo vino de Burdeos en mi esquina. Donde no pega un sol prepotente sino un sol suave y amistoso que charla conmigo.