Las balas en Concepción IV. El Salón

Por C.R. Worth crw


Antes de relatarles los acontecimientos del tren de las 2:40, es necesario que les hable del salón que teníamos en el pueblo: «Alma del desierto». Así se llamaba el establecimiento que estaba regentado por la Sra. Alma Smith.

La Sra. Alma era una mujer «de armas tomar», una persona de carácter, rasgo imprescindible para regentar un local de esa condición. Era una dama alta y grande, no gorda, pero sí de aspecto imponente; de rasgos serenos y atractivos, se notaba que en su juventud fue muy bella. Alguien marcado por la tragedia, puesto que tanto su marido como sus tres hijos murieron en la epidemia de cólera de 1853 en California. Sean, su marido, era buscador de oro y, justo antes de estar infectado, encontró lo equivalente a una pequeña fortuna en oro. Con ese dinero, Alma dejó California –demasiados recuerdos allí enterrados– y se estableció en Concepción construyendo el Salón. Lo llamó «Alma del desierto» porque era como la llamaba su difunto esposo cariñosamente.

Años más tarde, Alma se casó con el camarero que estaba detrás de la barra sirviendo bebidas: Peter Elphick, un señor enclenque, un poco calvo y con un bigote que se conectaba con las patillas. Fue una sorpresa para todo el mundo ya que, en el establecimiento, jamás mostraron que estuvieran juntos; aunque, por lo visto, mantuvieron en secreto un tórrido romance durante años. Pero sí era conocido que se entendían muy bien porque Alma solo tenía que mirarlo para que Peter sacara el Springfield Rifle del calibre 50 de debajo del mostrador y se lo lanzara a ella cuando surgían problemas.

Era un local muy grande y, sin ser un hotel, en el Salón había habitaciones en las que vivía Alma, al igual que Peter, Kate, Molly y Lili. Sam Goldstein, el pianista, no vivía allí, sino con su hermana Maggie, que era mi maestra. También había unas cuantas habitaciones más en las que se alojaban algunos de los empleados de mi padrino. El salón también tenía un comedor donde se servían comidas tradicionales texanas; sobre todo chuletones, pan de maíz y alubias.

La clientela era muy variopinta. Por un lado, estaban los jugadores de cartas, como Vera Thompson, que era una chica solitaria y jugadora profesional. Otros de los asiduos eran una pareja: Moni Manos de Trapo y Rio. De ellos ya os hablaré más adelante, puesto que eran forajidos redimidos que formaron parte de la banda de Alce y jugaron un papel importante después. Había también un tipo misterioso que siempre estaba sentado fuera del salón tocando su armónica, Tyler Walker, y solía entrar a jugar a las cartas cuando veía a Moni y Rio; posteriormente, supimos que había una relación entre ellos de la que ya os hablaré. Era un vaquero que no llevaba armas de fuego, no las necesitaba, ya que era tremendamente hábil con sus cuchillos.

Todos en el pueblo iban a ese local por diferentes motivos, ya fuera para jugar a las cartas, beber, comer o, sencillamente, ver las actuaciones. El encargado del servicio postal solía ir allí a menudo con sus hijos para comer: Franklin Neroh, un apuesto viudo con dos hijos del que estaba prendada mi maestra. Sus hijos, Fred (nunca he visto un pelo tan rojo como el de ese chiquillo) y Lula Mae, una niña repipi, rubia y con coletas, eran mellizos, estaban en mi clase y la maestra solía mandar notas constantemente al padre para hablar con él; era su excusa para verlo a menudo. Tuvo que funcionar porque, al final, se casaron. En los acontecimientos del 6 de Mayo, estuvo gravemente herido, pero sobrevivió.

Hay asociada la idea de que los salones del viejo oeste también eran lupanares, pero no es el caso; la mancebía del pueblo era el local de «Mrs. Fire», que estaba detrás del Salón. Lo que sí había era un acuerdo entre las dos señoras, ya que ambos establecimientos estaban conectados por una puerta trasera. De ese modo, a través del Salón, podían ir al prostíbulo de forma discreta señores de mayor abolengo, como el Sr. Sargent, sin comprometer su reputación.

El Sr. Sam Goldstein era el pianista de Alma del desierto. Siempre muy bien arreglado, con aspecto impoluto, era la atracción musical del local. A su ritmo, Kate y Molly bailaban y Lili cantaba. Kate estaba prendada de mi padre y, aunque era una chica muy hermosa, no hizo mella en mi progenitor, ya que él nunca se volvió a casar porque le fue fiel a la memoria de mi madre hasta que murió. De todos modos, Kate acabó siendo mi tía, ya que se casó con el hermano menor de mi padre, mi tío Jason, que se parecía una barbaridad a él. Eso fue años después. Tras una visita de mi tío, hubo un romance relámpago que acabo en boda; después se marcharon a Atlanta. Molly, que era una chica bellísima, rubia platino, de labios carnosos y un lunar en la mejilla izquierda que la hacía muy atractiva, acabó casándose, para sorpresa de todo el mundo, con el alguacil Carl Joseph; pero a mí no me extrañó tras él salvarle la vida en los eventos del 6 de mayo.

Sam Goldstein solía tocar piezas de música clásica en el comedor para hacer más placentera la estancia a los comensales. Sam estaba «pluriempleado» y, además de estas actividades, nos daba clases particulares de música a mis primos y a mí. De igual modo, tocaba el piano de vez en cuando de forma gratuita en el establecimiento de Mrs. Fire, ya que estaba enamorada de Sam y él le correspondía; y eso es fruto de lo que pasó en el salón.

― ¿Qué pasó en el salón? ―preguntó el Sr. Cole.

Continué relatándoselo.

Fue en una ocasión en la que mi padre tomó el tren a San Antonio junto a Charles Lipán para llevar ante la justicia a un prisionero que «el Chato» había capturado y, así, cobrar su recompensa. La Sra. Alma y el Sr. Peter también iban en ese tren porque tenían que solventar unos trámites legales del local en la capital; es decir, que no se encontraban en el Salón y Sam estuvo a cargo del mismo durante unos días. Alce y su banda se enteraron de alguna manera de que mi padre estaba ausente, así que aprovecharon para hacer una visita a la ciudad y hacer de las suyas.

Entraron en el Salón destrozándolo todo entre risas y borrachos, disparando a las botellas de licor. Sam intentó evitarlo y recibió un disparo en el hombro.

Después, fueron a la calle y destrozaron los escaparates de la Sra. Jill y del Sr. Maurice e, incluso, hirieron a West. El mestizo, tras los forajidos romperle las vidrieras, salió para enfrentase a ellos; pero le dieron una paliza, lo ataron a una soga y lo arrastraron por toda la ciudad, dejándolo muy mal herido. Maurice que no estaba en el pueblo en ese momento, ya que había ido al rancho a llevarle a mi madrina unos artículos que le había encargado, juró que mataría a Alce tras ver como habían dejado a su querido West.

Johnny «el enterrador» estaba en la iglesia del pueblo junto a John Cross para un sepelio cuando escucharon los tiros que venían de la ciudad y de inmediato salieron en esa dirección. Johnny enseguida fue a su establecimiento para coger su Colt de doble acción del calibre 32 «Rainmaker», John se dirigió a la oficina del Sheriff buscando al alguacil Carl Joseph; pero lo encontró, como de costumbre, dormido en una de las celdas con una botella vacía de whisky al lado. Johnny entró en el establecimiento y le escuchó murmurar algo como: «Menudo inútil, cuando vas a aprender a supéralo».

― No seas tan duro con este pobre diablo.

― Es un agente de la ley y debería proteger a los ciudadanos de Concepción en ausencia del Sheriff.

Acto seguido, rompió el candado para coger uno de los rifles y fue a la calle junto a Johnny al encuentro de los malhechores. John disparó al aire cuando vio a Alce arrastrando a West.

― ¡Deja al muchacho, Alce! ―le gritó el religioso.

― ¡Qué ven mis ojos! ¿Eres tú, Cross? ¿Qué demonios haces en Concepción?

―Cuidar a mi rebaño.

―Hijo de la chingada, no me vengas con esa mierda.

El religioso, con un movimiento del dispositivo, cargó de nuevo el rifle y apuntó a Alce.

―Me salvaste una vez la vida y esa deuda se paga aquí dejándote ir, no me obligues a dispararte. Ya has tenido tu diversión, márchate; ah, y no se te ocurra ir al banco.

Alce miró alrededor y vio a muchos de los ciudadanos con armas.

―No, esa perla la dejo para otra ocasión, con la nueva caja de caudales necesito dinamita. Lo miró de arriba abajo, escupió y le dijo: ― Y tú, desagradecido hijo de perra, la próxima vez que nos veamos, probarás mi plomo.

Acto seguido, se arrancó la cruz que llevaba al cuello y se la tiró en la cara. Dio un silbido y todos sus hombres lo siguieron fuera del pueblo.

Johnny lo miró con curiosidad y le preguntó:

― ¿De qué conoces a Alce?

―Todo el mundo tiene un pasado y el mío está entre Dios y yo.

Llevaron a West a su casa y fueron a buscar al médico que estaba atendiendo a Sam Goldstein. Después de extraerle la bala a Sam, lo llevaron con Mrs. Fire y ella cuidó de él. Acto seguido, se ocupó de West.

El señor Cole estaba perplejo y le preguntó:

―Un momentito, ¿el cura era amigo del famoso Alce? ¿Y qué pasaba con el alguacil?

―John Cross no era cura, era un fraile franciscano y hay una historia detrás que ya le contaré. La historia de Carl Joseph también está relacionada con el tren de las 2:40.

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