Deciden que el progreso es acumular máquinas hasta que nos salgan por el culo, por las orejas. Aunque muchas solo nos complican la vida. Aunque muchas nos traen la desolación y arrinconan el latido. La casa está llena de máquinas, tenemos que colgarnos de la ventana. Pero lo importante son ellas y quienes las venden, no nosotros. Y todo manoseado. Y todo cada vez más liso, funcional e inexpresivo.
En muchos casos no hace falta una máquina, lo hace una persona mucho mejor. Cobrar en una tienda, contestar preguntas. Y de forma mucho más agradable. Quien va a preferir que te sirva el café una máquina y no una persona. Quien dice que es mejor que te conteste una máquina repetitiva, insensible y muerta en un teléfono y no una persona viva. Cómo vas a contarle tus penas a una máquina que ni siquiera sabe lo que significa pena. Cómo demonios te vas a comunicar con una máquina más allá de datos, cifras, informaciones abstractas.
Y muchos artefactos por todas partes solo son pesadillas. Y sus actualizaciones nos acosan y no nos dejan respirar. Y no nos dejan ver la vida igual que el humo no nos deja ver las estrellas. Y no nos dejan escuchar el ritmo de la vida, la música en calma de la vida. Pero decidimos que hay que amontonar máquinas y máquinas. Aunque no hagan falta para nada en algún caso, aunque sea mucho más agradable que lo haga una persona.
Decidimos que el progreso es amontonar máquinas y máquinas. Incluso máquinas que te vuelven el mundo una pesadilla y te lo escamotean todo. Qué humanidad gilipollas. Extiende un yermo de máquinas sin alma por todas partes. Y de violetas mecánicas y de atardeceres mecánicos. Le llaman progreso a la desolación.