Te quieren digital para controlarte. Y para manosearte y para hacerte como ellos quieren. Para masificarte y despersonalizarte. Y desangrarte.
Se ve en las series y en las películas. “Pagó en efectivo, no podemos controlarlo”. “Pues jódete, controlador”. Qué alegría da cuando sé que algo se escapa del control absoluto sobre las personas. Cuando sé que alguna vez pueden echar el aliento o sonarse la nariz sin que los controladores lo sepan.
Cuando masticas una brizna de hierba sin que los controladores lo sepan. Cuando acarician una canica en una buhardilla sin que los controladores lo sepan. O miras antiguas postales o te acuerdas de tu abuela. Y ese recuerdo está fuera del alcance del reconocimiento facial. Y de la idiotez artificial y de toda esa mierda.
Stalin colectivizó a la fuerza la URSS por encima de todo. Sin tener en cuenta para nada lo que quisiera, deseara, pensara, cada persona. Había que actuar a lo grande, sobre grandes masas (que se convertían en masas a la fuerza), ya que tenías el poder absoluto. Y murieron millones de campesinos.
Una minucia al lado de los grandes designios del Diseñador de mundos Padre Stalin, que no tenía que descender a esos niveles.
Y ahora con la digitalización los poderes actuales hacen lo mismo. Hay que digitalizarse absolutamente, de grado o por fuerza. Los papanatas lo harán de grado, porque todo lo nuevo es lo mejor, ya sea el fascismo o la deshumanización o el comer mierda.
Los demás lo harán a la fuerza, serán aplastados por el rodillo, pasarán por el aro o desaparecerán. Y que se jodan, porque los grandes poderes piensan a lo grande, como Hegel, y no piensan en menudencias.
Si hay que cortar millones de árboles se cortan para nivelar un paisaje, si hay que digitalizarlo todo, y meterlo en ordenadores abstractos, y enfrentar a todo el mundo con códigos fríos y abstractos se hace.
Y tanto el gobierno como las grandes empresas eliminan miles de tiendas, despiden a miles de personas, despiden todo trato humano, y enfrentan a millones de personas únicas con ordenadores algorítmicos y helados.
Donde toda personalidad desaparece en lo masivo, el algoritmo y las preguntas frecuentes. Te quitan el suelo en el que pisas, te quitan la cara que te escucha, y te dejan desolado delante de una máquina tan mecánica que no comprende nada de verdad.
Escamotean el mundo, te roban el mundo, y te dan programas de internet. Te niegan todo rostro humano y te ponen delante de máquinas. Te secuestran el mundo de carne y hueso (oh Unamuno, ¿dónde estás?) y te ponen delante sus códigos despiadados.
Las máquinas eran para ayudarnos, pero ahora nos echan fuera. Y todo les parece igual: una aspiradora que te ayuda a limpiar, o mil aspiradoras con miles de aplicaciones que te expulsan al espacio exterior. Todo es lo mismo. La simplificación y la fórmula. La cantidad y la cantidad.
Qué mundo tan progresista. Donde toda personalidad desaparece. Quién progresa con eso, mejor no preguntes.
Y el lenguaje que no te deja ver nada, también lo tienen secuestrado. Lo dividen todo en reaccionario y progresista y ya está. Si estás en una palabra todo es bueno y si estás en la otra todo es malo. Ponte tu lenguaje fabricado en los ojos y ya no quieras ver nada por ti mismo.
Y a seguir y a seguir en la misma dirección, vayamos adonde vayamos. Con el mudo entero en piloto automático. En un mundo programado en esa dirección, pase lo que pase. Como si programas subir la temperatura, y la temperatura sigue subiendo, aunque ya estés a mil grados. El caso es subir, la fórmula programada. Seguir y seguir mecánicamente, sin mirar ni pensar nada.
En un mundo donde toda personalidad desaparece.
Te quieren digital, para controlarte del todo. Para controlar incluso tus vísceras. Y para rediseñarte y fabricarte. Pero tú te vuelves genial a veces y ellos no se dan cuenta. En esos momentos estás fuera de su reconocimiento facial y su rastro digital y de toda su mierda absolutista.
Y eres tú mismo gloriosamente sin que ellos lo sepan. Como cuando de niño escondías un caballo de plástico en el hueco de la escalera para que tus tíos no te lo quitaran. Un día encontrarán muchos caballos escondidos en los huecos. Me lo había regalado aquel primo raro, los tíos no querían que tratara con él. Pero yo escondí el caballo en el hueco de la escalera y nunca lo encontraron.
Te quieren digital, para controlarte. Y para manosearte y explotarte. Pero tú pagas en efectivo y le sonríes secretamente a la cajera. Y masticas briznas de hierba en los desvanes.