La vida es cambiante, las máquinas son fijas

Por Antonio Costa Gómez


La vida es cambiante, pero las máquinas son fijas. Es increíble que la gente no se dé cuenta. Hacen siempre lo mismo a no ser que les cambies el programa. Y la gente no ve la diferencia. Sigue prefiriendo las máquinas a la vida. Prefiere lo repetitivo a lo creativo, lo muerto a lo vivo. La vida es lo imprevisible y las máquinas son previsibles. Repiten lo mismo de forma idiota. Se remiten a los datos y a las reglas fijas sobre esos datos. Y de eso no salen.

Y te dan citas ausenciales, el gran descubrimiento. Pides una cita con el médico y te dicen si la quieres presencial. Es como si te preguntaran si quieres comer con comida. Es el escamoteo de todo, el absurdo en todo. El globo hinchado que lo sustituye todo.

Y las ideologías no escuchan. Y el tecnologismo tampoco escucha. Y nadie escucha. Las máquinas y los loros repiten y repiten y no escuchan. Pero yo quiero desinflar el globo para que caiga.

Las máquinas lo matan todo. Las máquinas no se enteran de nada. Las máquinas lo vuelven todo mecánico. Las máquinas nos empobrecen y nos despojan. Y la gente tan contenta. Es un progreso, es un progreso. Iban a ayudarnos y nos liquidan. Es un progreso, es un progreso. Las máquinas nos encierran en fórmulas, nos impiden el pensamiento vivo. Igual que los loros se quedan en lo de fuera. No captan el espíritu porque no tienen espíritu. Y la gente tan contenta. En lugar del rostro vivo está la máscara mortuoria yerta. Y la gente tan contenta. Esto es como la secta del suicidio universal. Súbete al globo y olvida todo. Pero yo quiero pinchar el globo.

Y las matemáticas son mentira. Porque no hay nada exacto en la vida y nada se basa solo en la cantidad. Las matemáticas son mentira y abstracción pero los matemáticos se creen la sal de la tierra.

Y les molesta que Rilke fuera solo poeta. Porque la poesía no sirve y solo sirven las cosas técnicas. La poesía sirve para darse cuenta de la vida, pero ellos no se enteran. Les vale que alguien viva de enseñar a Rilke pero no de ser Rilke. Les vale que alguien sea especulador, inventor de máquinas para abrir puertas cuando puedes empujar la puerta, banquero, burócrata, cualquier cosa, pero no que sea poeta.

Y no se dan cuenta de que lo importante es la atmósfera, no los datos muertos ni las reglas rígidas. Los escritores valen porque te dan la atmósfera de una época, la vida de una época, lo cual nunca harán los científicos con sus datos y sus fórmulas. Por eso no se puede restaurar una obra de arte con medios técnicos. El arte no se hace con técnica, se hace con vida y con aliento. Pero no se dan cuenta.

Y los humanos entregan el planeta a las máquinas. Y a los métodos académicos plomizos e impersonales. Y a los poderes sordos y ciegos. Da iguales si son los ricos capitalistas o los burócratas socialistas. Todos son poderes inhumanos. Y solo quedamos unos pocos resistentes. Pero los resistentes somos demoníacos o ridículos. Los poderes decretan eso. Y las masas lo tragan.

Alguna vez me entusiasmé al decirte algo. Aún me quedaba entusiasmo, aún me poseían los dioses. Pero pretenden mecanizarlo y masificarlo todo. Y así acaban con el entusiasmo. Es el metaverso o es la metaidiotez que no acaba. Nietzsche decía que la metafísica es la negación de la vida. Pero qué diría del digitalismo y de la mecanización absoluta. De este globo que se infla y se infla.

Miren si son idiotas las máquinas. Le preguntas a una máquina si una calle de Praga está cerca de la estación. Y un humano entendería que si están cerca de la estación de Praga. Pero la máquina te dice si está cerca de la estación de Tokio o Buenos Aires. Y buscas Correggio y la máquina te dice: Tal vez quisiste decir Colegio. Miren si son idiotas las máquinas. Pero el globo se infla y se infla.

Y solo tienen datos y datos. Y los datos no son nada si no están en una atmósfera. Si no están en un conjunto. Un hígado no es nada si no está dentro de un cuerpo. Pero nadie quiere ver por sí mismo. A todo el mundo le dicen lo que tiene que ver. A todo el mundo le meten el programa de las máquinas. Y los tópicos muertos de las máquinas. Y si vas a una oficina no pidas nada diferente. Porque todos funcionan ahora como máquinas. Y se quedarán en blanco o se asustarán. O no les pidas lo mismo con otras palabras. Porque la gente solo repite las palabras.

Y no nos dejarán un rinconcito libre de máquinas. Un rinconcito para ver crecer la hierba, para ver como sonríe mi abuela. No nos dejarán ni un rinconcito libre de máquinas y de diseño. Un rinconcito de naturaleza y de vida. De interior no programado y de vida. Porque estamos en la era de lo exterior y lo mecánico.

Te dicen: actualízate, te enseñamos a comer mierda. Pero yo no quiero aprender a comer mierda, aunque sea muy actual. Yo no quiero aprender a hacer clic ni a comer mierda. Y las máquinas no me escuchan porque no escuchan nada. Pero yo no quiero aprender a ser como una máquina. Sordo y ciego y programado.

Pinchemos el globo para que caiga. No quiero churros digitales. No quiero que me prohíban la nostalgia de cuando había churros de verdad tan sabrosos. No quiero que me hablen de brecha digital ni de niño muerto. Como si fuera una gran cosa el mundo digital.

Y no quieren que nadie destaque en ninguna cosa. Quieren lo masificado y lo repetitivo. Y todos haciendo igual y pensando igual. Y en las escuelas acosan al diferente hasta la muerte. Y quieren el campo sin campo. Quieren ir al campo para hacer lo mismo que en la ciudad. Estar todo el día con el móvil y no mirar los árboles. Y quieres que seas masa tecnificada y producida. Masa digital hecha de dígitos. Una entidad como millones de entidades.

Pero yo quiero que regresen las personas. Quiero pinchar el globo para que caiga. Quiero un rincón de vida concreta en alguna parte. Sin dígitos ni fórmulas abstractas. Recuerdo las riadas fascistas de los años treinta y no quiero que ocurra eso otra vez. Quiero que cada persona sea una persona y no se la traguen las riadas, de artilugios o de botas brutales en las calles. Quiero rehumanizar el mundo. Quiero que se acabe la superstición de las máquinas. Quiero que dejen de digitalizarse y den la cara. Quiero que sean personas con las personas.

Pinchemos el globo para que caiga. Si no estás de acuerdo con esta uniformación inhumana no tienes por qué irte a otro planeta, como dicen en una carta en El País. El mundo no tiene por qué ser el patio del colegio, donde te acosan hasta la muerte si eres diferente. Yo siempre he sentido algo indestructible dentro de mí. Y no acabará con él ninguna masificación ni ningún acoso. Siempre resistirá secreto dentro de mí. Y nadie podrá evitarlo.

Pinchemos el globo para que caiga. Parece que no hay escapatoria de esta simplificación y de este globo. Pero sí queda la vida imprevisible en las esquinas. Lo que ves cuando dejas el ver programado. Siempre hay escapatoria, como uno se escapa en la noche. En la noche se calla el ruido del mundo y no te vigilan tanto. Y se oyen los sonidos acallados del mundo. La música acallada de las cosas que nos tapan. Y yo me siento noche.

Con el imperio mecánico dan leyes para todo. También dan leyes para la creación. Pero más allá subsiste la libertad. Y tienen una fórmula para todo. Pero siguen detrás las cosas vivas sin fórmula. Con toda su riqueza. Y nadie puede evitarlo. Y pincharemos el globo y se caerá. Creen que lo tienen todo programado, pero hay tanto fuera de todos los programas.

Y quieren clasificarlo todo, pero todas las clasificaciones son mentira. Y la ciencia convencional cree que conoce el mundo porque lo clasifica. Eso es lo que hace el científico de “Veinte mil leguas de viaje submarino”, cree que conoce el mundo submarino porque lo divide en clases y en nombres. También clasifican las personas, los libros, los sueños. Y así lo matan todo y se les escapa todo.

Y todos estamos ausentes. Todos estamos en otra parte, con el teléfono móvil o con internet. Nadie toca y huele lo que tiene a su lado. Ni siquiera escucha a su amor o vive el instante irrepetible. Todo se reduce a fórmulas y abstracciones. Pero una vez vi a un solitario tocando jazz en una calle de Salamanca. Y estaba muy presente allí, fuera de todas las fórmulas.

Vivimos en una dictadura tecnológica. Si no quieres la tecnología para absolutamente todo eres un demonio o un ser ridículo. Eres una nada, un ser de las tinieblas exteriores. Alguien sin nombre. Estás fuera del globo. Pero yo quiero pinchar el globo. Y sentir mi piel de verdad y mi boca de verdad.

Quiero vivir en los paisajes, ambiguos y misteriosos, que hay al fondo del cuadro de La Gioconda. Y escribo sin guiarme sin putas plantillas, escribo solo y escribo por mí mismo. Y miro las cosas por mí mismo. Y viajo solo y no me hace falta ir en grupos masivos escuchando tópicos de guías. Y no estoy programado y nadie me programa. Y estoy fuera del globo. Pinchemos el globo para que caiga.

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