La política disyuntiva

Por Manuel Tamariz Martínez


Allá un 3 de abril de 2011 en la plaza de toros de Vistalegre, cuando el morado efervescente y el verde acrisolado estaban todavía lejos de irrumpir en el panorama nacional, el partido magenta del progreso y la democracia, aséptico, coherente, azote de bancos y defensor de preferentistas reunió con éxito a cerca de 7000 ciudadanos españoles.

En una abrumadora muestra de racionalidad, anunciaba en la tribuna el académico de la RAE Álvaro Pombo el fin de la política disyuntiva y la apertura de una nueva trinchera, un frente abierto, que no correspondía a ninguno de los partidos tradicionales, sino que se abría a la incursión de unas personalidades, poliédricas de profesión e ideología, en la política española.

La política disyuntiva es la política del “o”. O PP o PSOE. O derechas o izquierdas. Un envilecimiento de la cosa pública asimilando conceptos simples y en cierta medida acertados, pues hasta ese momento, uno realmente solo podía curvarse hacia una u otra posición sin otras opciones visiblemente aceptadas o difundidas. Décadas del “o PSOE o PP” no llegaban precisamente a su fin en ese instante, pero al menos se empezaron a poner en duda gracias a alegatos como los del también escritor, Sr Pombo.

Frente a ese estadio medio lleno, que solo se abrió a la mitad del aforo, se reprodujo una reflexión gramatical e irremediablemente política. Se inducía a la sociedad española a atreverse con otro tipo de política, que como alternativa representaría durante un tiempo el partido liderado por Rosa Díez pero que realmente consumarían otros bien distintos. Se resolvió que era el momento de la política copulativa. De la “y”. De la ilación. De la trabazón. “Habrá siempre PP, habrá siempre PSOE”- enarbolaba el señor Pombo, “y – sacrosanta- ahora tiene que haber una alternativa, un tercer partido”. Y este debiera encarnarlo UPYD.

Tímida, pero no irrelevante, fue su llegada al Congreso de los Diputados en las elecciones de 2008. Las del 2011 resultaron en un éxito medido, avalado por un millón de votantes y recompensado con grupo propio en la cámara baja. Pero más pronto que tarde se desfondaron. Posiblemente ese racionalismo medular los llevó a acotarse - como hicieron con el aforo de Vistalegre- sus pretensiones de victoria. Su aspiración era llegar al grupo propio, a los 5 diputados. Y lo consiguieron, sí. Aún sabiendo, como todo politólogo reconoce, que a la política hay que dotarla de cierta épica, de una posibilidad de victoria majestuosa, incluso teniéndola como falsa.

Ciudadanos también vistió las gradas del Palacio de Vistalegre de su anaranjado regeneracionista y además tomaron el relevo, no amistoso hasta ya confirmada la muerte electoral de UPYD, del partido y su espacio ideológico. La llamada naranja tuvo mejor acogida. Con mayor afluencia no solo llenaron la propia plaza sino también se arremolinaron en ella personas provenientes de ese terreno tan cenagoso llamado centro político. Y así, en poco tiempo, el partido liberal se emplazó a posicionamientos incómodos para el bipartidismo.

A esto debo lamentar el que reproduzca un análisis a toro pasado, pero creo se ha de volver a dejar constancia. Hubo obligación de pactar en 2019. O por lo menos de forzar un pacto. O por lo menos de plantear una alternativa a lo que se ofrecía del otro lado. No para probar nada a nadie. Puede que acaso la utilidad ante algo mucho más grande que la mera pernoctación en la Moncloa. Y es que existe a mi parecer algo más importante que una promesa electoral, un programa electoral. Una obligación que ata, un verdadero mandato imperativo. Un lugar donde con conciencia y ahínco se plasma – casi ante notario - lo que se pretende hacer con el voto de los representados. En su caso, Ciudadanos propuso gran cantidad cosas. Muchísimas. De todos los aspectos y calibres. Pero las fundacionales -y las que debieran haber guiado ese pacto- fueron las de luchar contra el nacionalismo y las abrir un hueco a la razón y la igualdad.

¿Existían desavenencias sustanciales en el programa? Seguramente muchas, pero parecidas, sino menores, a las que afrontan el tripartito que gobierna actualmente Alemania. Y si no convence esto, ejemplo fue el acuerdo firmado por ambos partidos en 2015 de las “200 medidas” para un gobierno reformista y de progreso. ¿El problema era la forma, pactar con el Sánchez vendido al nacionalismo y traficante de ideas y principios? Ahí podría radicar la cuestión de fondo. Quedaría como esperanza que el PSOE no se hubiera hecho a los designios del Sánchez concebido tras la moción de censura. Creo que en efecto surgió cierto espíritu en Ciudadanos y el PP que pensó que el PSOE con esos pactos ya había creado un marco mental contraproducente para éste ante unas generales e incluso dentro del propio partido también se razonó de aquella manera. Pensarían los primeros que lo único que tenían que hacer era situarse en frente con un rotundo no como bandera. Los segundos, barones en su mayoría, criticaron esta fórmula de pactos con el nacionalismo, pero mantuvieron fielmente el tipo.

La historia y todo lo que ocurrió después lo saben y no hace falta que se enumeren aquí más hechos. Fuera su intención o no, el NO de Ciudadanos a Sánchez lo llevó mediáticamente a derechizarse, en vez de alzarse como alternativa al PSOE. Es decir, lo llevó a disputarse los votos del NO desde la derecha y no los del NO a Sánchez desde la izquierda moderada. Abandonaré esta cuestión diciendo que no debemos dejar de comentar este tipo de sucesos, por muy trillados que estén, ya que pueden resultar de utilidad en un futuro. Porque surgirá muy seguramente – o resurgirá según como resulte la “Refundación liberal”- un partido que quiera defender un espacio en el centro.

Volviendo a lo que hay ahora, pareciera ser que todavía estamos en la continuación de la política copulativa. Puede que así se nos antoje, pero a la hora de gobernar todo apunta a que se reducirá a una fórmula básica: dos grandes partidos escoltados por dos pequeños que abronquen y remuevan. Entonces casi seguro que volveremos a ese “o PP o PSOE” transformado en un “O PP y compañía o PSOE y compañía” que no deja de ser lo mismo. Esto bien lo ejemplifica el slogan de Ayuso, una fantochada bien acogida y que mejor resultados ha arrojado. El “comunismo o libertad” de Ayuso, esa frase pobre y lamentablemente eficaz que ha engatusado a tantos y hace que volvamos a la política de antes. A regresar al tedio de la política disyuntiva.


Manuel Tamariz Martínez es el Presidente de la Asociación de Prensa de la Universidad Carlos III de Madrid

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