La deconstitución española


España, este país tan acostumbrado al cainismo, deporte nacional del que somos peones los ciudadanos en las manos expertas de los políticos, lo está volviendo a hacer una vez más.

Los españoles, estupefactos, temblorosos, y da igual si están a favor de una idea u otra, todos frotándose los ojos, ya sea por ver al fin hecho realidad su sueño de independencia, plurinacionalidad, federalismo efectivo o temerosos del destino incierto al que nos arrumba la caterva política nacional compartimos, en esto sí estamos de acuerdo, estupefacción.

A nadie asombra ya —a mí no, desde luego— el alma de trapichero, asustaviejas y vendemañanas, y me desdigo aquí de lo que dije en otro artículo en el diario amigo Sevillainfo, del infausto y torpe Sánchez Castejón mientras, en su papel de segundones, algunos se rasgan las vestiduras porque la ultraderecha (¿?) reclama lo que en justicia democrática le ha correspondido y se cuelgan del cuello a modo de horca, unos más que otros, cordones sanitarios. Vetos, redundo, a la democracia.

En tanto, se confabula contra España y sus, a priori, instituciones y principios inquebrantables de unidad: la Casa Real y la constitución. Lo primero no es nada de hoy; lo segundo, con énfasis, sí. Y lo peor es que existe una connivencia necesaria entre quienes quieren formar un gobierno y los que tienen la llave para ello. El simple injuriamiento, que no juramento, de sus cargos en las Cortes y la mirada al cielo de la propia Batet lo confirma. Las fórmulas del imperativo legal, por las trece rosas y del lo juro por Snoopy, simplemente, no valen. Son insultos y una manera de eludir el respeto y acatamiento al orden constitucional.

Sin embargo, lo realmente triste, a días de celebrar un nuevo aniversario de nuestra carta magna, es que hay millones de españoles, muchos nacidos después de 1978, que consideran que esta no es ya válida, o que no viven en democracia o, como no pocos políticos, la interpretan/manipulan como les da la gana. ¿Es la deconstrucción de un modelo de Estado lo que estamos viendo?

Se viven, y los que vendrán, tiempos de desestabilización. A uno de los partidos más estrictamente constitucionalistas, al menos así lo han demostrado sin salirse de estos parámetros, lo tachan de antidemocrático y hay abrazos hacia aquellos otros que han tenido, hasta hace poco, ¡muy poco!, quehaceres terroristas, o han sublevado una región contra todo un país, o han ido sembrando semillas de odio hacia lo español que les darán abundancia para más de alguna década.

Sí, lo hemos vuelto a hacer. España, habiendo conocido una de sus etapas más efectivas de democracia, se inmola. Y digo bien. A quienes se encargan de promover esta yihad contra nosotros mismos los han puesto los votos del pueblo. ¿Que lo que nos pase como país lo tenemos merecido? Pues miren ustedes, ¡no! Porque somos muchos millones los que abogamos por la convivencia, por la unidad real y no esta ficticia de los diecisiete miniestados que, y que alguien me demuestre lo contrario, solo han ocasionado desigualdades, enriquecimientos personales y partidistas y hasta supremacismos; por eliminar revanchismos caducos, y otros nuevos que solo están ocasionando pingües beneficios a la inutilidad y perversidad de sus fines y, en lo social, grietas que pueden resultar irreparables y de las que, al tiempo, nos arrepentiremos cuando todo haga aguas.

España, una parte muy ruidosa al menos, está en proceso de pretender iniciar una deconstrucción; un proceso de leyes selectivas que va en contra del bien común y a favor de perniciosas y liberticidas ideas. No pocos hablan de Régimen del 78, a modo de una dictadura encubierta, que es necesario derrocar. Cuarenta y un años de concordia, mal que les pese a algunos, se ven amenazados por viejas ideas que, no me sean ingenuos, no buscan cohesión sino destrucción: de derechos, de libertades y de unidad. Deconstituir lo que llevó años constituir. Nada nuevo y de consecuencias predecibles. Atentos.

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