Por María Fidalgo
María Fidalgo Casares es Doctora en Historia y
Miembro de la Academia de la Historia de Andalucía
La Leyenda Negra y la Armada Invencible en la Historiografía
Se denomina La Leyenda Negra al relato falseado, deformado o tergiversado de hechos reales o personajes de la Historia de España. En estos últimos años, se ha generado una gran cantidad de publicaciones que han denunciado su vigencia ampliándose incluso a nuevos campos de actuación que han sido olvidados o ninguneados durante siglos.
En este último lustro, partiendo del exitoso libro de Elvira Roca “Imperiofobia…” más de dos decenas de de ensayos históricos están ayudando a concretar estos distintos ámbitos de influencia este fenómeno cuya sombra se proyecta hasta el siglo XXI. Entre ellos, uno de los principales argumentarios clásicos de La Leyenda negra ha sido la llamada “Armada Invencible”, una de las más ambiciosas operaciones militares anfibias de la historia, cuyo relato interpretado y tergiversado por la tradicional bibliografía británica ha sido aceptado por la propia historiografía española, relegando en el mejor de los casos u obviando sin embargo la gran revancha y victoria española, la “ Contraarmada” que ha sido silenciada durante siglos que se produjo apenas un año después. El impacto de la victoria de la ContraArmada, anularía el poder de la Armada británica y consolidaría el poder español en el Caribe durante más de un siglo y medio. Sin embargo, hasta hace apenas diez años, no aparecía como dato relevante ni en estudios españoles ni en los británicos.
La Invencible, hito en la identidad inglesa y la Leyenda Negra
El episodio de la mal llamada “Armada Invencible”, contingente naval que Felipe II enviaría contra Inglaterra en el verano de 1588, representa uno de los acontecimientos más falseados por la historiografía europea. Un relato recurrente para todos los estudiantes británicos y estadounidenses desde primaria a la universidad y que se ha imbricado a fuego en la memoria colectiva anglosajona.
Guillermo de Orange (Buren 1554 - Bruselas 1618) |
Orange, el colaborador necesario
Aunque la Leyenda comenzó en Italia, es en Flandes donde se desarrolla con brutal virulencia. El príncipe Guillermo de Orange se rebeló contra su señor natural, Felipe II de España, y retorcería torticeramente la realidad para justificar un levantamiento cuyo combustible nacionalista sería la religión y la difamación. Así, la oligarquía local que lideraría, tomaría el poder las riendas del poder político y se libraría de las onerosas fiscalizaciones imperiales. No fue en absoluto, por tanto, como lo ha vendido la Leyenda, un movimiento popular contra el invasor, sino una guerra civil entre habitantes de los Países Bajos ante la que el Imperio respondió con una mezcla de concesiones y represión. Curiosamente en la facción a la que apoyó la Corona había un porcentaje mayor de holandeses. Pero el odio anti español y el mantra de “el pueblo que se rebela contra el tirano” se convertiría en el pilar de la nacionalidad holandesa.
Grabados de Bry |
“La Apología”: munición documental
Guillermo de Orange aportaría una valiosa munición documental para la Leyenda Negra: “La Apologia”. En la obra, de gran difusión, relataba el comportamiento criminal de Felipe II como asesino de su hijo el infante Carlos, o el de su tercera esposa Isabel de Valois. Sucesos atribuibles a otras circunstancias, pero que le valieron al rebelde Guillermo para enterrar la verdad en un foso de falsedades, algo que se convertiría en una constante a partir de entonces. En esa misma línea, estaría el rescate por Orange del libro de Bartolomé de Las Casas “Brevisima relación de la destrucción de las Indias”, que se había publicado 25 años antes en Sevilla y había pasado sin pena ni gloria. Orange promovió su edición inglesa con los impactantes grabados de Theodor de Bry, donde los españoles aparecían como monstruos sedientos de sangre, quemando hombres, aplastando cráneos de niños, azuzando animales contra personas, matando y destruyendo de forma salvaje e indiscriminada. Toda una bomba de relojería en una época en la que el poder de la imagen estimulaba la fantasía los hombres hasta límites insospechados, que fue extraordinariamente favorecida por la aparición de la Imprenta de Gutenberg.
Una invasión más que justificada
En cualquier caso, la rebelión de los Países Bajos contaba con el apoyo de las potencias protestantes, cuyo principal adalid era la reina inglesa Isabel I. La llamada “reina Virgen” sentía amenazado su aún inestable trono por el gran poderío español y no escatimó en impulsar toda causa que pudiese menoscabar el dominio de Felipe II. Intervendría directamente financiando y enviando tropas a los rebeldes holandeses y promovió las incursiones piraticas contra las flotas de indias en su tránsito por el Atlántico y los ataques a los indefensos asentamientos españoles en las costas americanas.
Asímismo, alentó con el Prior de Crato la desobediencia de Portugal cuando estaba en manos de la corona española. En la propia Inglaterra, su fuerza policial perseguía cualquier atisbo de catolicismo que, de ser detectado, era eliminado de inmediato. Llegaron el extremo de llevar al cadalso a reina católica María Estuardo decapitada en 1587, algo insólito para la época. Las propias costas españolas sufrían ataques ingleses, y en sus violentas incursiones en Isabel I de Inglaterra Galicia, asolaban poblaciones y profanaban templos católicos.
Isabel I de Inglaterra |
Alejandro Farnesio, Duque de Parma
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En este decisivo escenario, Felipe II decide la organización de la “Grande y Felicísima Armada” con Alejandro Farnesio, gobernador de Flandes y Capitán General de los Tercios y Álvaro de Bazán, como Almirante General de la Armada. Una gran flota que saldría desde Lisboa, para adentrarse en el Canal de la Mancha, y llegaría a los puertos flamencos de la Corona española. Allí embarcarían los Tercios, la mejor infantería del mundo, una fuerza militar imparable, que una vez desembarcada en tierra inglesa, barrería cualquier obstáculo hasta llegar a Londres y lograr su objetivo: deponer del trono a la reina inglesa. En esencia, sería la mayor operación naval y anfibia de la historia, para la que sería necesario un prodigio de organización logística solo al alcance de la España del momento, algo que no suele tenerse en consideración. El quid de la operación estaría de la puesta en contacto de fuerzas separadas miles de kilómetros, de forma coordinada debería efectuarse el asalto a la fortaleza insular británica.
Pese a los continuos retrasos por epidemias y tormentas, incluyendo la muerte del propio Álvaro de Bazán, la Gran Armada partió hacia su destino en junio de 1588. Un nuevo comandante. Alonso Pérez de Guzmán, duque de Medina Sidonia, estaría al frente, hombre valiente y competente organizador, pero poco experto en el mando sobre la mar. Tras una convulsa travesía en un verano con unas condiciones meteorológicas casi invernales, la Armada llegó compacta al Canal de la Mancha. La flota inglesa bien avisada, intentó bloquear la llegada de los Tercios de Alejandro Farnesio desde Flandes y comenzaron los enfrentamientos.
Las naves en el Canal de la Mancha |
Un ambiguo final
Podría decirse que el final es bien conocido, pero no es así. Un monto colosal de tergiversaciones, informaciones ocultas o invenciones han oscurecido el empeño español al mismo tiempo que se abrillantaba la esforzada actuación inglesa construyendo una leyenda de orgullo nacional.
Y el hecho es que no existió una victoria aplastante de la flota inglesa, ni siquiera una simple victoria, como lo demuestra la escasa perdida de barcos españoles en la acción. Se perdieron seis naves y sólo dos fueron hundidas como consecuencia del combate y de forma diferida.
La Armada fracasó y en su ruta de retorno, bordeando las islas británicas sufrió graves calamidades. Las razones se encuentran en un cúmulo de factores: la ambición del proyecto, la deficiente comunicación entre ambos jefes, Medina-Sidonia y Farnesio, la ausencia de adecuados puertos de embarque en las costas flamencas y las azarosas condiciones meteorológicas propias de una pequeña Edad de Hielo. Es más que significativo que la Gran Armada era una fuerza tan formidable, que la reina Isabel instó a las tripulaciones inglesas que no volvieran a puerto hasta comprobar fehacientemente que estaban fuera de peligro. Un forzado enclaustramiento a bordo que provocaría más muertos ingleses por epidemias que bajas españolas en los combates o en los posteriores naufragios en la travesía de retorno.
La inolvidable frase de Felipe II , el monarca más poderoso de la tierra, “No envié mis naves a luchar contra los elementos” habla de su profundo convencimiento de haber sido escogido para llevar a cabo una misión providencial. Siempre vio la mano divina en sus derrotas y victorias, lo que le hacía sobreponerse a los fracasos, y no interpretar los triunfos como suyos, sino designios de Dios.
La visión falseada de este episodio se vería complementada por la ocultación de la Contra Armada inglesa. Un ataque contra España de grandes dimensiones. que fracasaría estrepitosamente y que sería hasta la fecha la mayor catástrofe naval de la Historia de Inglaterra. Fue silenciada durante siglos, como detalla Luis Gorrochategui en “La Contra Armada” obra de referencia y ya traducida al inglés.
De entonces hasta hoy, una pléyade de historiadores ingleses y una multitud de “hispanistas” desde Julian Corbett, hasta Geoffrey Parker se han lanzado entusiastas a la glorificación nacional de un hecho asumido acríticamente como verdad indiscutible. Una falsedad consolidada por el desconocimiento, la apatía y desinterés de nuestros historiadores y en el peor de los casos por la propia asunción de la Leyenda Negra en el ámbito universitario, literario y cinematográfico.
Afortunadamente, en los últimos tiempos, se está efectuando una revisión crítica de distintos episodios nuca suficientemente aclarados como la explosión del San Salvador, la sorprendente captura por Francis Drake de Ntra. Sra. del Rosario, o la valiente resistencia de Hugo de Moncada a bordo de la Galeaza San Lorenzo encallada en los bajíos arenosos de Calais. Estos capítulos fueron utilizados de forma propagandística como arma de guerra a través de la impresión de “hojas volanderas” que fueron repartidas por toda Inglaterra por los agentes de la reina y los presbíteros anglicanos.
Haciendo una valoración de la reciente producción bibliográfica, la revisión necesaria, imparcial, documentada y antinegrolegendaria sobre la Armada Invencible se ha producido. Debe fundirse la historia real con la historia oficial y un único relato a la luz de la ciencia y la documentación contra los hechos falseados que construyeron otrora la identidad anglosajona. Un relato que tiznó tanto la perspectiva europea hacia España como la Historia de España en sí misma con una sombra demasiado alargada que comienza a disiparse medio milenio después de que todo sucediera.
Bibliografía
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