Arca de añoranzas


En el rincón estaba la vieja muñeca raída;
también un diario donde albergaba sueños difíciles.
Era el deseo de un gris imperio del tiempo y su herrumbre
basado en el tedio: una realidad presente y dura.

Dormía un arca en el caserón, junto a la chimenea,
cansada de batallar por los recintos familiares
fue llevada al sosiego y abandonada a la penumbra:
sólo la mano del viejo la abre para recordar.

Un ratón eran su visitante y yo en estado triste;
me encantaba ponerme ropas del ajuar de la abuela,
revolver su interior y encontrarme botones de nácar,
las prendas lujosas que una vez la envolvieron de joven.

Por una oquedad accedía al interior prohibido
del arca, un ratón: hallaba su cama, andaba a sus anchas:
la amenaza oculta y velada, de la más bella dama
y su viejo diario -en versos de amor- contaban sus horas.

El abuelo tenía la llave, que nunca olvidaba;
y el baúl guardaba el ajuar de su difunta Matilde.
Ya nadie sabe el secreto del viejo y su arca dormida:
Anselmo ha olvidado la llave al perder la esperanza.

En mi nueva vida acampaba un anhelo; ya de niña
releía los versos de amor de la abuela Matilde.
La muñeca se arruga en silencio y anida el ratón,
pare en su ropa, un día de luna, entre lienzos salvajes.

Hasta que un día Anselmo, visitaba de nuevo su arca
y encuentra su honor mancillado, de añoranzas vacío;
ya nadie sabe qué hay dentro de ella, ha guardado la llave,
tapado su herida, echando al ratón, reñido a la niña.

Anselmo murió, y ahora en su alma la llave descansa;
él nos ha dejado, también, su arca abierta y vacía,
que adorna el cuarto y es donde guardo todos mis secretos:
Mi muñeca raída y “Los Versos de Amor” de Matilde.

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