Los leones


Los veían entrar y salir cada día que había sesiones. Se paraban a su lado y cuchicheaban, tramaban, mentían, conjuraban. Sonreían mientras maquiavélicamente ponían en marcha sus complots. De cara a la galería, eran ciudadanos ejemplares… y ellos pensaban: «¡Menudos ejemplares de ciudadanos!».

Sevillanos de nacimiento, los fundieron en 1865 en la Real Fábrica de Artillería de la capital del sur; pero en otra vida fueron cañones africanos. Quizá resida en eso su espíritu guerrero. Popularmente los llaman Daoíz y Velarde, pero en verdad son la representación de Hipómenes y Atalanta, héroes mitológicos griegos que fueron convertidos en leones por la diosa Cibeles.

Estos leones han escuchado a muchas generaciones de políticos, honrados y corruptos, pero la nueva remesa, se llevaba la palma en estupidez; traidores que querían desquebrajar España y, sobre todo, imbéciles incultos con la nueva epidemia de la corrección política. Estaban hasta las bolas de los diputados y diputadas del Congreso y la Congresa, sentados y sentadas en su escaño y escaña, dando discursos y discursas, llenos y llenas de memeces y memezas.
Si supieran sus señoríos y señorías que Velarde soñaba con retozar con Daoíz, lo acusarían de violación telepática, y si se le ocurriera copular, las feminazis saltarían acusándolo de heteropatriarca. Pero el colmo sería si de esa «violación» tuvieran un retoño, ya que no sabrían cuál de los 112 géneros sexuales (políticamente correctos) distintos de la ONU, decidirían los portavoces y portavozas que sería el cachorrillo o la cachorrilla.

Ante tanto despropósito, Daoíz y Velarde se encomendaron a la diosa Cibeles, Señora de los Animales y deidad de vida, muerte y resurrección. La diosa se compadeció y permitió que los leones salieran de su corteza de bronce. Raudos y veloces, entraron en el Congreso, y, su corazón africano comenzó a latir recordando la sabana y los pastizales. Los cazadores se habían regenerado, la naturaleza los llamó y empezaron a comerse a los diputados (ellos y ellas) haciendo una criba en la clase política. Para postre, se fueron a la Plaza de la Marina Española y se tapiñaron a los senadores (ellos y ellas), que al fin y al cabo, sirven para poco.
De esta forma se acabó con tanta tontería en el Congreso y el Senado.

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