Ser exclusivo no es ni bueno ni malo, mientras la persona pueda decidir con absoluta libertad; lo lamentable del asunto es que algunos seres exclusivos pudieran estar forjando su estratégico plan: incentivar a la masa con chuchainas: vanas promesas incumplidas, violencia televisiva, propagandas..., mientras “se reparten el bacalao” en la otra orilla, ejerciendo el control absoluto, subidos al podium del poder.
A fin de cuenta la masa cumple la perfecta función de rebaño social, para los que manejan el cotarro, y, claro está, a los exclusivos les tienen que cuadrar los números; para ello hacen lo meramente preciso: entre algunas cosas la subida de impuestos, como estamos viendo recientemente. Hoy día son muchos los que sospechan que nunca habrá bastante, ni tampoco será suficiente para equiparar una sociedad consumista con respecto al nivel de vida de unos cuantos privilegiados y que son cada vez más numerosos, mientras el inmenso sector social las pasa canutas para salir adelante.
Año tras año se han ido incrementando los impuestos de los ciudadanos por encima de la subida de los sueldos, desequilibrando aún más la economía; incluso se duda que bajen –gobierne quien gobierne–; hasta es posible que se siga restando aún más el poder adquisitivo de la inmensa mayoría: el que poseíamos antaño, pues cada vez estamos más empobrecidos; para mantener el mismo nivel de vida, vamos vaciando las arcas familiares y sociales. Luego, para decir derechos, pues claro que los hay: el de los exclusivos, mientras pagues religiosamente las prestaciones; en cuanto dejes de hacerlo, te convertirás poco más que en un arrumbado social.
Por otro lado, año festivo está ideado con el fin de acelerar la economía, –entre otras cosas–: el que pretenda estar de fiesta los trescientos sesenta y cinco días sin apearse del árbol del vilorio, puede hacerlo. Ocurre que algunas veces se solapan o siguen creciendo como las setas en tiempos de sol y lluvia, con su sainete oportuno para cada época y todo tipo de bolsillos, mientras saltan –aquí y allá– los típicos mosqueos vecinales, cada vez más sensibles al ruido en una zona de copas (altamente machacada por el público, que también hay que decirlo, ya que cierto personal se fue de Badajoz durante los días del Carnaval para dar paso al disfrute de los paisanos y forasteros).
El caso es que las quejas vecinales van estando a la orden del día y no callan con unos derechos, la mayoría de las veces, no llevados a la practica, pues estós se solapan, anteponiéndose a los intereses económicos: “Cómo vamos acallar el ruido de los carnavales de Badajoz si queremos que nuestra fiesta sea proclamada de Interés Turístico Internacional...” de modo que los vecinos a aguantarse..., (ha habido unas 7000 personas disfrazadas, el éxito ha sido rotundo: no nos podemos quejar) Está claro que el ciudadano paga un gravamen por vivir en la zona céntrica. Nos insertamos en un bucle social un tanto intempestivo... “y si no quiere aguantar ruidos se vaya al campo, señoriíto... no sea usted tan exclusivo, cuando la masa desea divertirse... ”
Y es que los hay que tampoco son felices con tanta pasión festiva: el estrés que provoca las fiestas a las personas que viven en el centro les pasa factura, por mucha ilusión que se hagan las cosas, pues elimina la posibilidad del verdadero disfrute, porque no llegan a reponerse del cansancio, del agobio, del tumulto... cuando ya se está planeamos otra celebración en el mismo sitio.
Supongo que en medio estará la virtud: No hay que pasarse con las diversiones para acallar al pueblo, cosa que viene de largo: se hacía antiguamente con Panem et circenses (literalmente «pan y circo»), expresión latina utilizada hoy en día, que describe la práctica de un gobierno manipulador que “para mantener tranquila a la población u ocultar hechos controvertidos, provee a las masas de alimento y entretenimiento de baja calidad y con criterios asistencialistas”.
Hay ejemplos generales, sobre lo que está ocurriendo hoy día por el mundo: mientras nosotros nos divertimos –sana o insamamente, según los gustos– el poderoso maneja el cotarro a su antojo o exclusiva conveniencia.
El tema viene a colación porque, el domingo 4 de febrero, del presente año, estuve viendo un programa bastante revelador, en TV, donde una vez más se reafirma que “el hombre es un lobo para el hombre” (Thomas bobees: 1588-1679 ) Hablaban de que el origen de las guerras –más que político– es económico. En la mayoría de los lugares que persisten es por la lucha de los minerales de extraordinario valor [el oro (56 dólares por gramo), rodio (58 dólares por gramo), platino (60 dólares por gramo), plutonio (4 mil dólares por gramo), painita (9 mil dólares por gramo), taaffeíta (20 mil dólares por gramo), tritio (30 mil dólares por gramo), diamante (55 mil dólares por gramo), californio (25-27 millones de dólares por gramo), antimateria (62.5 trillones de dólares por gramo)] minerales imprescindibles para el desarrollo industrial (de la joyería, armamento puntero y la tecnología de última generación: ordenadores, telefonía..., entre otros) y que se cotizan en el mercado internacional por ser escasos en la naturaleza e imprescindibles para dicho desarrollo.
Lo vergonzoso del caso es que para asegurarse estos materiales han tenido que construir una cadena humana: comenzando por la explotación de niños y terminando por los dirigentes mundiales que hacen oídos sordos a un terror infringido a los más débiles (pues, curiosamente, donde se extraen estos minerales es donde se percibe más hambruna).
No cabe duda de que mientras se aprovisionan de la materia prima necesaria para el desarrollo tecnológico que compita en el ámbito mundial, a la manada nos entretienen con drogas, violencia televisiva, fiestas sana o insanas... Saquean la Tierra, se excluyen, se elevan por encima de todos o van por otros derroteros: su fin dominar el mercado para hacerse con el poder absoluto... La maldad del ser humano no parece poner limite: va camino de la destrucción de la humanidad con tan de endiosarse, dominar a su antojo: hablamos de la exclusividad del ser.