La era de la revancha


Cualquiera que escribe con la intención de que le lean, se piensa más de dos veces el título de su escrito. No digamos nada si escribes para que se lea en internet, donde por razones de algoritmos y demás brujerías cibernéticas, el título es casi más importante que lo que viene a continuación.

Para elegir el título de este artículo, he pensado en Franco Battiato, cantante italiano de letras surrealistas con cierto humor al que siempre he admirado. Si creó una gran canción llamada “La era del jabalí blanco”, ¿por qué no voy yo a poner un título de un artículo llamado “La era de la revancha? Gracias, Franco.

Para la izquierda mundial la revancha es lo que mueve su mundo. La infame revolución soviética de 1917 marcó ese camino iniciado por Marx: se señala a un enemigo al que tenías ganas, se le insulta, se le persigue y al final se le elimina. Ahí acaba la historia. Sin enemigo, tomamos el poder que nos permite seguir eliminando enemigos si vuelven a aparecer.

El totalitario necesita primero cargarse de odio para que su maquinaria no se pare, igual que un coche necesita combustible. Sin odio y revancha la cosa se enfría y se detiene. En España estamos sufriendo un revival descarnado de ese estilo mafioso que caracterizó a los soviets de Lenin en vida. Lo trágico es que estamos en el s. XXI y los mimbres siguen ahí.

En España la cosa empezó con la proclamación chusca e irregular de la II República en 1931. Se inició la caza sistemática de todo el que no era de izquierdas, ya fuera republicano o no. A las leyes contra el otro de Azaña, Alcalá Zamora, Largo, Prieto y demás secuaces, las acompañó violencia callejera, quemas de iglesias, palizas, violaciones y detenciones arbitrarias del que se consideraba autor de todos los males, o sea, la derecha. El resultado ya lo conocemos: guerra civil y dictadura durante décadas.

El rencor, odio y ganas de revancha del bando perdedor quedaron aparentemente aparcados con la llamada Transición. Los líderes llamados históricos de aquel bando aceptaron que había que pasar página y llamaron a la “reconciliación nacional”. Así se estuvo años, los del felipismo socialista, sin que aparecieran grandes pulsiones de subvertir ningún orden en algaradas callejeras. Pero la llegada al poder del régimen del 11M, o sea, el de Zapatero, dinamitó aquella paz social. Todo saltó por los aires.

La llamada “Ley de la memoria histórica” articuló en pleno siglo XXI toda esa ansia de revancha por haber perdido la guerra del 36. Se creó para eso aunque se escuden en “reparar el daño de las cunetas”. El objetivo es que nada prescriba, que se siga hablando de aquellos lamentables hechos hasta el fin de los tiempos y sobre todo, hacer cargar las culpas a todo aquel que no esté de acuerdo con revivir fantasmas ya enterrados.

En los últimos años aparece Podemos que no es más que la consecuencia lógica del penoso y suicida mandato zapateril. Más populismo y más revancha que realmente es difícil de parar y confrontar. Agitan el sentimiento primitivo, la entraña, la fibra que llevamos dentro, lo convierten en caricatura y se arrogan el derecho de ser los únicos valedores. Agitan ese espantajo demagógico en la calle y en los medios (tomados por la extrema izquierda más bastarda de Roures por ej.) y hacen ver que el que ose a poner objeciones, a matizar el dato o incluso a secundarlo sin estar invitado, es el enemigo a eliminar.

El movimiento de “ganar la calle” vuelve a estar de moda este año. Y lo está porque los del macho-alfa morado están perdiendo en intención de voto. La gente, que al final no es tan tonta, se da cuenta de que no podemos fiar nuestro futuro y nuestro dinero a una colla de revanchistas totalitarios que se mueven a base de soflamas sin sentido, trasnochadas a más no poder.

En España necesitamos modernidad, como dice la gran Cayetana Álvarez de Toledo que se atrevió a contraprogramar la catarata de populismo y exageración el pasado Día de la Mujer del 8M con su artículo “No a la guerra”. Modernidad del s. XXI para superar y arrinconar consignas y soflamas de estas mamarrachas que van de feministas cuando no son más que una colección de radicales que proclaman su anticapitalismo y hembrismo descarnado, revancha en una palabra.

Posiblemente no sean ni muchos menos mayoritarias pero son las que más se ven, que es lo que siempre pasa. Al más radical se le ve más. Poco importa que confundan los términos y razones. Ya no estamos en los tiempos cuando la mujer era legalmente menor de edad con respecto al padre o al marido, cuando se tenía que casar o tener 4 hijos casi por ley. No, los tiempos han cambiado y de qué manera en España que ocupa altos puestos en el ranking mundial de igualdad entre sexos. Poco importa para todas estas que nos hacen ver que vivimos como hace 40 años.

No vemos que la cosa mejore a corto plazo. Se enganchan a cualquier banderín, toman las calles y ya tiene su cuota de pantalla asegurada un tiempo. Ahora es el feminismo, antes los jubilados, después los estudiantes, después serán las mascotas o todo lo que vaya interesando. Solo podemos esperar a que el tiempo pase y la masa crítica se dé cuenta de la manipulación burda del sentimiento humano como ya se ha dado cuenta al ver la caída en las encuestar de Podemos.

Estamos en plena involución política de extrema izquierda con este movimiento radicalizado e infantil, que se puede convertir en leyes con un gobierno en minoría tan asustado y cobarde. Ahí está ya el PSOE que ya ha registrado iniciativas parlamentarias para multar a las empresas si “no cumplen con la paridad en sus empleados” o las paniguadas del sindicato CCOO, regadas con millones de euros de dinero público atreviéndose a proponer prohibir libros o el fútbol en las escuelas para hacerlas puramente feminista.

Todo es meter sus manazas en la libertad de empresa, individual, escolar o en cualquier libertad, que es uno de los principios más básicos de Occidente. Un Occidente que es el enemigo a eliminar, precisamente.

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