Ezequiel Tena en Radio Utiel: 'Me llamo Ulises'

Tras la presentación en Requena de su libro Me llamo Ulises el pasado mes de diciembre 2017, nuestro colaborador Ezequiel Tena García fue entrevistado en Radio Utiel el 1 de febrero 2018, un día antes de la presentación del libro en dicha localidad.

Me llamo Ulises

A medida que en los albores de la civilización el ser humano domesticó plantas y animales y convirtió el paisaje agreste en el espacio hogareño a su medida, el proceso lo ató al territorio. Las vacas viven en granjas y los hombres en las ciudades. En el pasado siglo no pocos autores –Nietzsche por nombrar al más eminente y también José Ortega y Gasset cuando lamenta la pérdida de energía vital de los pueblos- anunciaron amargamente la naturaleza decadente del hombre domesticado. Hasta qué punto ha sido esto inevitable y finalmente intencionado o programado y también la profundidad con que ha penetrado el amansamiento en el espíritu de los hombres, dan buena cuenta la nostalgia y el pesar por el paraíso perdido no sola y originalmente propios de la cultura judeocristiana. En época tan temprana como el VI antes de Cristo Lao tse en su tao te Ching canta al paraíso perdido; en la actualidad la llamada corriente New Age, con sus no pocas patrañas, también añora el paraíso. Muy elocuentemente la expulsión del hombre del paraíso es conocida como el mito de la caída del hombre. Un espíritu empecinado de nuestros días se rebelará incómodo contra las fuerzas coercitivas, agresivas e imperiales que se aprestan en la antesala de su frente contra su ansia de individualidad. La filosofía del sujeto como hundido en la niebla está muy presente en nuestros días. En este mundo sin cordura ha triunfado la tesis que presenta la humanidad como resultado de un accidente cósmico. De ahí el desamparo que se extiende como el fuego por un reguero de pólvora. No otra cosa somos que el producto fortuito de un universo cuyo devenir vaga al azar sin propósito ni finalidad. Queda vencido y caduco el sentido de la vida en la filosofía exterminadora de la naturaleza. Quiero llamar la atención sobre un pensamiento que subyace sin asomo de autocrítica en la cosmovisión de nuestro presente: el ser humano cree en esto o en lo otro porque sí. Un meramente porque sí responde a las cuestiones finales: allí dónde se agotan las causas y porqués creemos porque sí. Si pregunto lo que estamos pensando en este momento, seguramente en casi todas vuestras mentes aparece la cuestión de la existencia de Dios. Pero hay otras materias en que no reparamos habitualmente y en las que nos conducimos con piloto automático. Se nos ha ofrecido una alternativa a Dios en la forma deificada de la Selección Natural. Como todas las ciencias, la biología tiene su objeto. En su caso es la vida. Sin embargo -también le sucede a todas las ciencias- el objeto, la vida, surge ante los ojos del científico como el objeto dado. La neurosis de la ciencia, el punto al que no llega, consiste en su impotencia a la hora de atinar el origen del objeto. Esta es la vida: estúdiala; esta es la materia: estúdiala; este es el hombre: estúdialo. El objeto de las ciencias está dado de antemano. No es que no sean loables los intentos de explicación, es que siempre resultan insuficientes. Con cada descubrimiento se mueve el misterio unos metros más allá, inagotable, y entonces surge otra vez el por qué último. Se ha propuesto una metáfora que ilustra la absoluta improbabilidad de la vida como fruto accidental del azar. Es la siguiente: Imaginad que introducimos todas las piezas sueltas de un avión comercial, tuercas, tornillos, arandelas, botones, asientos, mandos, etc. etc. en un baúl grande y que acto seguido son arrojadas al aire por una fuerza poderosa: ¿cuál es la probabilidad de que al caer las piezas tengamos el avión construido y listo para el vuelo? Pues de este orden es la probabilidad de que a partir de estarnos dado todo lo necesario (elementos químicos, moléculas, catalizadores y las precisas condiciones ambientales) surja la vida. Pero es claro que la vida existe y es un hecho. Y también que existe una vida superior que reflexiona sobre todo esto, la totalidad, y que por ende se piensa a sí mismo. Somos nosotros. Pues bien: con la fe del converso tenemos que aceptar –porque sí y ya que creemos porque sí y porque se nos exige- que somos la culminación de una serie interminable de accidentes cósmicos encadenados uno a otro y todos casi imposibles. ¡Manda narices! Desechamos que existe un plan a grandes rasgos, claro, porque concluir de la evidencia de que los 15.000 millones de años de transcurrir de nuestro universo siguen un trazado milimétrico que expresan un sentido se nos antoja una empresa irracional. No estoy diciendo que tú, tú o yo hayamos sido programados al principio de los tiempos y menos aún que todo estuviera listo desde entonces para que hoy nos encontrásemos juntos en esta sala. Nada de eso. También experimentamos que somos libres, que dentro de la especie somos fruto del azar o de un montón de cosas que no podemos controlar. Envidio a aquellos de nuestros ancestros que consignaron y dibujaron en las piedras, en las cuevas y en los monumentos megalíticos los resultados y previsiones de su observación: los ciclos de la vida, de las estaciones, de las estrellas, de los eclipses, y que asumieron la obra del relojero universal con ingenuidad y reverencia. Ellos estaban pensando “quiénes somos”. Pero ya así madrugaba la ajenidad que el hombre siente respecto al mundo. ¿Por qué estoy hablando de esto? Porque quiero poner en situación el libro. Hace mes y medio que vio la luz y muchas son las cosas que me han preguntado y las opiniones que he recibido. Escribí Me llamo Ulises bajo las condiciones de unos principios muy claros que a lo largo del libro son puestos en duda, cuestionados, dados la vuelta y finalmente restituidos en una forma nueva. Ulises u Odiseo regresa a casa, pero ni Ulises ni su hogar permanecen inalterados en el tiempo que dura la Odisea. Me llamo Ulises no es una novela intimista. Por más que trate lo psicológico no lo hace nunca de forma aislada respecto a lo filosófico. Si efectivamente fuésemos un accidente cósmico y entes aislados del mundo, cuya consideración abre las puertas al nihilismo, al ateísmo, al existencialismo y a todas las filosofías desesperadas, lo psicológico estaría justificadamente separado del mundo. No podrían imprimirse ni enmarcarse las peripecias de la mente en el mundo. En la separación del yo y del mundo está la novela intimista. Por esta y otras razones Me llamo Ulises no es una novela intimista. Para el novelista de la exageración de lo íntimo, la vida aspira a lo sumo a encontrar justificación en la vida misma. Dado que yo –y también Ulises- no somos obsesos de las cosas íntimas en las cuáles uno no puede hallarse sino encarcelado, mi libro no puede ser intimista. Está también, y a la misma cota que el yo, el mundo. El mundo con el que cada protagonista tiene que habérselas. Porque cuando el yo lo es todo y lo demás una entidad separada, me parece hallarme ante una cosa triste, degradada e insuficiente. Las novelas intimistas sólo son de aire. Ulises, que desde siempre se ha considerado en las antípodas del materialismo, concibe el alma como significativamente ligada al fondo común del mundo: nunca como el objeto etéreo que pasaba por aquí. Sin verdad no podría existir la ciencia. Sin verdad tampoco es concebible la libertad: la libertad sin verdad es libertinaje. Ulises se encuentra, bien que con mucho disgusto, en el mundo que le ha tocado vivir. Realmente no sabe lo que quiere y está en búsqueda. La búsqueda misma está proscrita en esta sociedad que espera del individuo su pronta puesta en servicio. Se trata de un individuo rayano en los treinta años que finalmente descubre la necesidad de restablecer la fuerza que el imperio de lo colectivo le ha robado. Viene de un mundo atenazado firmemente por unas reglas autoritarias que buscan vencer la individualidad del ser humano y domesticarlo. Esa agencia poderosa somete al individuo a cuestión, tal y como hacía la Santa Inquisición, hasta ahogar sus dudas y vencer su resistencia: en esto consiste la domesticación. La Agencia está formada por todas las instancias invisibles de que se vale el poder para acabar con la rebeldía. No figura explícitamente en el libro, como muchas otras cosas que dejo a la libre interpretación.
Me refiero a la Agencia tal y cómo la describe Fernando Broncano en Sujetos en la niebla. Ésta, en cuanto a la forma de violencia que exhibe, considera al hombre una tabla rasa en la que reescribir los códigos nuevos, un disco duro borrado y listo para archivar datos nuevos, o una esponja que puede ser exprimida y sumergida en un líquido compuesto de valores morales que le son por completo ajenos a ese hombre. A la imposición debe ser sometido y presentar la rendición. Se llama ingeniería social.
Vemos cómo se legisla en nombre de una paz que no comprendemos, que es en realidad la mansedumbre, y contra la paz de los espíritus que son nuestras almas. Lo terrible de esta violencia ejercida por la Agencia radica en que el campo de batalla espiritual ha sido hábilmente instalado en la intimidad de la persona. Así es el propio individuo el encargado de ejercer la violencia contra sí mismo y así exactamente se autorregula el sistema. La depresión es el arma depurada de la Agencia.
Pero la mentira va a estallar. La obra de los ingenieros sociales va a derrumbarse sobre sí misma; y tal vez y sobre todo por el tiempo global que nos toca vivir, arrastre la mentira en su desmoronamiento a toda la Humanidad. Así actúa la última edición del colectivismo llamado globalización. ¿Otra globalización hubiera sido posible? Ojalá. Si existiera la llamaría universalización. Pero me salgo del ambiente de esta historia que considero la vivida. Ulises muestra la imperiosa necesidad del hombre empecinado, del hombre dotado de memoria humana. En su periplo tan viejo como el mundo, Ulises aúna todas las crisis y colapsa con ellas: psicológica, social, filosófica, ecológica y sistémica. Tal vez es necesaria una crisis aguda de la personalidad para tomar conciencia de ello. Un no encajar en el mundo y la implosión a causa de la culpa llevarán al protagonista a indagar y experimentar la crisis total, a combatir los fantasmas, a recrear el alma de los escenarios, a presenciar el No-Mundo y a alcanzar la sorprendente salida.
Me llamo Ulises es una novela sobre la crisis total, un relato en la encrucijada.

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