El tiempo agradecido


Por Pedro Jaén


Un profesor trabaja para la eternidad: nadie sabe dónde termina su influencia.
Henry Brooks Adams

Entre los roles o perfiles con los que uno brega al cabo del día en este maravilloso oficio, el del antiguo alumno es sin duda el más sui géneris. De alguna forma, constituyen un espejo en el que mirarse y siempre un nuevo motivo de reflexión.

Recibí, en la mañana del viernes 17 de noviembre 2017, el correo de un antiguo alumno de la primera promoción a la que di clases en el Colegio Internacional Europa. Vamos, nuestra casa.
En su correo, proponía dar -junto con más antiguos alumnos- unas charlas a los de Bachillerato para aconsejarles y orientarles en lo que venimos a llamar el 'Programa Navegar' de orientación profesional.

Fijaos qué grande: volver a casa para enseñar parte de lo que ahora son a los que -como ellos en su día- están a punto de zarpar. Y más, en este mundo de mar tan revuelto en el que tanto se agradece que alguien de casa te hable de verdad, sin postureo.

Y también, permitidmelo, qué orgullo. Decía sabiamente Arthur C. Clarke: "El profesor que puede ser sustituido por una máquina, debe ser sustituido por una máquina." Esos antiguos alumnos, cuando vuelven al cole por la fiesta de Navidad, vienen preguntando por Lola, por Nacho, por Carlos,... Por personas insustituibles. Porque los profesores, al final, va a resultar que somos eso: personas. Con la responsabilidad más grande del mundo, probablemente, pero con los defectos que un ser humano puede tener. Y son esos antiguos alumnos tan cariñosos los que precisamente le llenan a uno y aportan ese cierto valor vital, esa utilidad. Por tener, tengo antiguos alumnos especialistas en el Virgen del Rocío, pilotos en el Ejército del Aire, directivos en multinacionales,... pero es que igual de orgulloso me siento de aquellos que están en un Ikea o en un negocio familiar, emprendiendo o vete a saber haciendo qué para desarrollar, al fin y al cabo, lo que siempre llevaban dentro.

Y es que los antiguos alumnos son el tiempo agradecido. Y me vais a perdonar aquellos de los que se me olvida el nombre cuando me los cruzo por la calle o en el Mercadona, porque los nombres al final son lo de menos. Lo que jamás se me olvida es el alma de cada uno al reconocerlo. La impronta que me dejó y todo aquello que aprendí teniéndolo enfrente en el pupitre. Qué satisfacción más grande haber dejado alguna pequeña huella en sus almas.

Sí. Esta columna, queridos antiguos alumnos, va por vosotros. Gracias por existir.

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