Diálogo


Bueno, diálogo. Monólogo mejor dicho.

Tras la soberbia lección de prudencia del presidente Rajoy –y de paciencia de los españoles que esperamos una respuesta contundente al separatismo manipulador– en relación a la aplicación de algún artículo –el que sea ya– que empiece a poner algún tipo de fin a este esperpento que culminó con la representación teatral de una supuesta votación democrática y pacífica por parte de todos los catalanes (o sea, del referendo ilegal e inconstitucional separatista), Puigdemont le responde con una cartita de esas que suenan a romance en edad primaveral: «Mariano, tenemos que hablarlo».

Hablarlo. Hablarlo para Puigdemont y familia es poner encima de la mesa aquello que una minoría lleva tiempo imponiendo a su propio pueblo, y que el Gobierno acepte. Pero ahora sí hemos llegado a lo del diálogo. Ahora que la parte política catalana del conflicto –porque la parte social sigue cegada– ha visto algo más que las orejas al lobo, piden parlamento. Ahora que Europa se ha ratificado en defender la constitucionalidad español, que es la que solo admite, piden conversaciones. Ahora los Rufianes solo hacen pequeñas apariciones en Twitter, el circo donde mejor se desenvuelven, haciendo las delicias de los zaskers.

Ya no sirven los pulsos, las demostraciones de fuerza en las calles con la estrellada de los estrellados. No. Es la hora de cambiar de estrategias. Es la hora de decir que Cataluña es Europa –cuándo se ha visto un nacionalista europeísta–, y de pedir ayuda como si se tratara de un gueto perseguido por los españoles. Los españoles; esos fascistas imperialistas, que pretenden acabar con la rica historia de su país imaginario. Pues sí. Ahora piden ayuda a la comunidad europea; esa misma de la que quemaron su bandera junto una de Francia y otra de España, y a la que hoy lloran, vídeo ON –como hicieron los ucranianos con Rusia– con una actriz de mercadillo que, sin embargo, representa a la perfección lo falaz que rodea a este independentismo provocador y supremacista. El victimismo y pacifismo del que hacen gala al exterior es, en realidad, la piel de cordero que cubre al monstruo. Un monstruo que es capaz de canibalizar ideológicamente a sus propios niños –educar le dicen– para convertirlos en futuros antiespañoles con toda su liturgia de odio y realidades falseadas.

Dialogar. ¿Quién pacta con quien se salta la ley? ¿Quién acepta imposiciones del que no es capaz de acatar las normas de convivencia democrática a la que se debe por encima, incluso, de estatutos autonómicos?

La estulticia del ignorante –que además de tal es tonto, que son cosas diferentes– que se pregunta con socarronería si vivimos en una democracia. ¡Como si esto fuese Corea del Norte! La demagogia del que sabe que las normas están para cumplirlas para que así exista tal democracia y que solo ve réditos políticos en una posición que representa el respaldo buenista (¿o será oportunista?) a la sedición, dejémonos de medias tintas, es lo que ha dejado a la vista el fracaso rotundo del cacareado referendo y el postrer posicionamiento de la comunidad internacional a favor de España, dejándolos sin más apoyos que los de su propio y dolido orgullo endogámico en el que se revuelcan hasta el orgasmo y del que se jactan.

Mientras se espera al jueves para ver qué determina, por fin –esperemos– el presidente español, todos hablan de diálogo. Pues, ¿saben aquel que diu DUI? ¿No querían unilateralidad? Pues san Pedro se la bendiga.

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