D. Pedro de Lorenzo: la entrevista

D. Pedro de Lorenzo Fuentes -Licenciado en Filosofía y Filología Románica- hizo su tesis doctoral al mismo tiempo que recibía un curso de Especialista en Literatura Infantil y Juvenil impartido por Dña. Carmen Bravo-Villasante en el Instituto de Cultura Hispánica. Seguidamente, interrumpió la docencia para trabajar en un centro de documentación científico-médica, en donde tuvo la responsabilidad de cuidar el español de los documentos que generaba dicho centro.
Desde el curso 1992-1993 se dedica a la enseñanza en el prestigioso Colegio Internacional Europa de Espartinas (Sevilla). En este centro privado se han educado sus dos hijos y ha desempeñado numerosas funciones. Actualmente es responsable de las relaciones con las editoriales, Jefe del Departamento de Lengua Española y Literatura y miembro de su Consejo Rector.
Entre sus escritos destacamos 'El presente', que en marzo de 2008 publicamos en LETRA LIBRE como artículo fundacional de la revista.
En junio de 2016 nos concede esta entrevista que realizamos encantados.
Fotografías: Pedro Jaén.

D. Pedro, ¿quién le inculcó el amor por las letras?
No fue ninguna persona, sino dos cosas: el cine y la radio.
- Vamos con el cine:
Mis padres acostumbraban a ir todos los domingos al cine y, a partir del año o año y medio de edad, yo les acompañaba. No querían dejarme solo y además comprobaron que yo con ellos en el cine no molestaba en absoluto. Creo recordar la pantalla llena de manchas blancas y negras que se movía a velocidad vertiginosa mientras varias voces hablaban.
Pero llegó un momento (¿quizá a los dos años de edad?) en donde esas manchas bicolores de la pantalla ya no las veía como manchas, sino como figuras y las voces se transformaron en palabras.
La primera película que recuerdo fue la primera versión que se hizo para el cine de Tarás Bulba. Me encantó. Y lo más curioso es que la comprendí perfectamente en todos sus momentos esenciales.
Bastantes años después volví a verla interpretada por Yul Brynner (el actor rapado que también hizo de Ramsés II en “Los 10 mandamientos”). Ya la vi en color. No me disgustó. Pero la primera versión me pareció más profunda y sugestiva.
- En cuanto a la radio, ocurrió más o menos así:
A los siete años (la edad correspondiente a un segundo de primaria actual), en el colegio donde estaba se leía una versión reducida de “El Quijote” (cuatrocientas páginas largas). Era la primera lectura que se hacía, después de haber pasado por la lectura de una cartilla y de un libro llamado “Mi Infancia”. Cuando leíamos en clase todos en voz alta, lo que decían mis compañeros y lo que leía yo me parecía un sinsentido, mera palabrería.
Pero la suerte jugó a mi favor de la siguiente manera: por Radio Madrid se difundió una versión íntegra de “El Quijote” capítulo a capítulo de lunes a sábados. La voz de D. Quijote la ponía genialmente Antonio González y la de Sancho Panza, el actor José Franco. Como a mí me gustaba mucho escuchar la radio y tenía mi versión escolar de El Quijote, decidí escucharla siguiéndola con mi libro. Lo hice durante mucho tiempo y muchas veces me perdía porque lo que se decía no estaba en mi texto y otras veces no podía leerlo a la velocidad en la que se hablaba.
La verdad es que escuché todos los capítulos con un extraordinario interés y pasión, y lloré amargamente el testamento y la muerte de D. Quijote.
A los 19 años cayó en mis manos la obra original de Cervantes y me la leí, con el debido tiempo, toda entera. No daba crédito a la perfección formal de lo que estaba leyendo, ni a lo humano y entrañable de muchas de sus escenas. Siempre me pareció la perfección.
En relación a esta anécdota radiofónica, me gustaría señalar que en la lectura que hice a los 19 años era plenamente consciente de que estaba realizando una segunda lectura y lo más curioso de todo es que lo que pensé y sentí entonces era prácticamente igual a lo experimentado a los siete años.
Estas experiencias personales me han servido de extraordinaria lección para mi vida docente. Sé, por experiencia propia, que un niño, ante circunstancias especiales, es capaz de entender y hasta de comprender con bastante precisión situaciones de especial profundidad y de sensibilidad muy acusada.

¿Qué es usted, hombre más de libros o de afectos?
Los afectos constituyen la esencia de las personas.
Los libros, los buenos libros, son una de las construcciones de esos afectos.
Para resumir. y para ser más exacto a la vez, creo que lo primero de todo es el cariño.
Todo lo demás, en la medida que es valioso, es consecuencia de él.


¿Cuál es el libro que más emociones le sigue despertando?
No hay uno solo, hay muchos. A parte de los dos ya mencionados, El Quijote y Tarás Bulba, hay una infinidad.
Sin pararme nada a pensar, puedo citarte dos novelas, las dos entrañables y muy distintas en su forma, “El pesador de almas” de André Maurois y “Diario de un cura rural” de George Bernanos.
Como algo para mi muy divertido y entretenido, toda la corta obra teatral del latino Terencio.
A quien se atreviera con el ensayo, una obra extraordinaria: “Literatura del siglo XX y cristianismo” de Charles Moeller.
Eso por citar algo que me acude a la memoria inmediata. Pero la verdad es que existen muchos miles de obras de las que la creación humana puede sentirse orgullosa.

Hay personas a las que los años los estropean. En cambio, a usted le siguen sentando bien. ¿Cuál es el secreto de su juventud?
Lo que yo creo de esto es que a más clara, más libre, más potente inteligencia, mayores signos de bondad. Cuanto mejor es una persona, mejor demuestra su inteligencia. Dicho esto, debo añadir que no soy inteligente y, por lo tanto, tampoco demasiado bueno. Pero, hablando con plena sinceridad, procuro ser lo mejor posible.

D. Pedro, seguro que de mayor es usted más “travieso” que de niño. ¿En qué tramo de su vida perdió la vergüenza?
Más que “travieso”, diría “alegre”. La alegría es la manifestación más evidente de la realidad.
La afirmación tan rotunda que acabo de hacer no me parece algo opinable, subjetivo, sino un hecho que cada uno de nosotros puede comprobar en cualquier momento: como mejor amamos y conocemos a cualquier persona es conociendo de él lo que le gusta, en qué personas o cosas entrega su vida.
Un sociólogo o un historiador comprendería, de forma más acertada que de cualquier otra, aquello que estudiase, si atendiera , muy principalmente, a todo aquello en lo que una sociedad determinada se distrae, se entretiene, se lo pasa bien, goza con ello, siente con su presencia alegría.
Cuando la alegría duerma, el sueño de la muerte la reemplazará.


¿Siempre quiso dedicarse a la enseñanza? ¿Estaba usted destinado a esto? ¿Tiene alguna otra vocación?
Creo que la educación se ha instalado dentro de mí como una vocación. La vocación, como el amor, es una conquista; por tanto, he ido yo mismo hasta los sitios donde mi música interior, en silencio y libertad oída, me iba indicando.
Probablemente fuera mi destino, en cada momento aceptado. Varias leyendas antiguas en varias civilizaciones, refieren que Dios, al crear los seres, les pidió un cierto permiso para ser eso que son, y lo hizo muy especialmente en el caso del hombre por sus características superiores de comprensión. Dicen también que ese permiso se olvida al nacer, y, por supuesto, ese animal más consciente que es el hombre, igualmente lo olvidó. Solo que, como la sensibilidad humana se acerca más que ninguna otra a lo espiritual, imagina las mejores situaciones posibles y algunas, en tanto que perfectas, se asemejan a la verdadera realidad, a la divina.
Paralelamente a los mitos, y siempre aceptándolos como fuente indispensable de conocimiento, me parece que cada cosa tiene su naturaleza propia, que, en el caso del hombre, él mismo se la va labrando, la va formando cada día a la medida que él cree y necesita que sea; cada persona hace, construye, su propia existencia, su peculiar forma de ser; señala, define sus gustos y vocaciones hasta que termina su vida, de la misma forma que un escritor elabora una obra de cualquier género o un músico su canción.
La verdad es que siempre me gustó exponer mis ideas con las personas con las que tenía confianza y me ofrecían credibilidad, porque, al exponer las ideas propias a otros, te das cuenta de lo consistentes o inconsistentes que son, al sacarlas de tu interior para los otros.
Sin embargo, la vocación, la verdadera vocación es, como el amor, una conquista del ser humano, algo que te sobreviene después de una experiencia de trabajo, de entrega, de manifestación de lo que uno es y ha conseguido ser. Entonces hay un reconocimiento, una aceptación de los demás y, a la vez, un deseo de que ese enlace se mantenga y refuerce.
Ahora sí puedo decir que me siento con vocación docente. Si algo sé, no tengo reparo alguno en comunicárselo a cualquier persona dispuesta a escucharlo, a atenderlo.
A parte de la vocación educativa existen múltiples gustos, algunos de ellos muy vinculados a la educación. Por ejemplo la lectura. Los libros siempre me han gustado; creo incluso que algo entiendo de libros. Al hojear rápidamente un libro, aunque no sea del ámbito de mi conocimiento directo, creo poder opinar si es bueno, malo o regular.
El cine y el teatro también me gustan. Me gusta hablar. Me gusta mucho escuchar y aprender. Me gusta pasear, caminar, y me serena la vista de la naturaleza. Pero, lo que más me gusta de todo, es estar con alguien a quien yo quiera y de quien me sienta querido, y disfrutar con plena consciencia de esos divinos momentos.

¿Cuáles son, en su opinión, los pricipales problemas a los que se enfrenta la educación en nuestros días?
La contestación a esta pregunta se podría alargar mucho y, además, ser evasiva. Voy a procurar ser breve y directo.
Existen problemas que derivan de los cambios sociales, por ejemplo, la existencia de internet y la mundalización informativa que este medio conlleva y, como problema, la pereza mental a la que habitúa ese sistema y, consecuentemente, a la superficialidad de apredizaje a la que arrastra. Problemas de este tipo siempre existen, y en la medida que la cultura progrese, se resuelven o se enquistan, porque no siempre hay avance y progreso cultural; hay avance del tiempo, pero no necesariamente de la cultura.
El problema radical de la educación no es el que proporciona el distinto tiempo que va pasando, sino que, como la educación es la manera en que el hombre se va haciendo cada vez más persona y, por tanto, es decisiva en su vida, resulta un arma de poder de interés máximo. Quien tenga en sus manos el dominio de la educación, tiene en sus manos el dominio de la sociedad; por eso, desde siempre, se la ha querido dominar y manejar.
El problema básico de la educación, siempre desde mi punto de vista, radica en que aquellos que la dirigen no son docentes, sino gobernantes. Podrían ser gobernantes y también, además, docentes, pero no lo son. Solo la tienen para manejarla de acuerdo con sus intereses, y esos intereses no suelen coincidir con lo educativamente bueno.
Quien domine y maneje la educación (si no es un docente vocacional) puede terner en sus manos a la sociedad, ocultando a ésta lo que a él le venga bien hacer, y también falseando la realidad, mintiendo sobre esta realidad, de acuerdo con sus conveniencias. El bajar, subir y desviar nieveles educativos, el cambiar constantemente de leyes sin buscar la mejora e la educación y la permanente cerrazón a trabajar en la mejora educativa durante décadas, pueden ponerse como ejemplos aclaratorios de la respuesta que acabo de manifestar.

¿Cuál considera que debe ser el principal rasgo distintivo del docente?
Yo creo que el docente debe ser “un provocador de cariños”.
Las personas que el docente trata de que aprendan algo te deben admirar, te deben ver responsable, flexible en los planteamientos, ágil en las decisiones, comprensivo, que sabe hacer trabajar y facilitas los medios para que ese trabajo se lleve a cabo, debe sentir que le atiendes, que le comprendes, que le ayudas, que le abres al mundo y que le quieres.
Todas estas “formas”, plenamente vividas, te conducen a ser ese “provocador de cariños” que el docente debe ineludiblemente ser.
El hombre, la persona, solo aprende a desarrollar su condición de hombre mediante el cariño. Es evidente que también puede aprender muchas cosas sin necesidad de cariño alguno: idiomas, matemáticas, historia, tecnología, deportes, etc., etc. Pero, que satisfagan y den el necesario impulso a que se desarrolle la persona que cada uno de nosotros llevamos dentro, solo es capaz de hacerlo el cariño.


¿Qué perseverancia le gusta más: la se Sísifo escalando la montaña o la de Ulises de regreso a Ítaca?
Sísifo y Ulises son dos grandes personajes. Quizá ni existieron. Pero sus creaciones son referencias de modelos humanos a los que imitar.
Existen varias leyendas en donde Sísifo y Ulises (Odiseo) aparecen como coetáneos, y no solamente como héroes que vivieron durante una misma época, sino como hermanos de un mismo padre.
He mirado con cariño y pasión a los dos, y a los dos admiro y quiero. Pero yo siempre me quedo con Ulises.
Probablemente, ningún héroe haya conseguido ser tan inteligente, perseverante y dominador como Sísifo. Cuarto hijo de reyes supo muy a tiempo que no conseguiría el trono de su padre y él se hizo rey del territorio que eligió y creó para su reino: Corinto. Fue el fundador de los juegos ítsmicos. Fue el que venció, encadenó y retuvo al propio dios de la muerte: Zánatos. Y fue el único mortal que, una vez fallecido, consiguió engañar a Hades y lograr que el poderoso dios, en contra de las leyes cósmicas, le devolviera al mundo de los vivos.
Pero la suprema inteligencia de Sísifo es exclusivamente lógica, de una tal pureza mecánica que no permite la entrada al sentimiento, a la tierna emoción, al cariño, y, por eso, resulta vana, absurda, inútil.
El laertíada (hijo de Laertes) Ulises también era muy inteligente, con una extraordinaria habilidad para resolver problemas y crear situaciones favorables. Pero, en cambio, su mente era preclara: supo colocar el cariño como guía y motor de sus acciones, y eso le transforma en un un ser enteramente distinto, en una persona siempre admirable, en un permanente maestro.

¿En qué momento deja una persona de ser un niño?
La pregunta puede contestarse, bien contestada, de diversas formas, porque esta pregunta presenta varias caras, como un poliedro.
Si yo me fijase en la cara más brillante, aquella que acapara toda la luz, contestaría que uno deja de ser niño, cuando llega a ser padre.
Entonces el niño actúa como lo hacía la persona que estaba siempre junto a él atendiéndolo, cuidándolo. Se convierte, mediante esa transformación, en un generador de cariño, en lugar de un receptor.
El niño y el adulto siempre van juntos en las personas. Son dos caras de una misma moneda: en una se desea y se recibe, en otra se complace uno y se entrega.
Uno empieza a madurar, cuando es capaz de ir regalando su amor a otra persona, para que esta se alimente y sea capaz de vivir. Es en ese momento cuando el jardín de tu alma deja dormir la luz de la niñez y empezamos a madurar, a estar en sazón.

Usted piensa que la vida es una conversación... ¿Qué le importa más: el tema o el contertulio?
Creo que la vida se asemeja a una conversación en tanto que es un permanente intercambio de acciones y reaciones de uno mismo ante los distintos personajes o interlocutors del mundo. La vida es como un teatro. Nuestro genial Calderón puso a una de sus obras el título de “El gran teatro del mundo”. Si nos ponemos a recorder, fácilmente constatamos que nuestra vida consiste en una gran serie de situaciones y conversaciones.
Por todo esto, no parece dispartado pensar que cuanto más se conversa, de cualquier forma que se haga esta conversación, más se vive. Además creo que ir consiguiendo conversaciones cada vez más profundas y seductoras es una tarea específicamente humana.
Conversar, dialogar, es propiamente humano, una acción que distingue al hombre del resto de los seres. Las personas son las que hacen este tipo de acciones, y esas acciones no existirían, si las personas no existieran. Las personas, por tanto, son las decisivamente importantes.
Donde esté algo y esté una persona, lo más importante es la persona, lo más excelso de la naturaleza.
Esto de la “conversación” y de la “persona” es curioso, y puede ayudar a entender major la relación entre ambos la etimología, el origen de la palabra “persona”. Viene del latín “persona” que es la mascara que los actors de teatro se colocaban para interpreter los distintos tipos de personajes que iban a interpreter. Había mascara de mujer, mascara de hombre, mascara de viejo, mascara de joven, mascara de tragedia o de personaje triste, oprimido, máscar de comedia o de personaje distendido, alegre. Según viera el espectador la mascara, ya sabía qué tipo de personaje iba a hablar. La calidad de la obra teatral dependía de lo acertado, de lo importante que dijera la mascara teatral, la “persona”.


¿Qué consejos les daría a los que no tienen la fortuna de ser como usted, naturalmente bondadosos, para llegar a serlo?
Aunque ni mucho menos creo ser bondadoso en la medida que debiera, me permitiria invitarles a que miraran lodo lo que les rodea sin prejuicios y, desde luego, trataran de conocer la realidad que ellos mismos son, que desarrollaran su personalidad, su naturalezan.
Es una tarea que, así expresada, parece fácil, pero que en realidad es la elaborarión, la construcción del personaje que uno hace de sí mismo. Parece fácil, pero la construcción del personaje que uno quiere llegar a ser es la tarea más difícil e ineludible de todas.

¿Se puede aprender a ser bondadoso? ¿Cómo?
Claro que sí. Basta con ir eligiendo libremente todo aquello que responda a nuestros deseos más verdaderos, más profundos.
Nuestra vida se va elaborando, labrando, a lo largo de nuestra existencia; es como la creación de un poema, o de una novella, o de una obra teatral, como la composición de una sinfonía que vamos fabricando, modelando, hasta que concluye, hasta que la vida pone su fin.
Y claro que puede conseguirse. Basta emplear el sentido común, de poner en juego la capacidad racional que cada uno de nosotros tenemos, es decir su inteligencia lógico-matemática, su sensibilidad y lo que la experiencia le va enseñando. Si así armonizara su vida, llegaría a la conclusion de que los seres existen y prosperan en la medida que tienden a ser buenos. Comprendería entonces que la bondad es la expression suprema de la inteligencia. Llegaría a enterder con claridad que la bondad (por su puesto no la “bobalicoleria”) es la cima más alta de la inteligencia y, en consecuencia, procuraría obtenerla.

¿Cuál ha sido su mejor momento vital?
Un momento vital espléndido es el día en el que uno logra enamorarse, el día en que uno siente que alguien le acepta plenamente y él se entrega con la misma confianza inquebrantable.
Pero si ahondando serenamente en la pregunta, creo que realmente mi mejor momento vital fue el haber nacido, el poder vivir una aventura exclusiva, una aventura que, como todas, con el tiempo acaba, en donde te sientes siempre conducido y en donde vas marcando en cada instante tus preferencias.


¿Cuál ha sido el reto más difícil al que ha tenido que enfrentarse en la vida? ¿Cómo lo hizo?
Creo que el reo más importante con el que me he enfrentado es el de conseguir ver algo de la realidad de mi mismo. Eso me ha hecho ver lo que en realidad valgo, que es solo lo que la vida nos da, lo que nos dan los demás.
Esto tiene muchas consecuencias, por ejemplo, la de valorar muchísimo la humildad (“humildad” viene de la palabra “humus” que significa tierra, que es nuestra propia materia). La humildad te hace crecer en sabiduría, porque miras de otra manera, sin engreimiento, valorando a quien tienes delante, comprendiendo mejor todo lo que te rodea. Con ella, escuchas más, entiendes más, te proporciona más alegría, más sensibilidad, más generosidad, más coherencia, más felicidad, más “humanidad”.

Probablemente muchos de sus antiguos alumnos lean esta entrevista. ¿Qué les diría?
Lo primero que los quiero muchísimo y que ese cariño está muy bien fundado y permanece en mi alma de forma indeleble. Esta bien fundado porque ellos me enseñaron, viviendo su vida, a ser como soy, y es indeleble porque así está hecha mi propia forma de ser.
A mí me gustaría que ellos fuesen personas libres. Es libre quien actúa de tal forma que, suceda lo que suceda, nunca se avergüenza uno de lo que ha hecho, sino que, por el contrario, le complace íntimamente haberlo hecho.
Me gustaría que se preparasen de tal forma que supieran ver todas las ocasiones de poder amar, y de todas participaran. El amor es la fuente del conocimiento y el motor de la vida, y todo el que se acerca a él siente que acierta.
Me gustaría que fueran buenos lectores. Con la lectura nunca se aburrirían, porque harían suyas toda esa infinidad de culturas que la sociedad ha creado. Pero no solo conocerían mucho más mundo, al abrirse a él, sino que, además, se acercarían misteriosamente más y comprenderían mejor los distintos resortes íntimos de su alma.
Me gustaría que cobraran la evidencia de que la vida es un sueño, un juego, y que en ese sueño en donde todo es juego, es esencial tener un proyecto de vida, algo o algunas cosas a las que dedicarse con entusiasmo renovado, teniendo la completa seguridad que, en la realización de ese juego, nos estaremos realizando muy principalmente nosotros mismos.
También me gustaría decirles, finalmente, que siempre estaré con ellos como cuando los conocí.
En una ocasión les conté que los romanos, en el vestíbulo de sus casas, tenían unas figuritas pequeñas que eran el símbolo de sus familiares muertos, los dioses penates, los dioses familiares que atendía la sin igual Vesta (Hestia), la diosa del hogar hija de Saturno (Cronos). La familia ya ida de esta tierra se divinizaba, se convertía en dios, en un dios que seguía con ellos para seguir cuidándolos, para seguir atendiéndolos en sus necesidades, para seguir amándolos.
A mí me gustaría que consideraran todos ellos uno de esos dioses familiares, de esos dioses diariamente frecuentados, con quien poder estar.

¿Si pudiera haber elegido su nombre, en lugar de 'Pedro', hubiera elegido el nombre de qué personaje mítico?
A mí casi todos los nombres me gustan. No está mal 'Pedro'. Es breve, eufónico y me parece bonito. Mis padres lo eligieron y yo estoy en sintonía con su elección.
Mi nombre es compuesto: Pedro Francisco. Me llamo Pedro, como el hermano mayor de mi padre, a quien él quería y respetaba muchísimo, y también Francisco, como mi abuelo paterno, el modelo de mi padre.
Yo siempre me digo 'Pedro', quizá por aquello que dicen que 'no hay Pedro malo'.


¿De qué color recuerda a su madre? ¿De qué color era ella por dentro? ¿Y su padre?
De color rubio a mi madre, como el oro. Un oro rubio como ya no he vuelto a encontrar. Como el oro de las leyendas antiguas atribuyen al corazón (“tiene un corazón de oro”). El oro de lo eterno. El oro del valor. El oro de los sueños.
De mi padre es el blanco, el blanco de su confianza, de la lucha afanosa que siempre resulta estéril si no consigue el cariño; el blanco del cielo volandero de nubes; el blanco de la muerte que rompe el tiempo; el blanco del amor.

Muchas gracias por sus cariñosas y sinceras palabras.
Un placer.

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