El lector


Andaba taciturno, siempre con la cabeza baja mirando sus propios pasos. De vez en cuando levantaba la cabeza y miraba fijamente a alguien con quien se cruzaba frunciendo el ceño, y se volvía siguiéndolos con la mirada hasta que desaparecían; en ocasiones hasta sacudía la cabeza tras volver su mirada al suelo. Evitaba mirar a los ojos a las personas, y rara vez lo veías sonreír; aunque a veces, cuando iba en el autobús, lo veías alternar la mirada a una y otra persona divertido.

Era hombre de pocas palabras, tan pocas que algunos pensaban que era mudo, o por su costumbre de evitar el contacto visual, autista. Cuando le podías arrancar palabras, solían ser monosílabos, si, no o se encogía de hombros con palabras tan elaboradas como puede o quizás. Sus padres ya habían tirado la toalla, no habia ningún problema médico en ese muchacho y tras gastar una fortuna en psicólogos y psiquiatras para saber qué pasaba con la la mente de ese joven, decidieron que simplemente era rarito.

Era un inadaptado socialmente, sin embargo tenía una vida muy activa en las redes sociales. Era brillante, divertido, y podía mirar a todo el mundo –fotos– y conversar con ellos sin problema, se sentía a salvo; pero sobre todo ante un ordenador se sentía normal. No podía ejercer su don, y era una bendición tener solamente su propia voz.

Cuando estaba con otros podía leer sus mentes, hurgar en sus recuerdos, saber la verdadera naturaleza de esas personas. No había secretos para él, lo sabía todo, y como con una mirada era juzgado por los demás. Conocía los más bajos deseos del ser humano, la maldad, la envidia, y sobre todo la falsedad. Le atraían las almas puras, personas que eran todo amor, y bondad; pero a la vez siempre tenía miedo de lo que pudieran pensar de él. Buscaba alguien que no lo rechazara, ya que en las pocas ocasiones en las que creía haber conectado con alguien lo suficientemente bondadoso para poder entenderlo, en el momento que les decía que podía leer sus mentes, eran incrédulos, lo tomaban por loco. Pero cuando les demostraba su talento especial, huían aterrados. La poca gente que sabía lo que podía hacer lo evitaba; a nadie le gusta que urjan en sus mentes, sentir violada su privacidad y sentirse vulnerable.

Su don era su maldición.

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