Por Kino Navarro
Llegar y percibir, atrasar la inquietud y arbitrar la osadía.
El viento, más viento, la mar, el mar.
Olvidarme de aquello, omitirte incesantemente.
La mar, el viento, el mar, invariablemente el viento.
Seguir respirando, entablándome ciegamente a tu envoltura,
revolucionándome lascivamente a las palabras que me llegan.
Dirigir la mar, profundizar el viento, voluptuosas olas de miembros
decrecientes, otra vida amatoria, abriéndome por los pasillos
de cada estancia que me vas fraguando.
Con el ocaso penetran salvajemente ellas,
abatiendo el alma, y penetran, falseando la secreción de
ese mar. Penetración que evapora y evoca. Viento y mar.
Anochecen gaviotas y palabras perdidas ignorando aquello.
Tanta pasión que se rompe, silenciando que no eres para mí.
Muévete, déjame pasar, que lo percibo todo inmortalmente.
No hay nada ya para continuarte. Solo llegar y percibir.
Gaviotas que llegan, van, regresan y te penetran súbitamente.