Vivir sin preguntas


¿De dónde vengo? Todos podemos recordar cantidad de ocasiones en que alguien cuestiona en voz alta el 'por qué' del preguntarse. Lo fácil es eludir la pregunta; y lo difícil intentar darse respuesta. Esta reflexión viene a integrarse en la pregunta que ocupa a los docentes y a miles de personas hoy día sobre la conveniencia o no de la filosofía en las aulas.

Quiero tratar un tema muy particular que puede enmarcarse en el apasionante debate filosofía en o filosofía fuera de las aulas. Hablaré sobre la noción básica del bien y del mal-se supone inherente a los seres humanos- y el sentido que tiene inquirir sobre ella. Una u otra y sea la que fuere: ¿tiene sentido preguntarse sobre la noción del bien y del mal? Concluiré que el hombre sin filosofía es animal de rebaño.

(1) Lo que ocurre con Benzema -su participación en el chantaje a un amigo- trasciende con mucho la noticia deportiva. Que tenga sobre sí el foco mediático no debe desviar nuestra atención sobre males que se van generalizando. No es, sin embargo, un hecho aislado que pueda analizarse frívolamente. Por decirlo de alguna forma, la sociedad ha cambiado mucho y muy rápido, demasiado para que tengamos noticia certera de ella. La velocidad nos ha pillado desprevenidos. El hecho concreto debe enmarcarse en una clase de hechos de parecida naturaleza y mismo basamento. Hechos que deberían sonrojarnos. Está mil veces dicho, y aún así quiero poner especial énfasis en el tipo de bazofia televisiva predominante. Lo que nos venden. Dicho queda.

(2) Esta raza de hechos pone de manifiesto varias cosas. Para empezar, pone de relieve la incapacidad que muestran muchos individuos para vivir según un criterio del bien y del mal. Asociado a este problema encontramos la propia incapacidad de otros muchos para ver que ocurre efectivamente así, lo cual se corresponde con la capacidad para entender y disculpar los hechos. Me asombra la capacidad de muchas personas para disolver las culpas en lo social: ¿la sociedad es culpable? Y si lo es, ¿qué pena que debe imponerse a la sociedad? Pero no se me ofusquen: sucederá lo que tenga que suceder como consecuencia, es la misma Historia haciendo de las suyas. Y añadiré: algún día mentes y corazones más desarrollados que los nuestros dirán que la Historia, al hacer de las suyas, hace de las de usted, de las mías. ¿De las suyas? De las nuestras. Y así visto, más grave es todavía la pretensión de que la moral pública sustituya a la individual en cuanto a su capacidad rectora. El guiarse movidos por el propio sentido del bien y el mal y por una noción de justicia entre nosotros ha sido sustituido por “la moral colectiva”. La tolerancia, la solidaridad y el “todosomoísmo” catalizan la disolución del individuo libre. Para un individuo la puesta en la balanza de sus actos es definitiva. Si tomamos en cuenta la medida en que él puede nadar o ahogarse al decidir su travesía, su responsabilidad es evidente. Y entonces son indudables su dimensión moral y su libertad, juntas e inseparables una de otra. Pero si tomamos como referencia "la responsabilidad colectiva", el hombre es el producto de la sociedad en que se desarrolla. Determinado, atado. Y si está determinado no es responsable, y si no es responsable no tiene sentido hablar de libertad, ni lo tiene hablar de moral. Para el colectivismo, el devenir del individuo está escrito.

(3) Pero podemos preguntarnos, podemos hilar fino: ¿cómo de libre es un hombre? La determinación es el absoluto, el menos uno, la que se opone al otro absoluto: la libertad de los ángeles, el más uno. Ningún absoluto es humano. La libertad humana o libertad es otra cosa, es la holgura, es una capacidad para rodear y para ir en línea recta, para sortear y para enfrentar, para decir sí o no, para sacrificar cosas en pos del logro individual. La libertad es la voluntad dirigiendo el azar. También en la capacidad para exhibir un criterio del bien y del mal. Siquiera para guiarse según el raciocinio y a la vez ignorar la razón, esto es, actuar sin reparar en las expectativas y necesidades de los demás: para el egoísmo. Siquiera para obrar según un sentido de la justicia entre nosotros y tratar a los demás con un baremo más laxo que a nosotros mismos: para el altruismo. Para todo esto somos libres. Luego para todo esto somos individuos libres. De una u otra forma, nos distingue a unos de otros nuestra forma de usar la libertad. Lo colectivista es una cortina; tras ella los muchos excusan y perpetran su mal a costa de la libertad y bienes de los demás.

Si un día las instituciones consiguen dominar nuestra voluntad y se nos apaga la libertad, se "posibilitará" la vida sin preguntas sobre bien y mal. Pero ya no seremos individuos libres. Ni individuos. Ni humanos. Vivir sin preguntas es un estado de degradación si se lo compara al vivir sin respuestas. Porque al intento de dar respuestas se sigue como consecuencia vivir según las preguntas.

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