La última noche que viví contigo fue solo un momento compartido. No llegó a ser de esas que hablan de amor y destino.
Quién supiera lo que el nuevo amanecer trae bajo su abrigo, seguro que haría de la última oscuridad el ocaso más sentido.
Las miradas perdidas en la nada, sin fundamento la estancia entre dos almas, tan solo el abismo entre ambas sin importar el mañana.
Qué confianza tan grosera, egoísta, pretenciosa y, a la par tan descuidada; insistir en ser dueños de aquello que no se sabe nada.
Ahora que la distancia es una cadena, por horas perpetua, añoro no haber sabido libar del tiempo más de su preciosa esencia.
¿Quién sabe lo que, tras las sábanas de la madrugada, el nuevo día nos aguarda?¿Y si bajo sus sedas sea la última vez que se besan nuestras espaldas?
La vida es como la hoja que cuelga, que el soplo del viento puede ser el postrer aliento que sienta prendida en la rama.
Tan cerca, y no haber cogido tu mano mientras dormías. Tan bella, y no haber quedado extasiado a tu lado, y sentirme culpable de hacerlo ante las estrellas.
Recuérdame -¡Sin miedo!- que en cada puesta de sol empieza el sueño de hacer realidad mi deseo de sentir el latido desde tu pecho.
No hay otro instante como ese. Donde el silencio es un regalo, y la soledad entre dos el momento donde la negrura obra el milagro.
Los nuevos rayos que alumbren la calma que la espesura zaina dejó tras su marcha, sean testigos de una nueva última noche que de amor y destino hablaba.