Por Carmen Celdrán
Carmen Celdrán es amante de la fotografía, de la Semana Santa y colabora en la revista del Casino de Murcia y en GTM TV. Gestiona la fundación Cultura Díaz Bautista.Blog | Facebook | Twitter
La Pascua judía es la celebración del establecimiento del pueblo judío en la tierra prometida, tras el invierno de la peregrinación por el desierto, pero probablemente su celebración recoge tradiciones mucho más antiguas en las que fenicios, babilonios y asirios celebraban la fertilidad y la vida. Precisamente en esa Pascua hebrea se producen los hechos centrales de la vida de Jesús. Nuestro Salvador, Dios hecho Carne en el vientre de una Mujer, sufre y padece su injusto tormento durante la Pascua y resucita, de entre los muertos, para la redención de nuestros pecados. El paralelismo resulta evidente, confluyendo, en la expansión del cristianismo, las antiguas tradiciones paganas.
Cuando se generalizó por España la celebración de procesiones de Semana Santa, probablemente por inspiración de San Vicente Ferrer, en el siglo XIV, la mayoría de ciudades dedicaron sus desfiles a recrear, con luctuoso realismo, las escenas de la Pasión, concibiendo así unas procesiones que representan el Entierro de un Jesús mortal, desvanecido. Sin embargo, más allá del pesimismo medieval imperante, en Murcia se fueron consolidando unas representaciones que exaltaban el milagro de la Resurrección por encima del dolor por el sufrimiento de Jesús.
Probablemente fue fruto del paso del tiempo, pero también creo que influyó el carácter murciano, más amigo de la celebración que de la mortificación, el caso es que a lo largo de los siglos se fue consolidando en esta tierra una forma particular de entender la Pascua que, de algún modo, conecta el sentido cristiano de la Pasión con la primitiva fiesta de la Primavera. Este sincretismo murciano suele extrañar y a veces, escandalizar a quienes nos visitan, acostumbrados a una concepción más lúgubre de la Semana Santa. Por el contrario, quienes hemos vivido esta tradición nazarena desde pequeños sabemos que la Pascua murciana no tiene nada de irrespetuosa o blasfema. En primer lugar porque en la tradición murciana hay también procesiones rigurosas que ponen el acento en la tragedia de Jesús; esas también son murcianas y están plenamente integradas en la tradición local. Pero incluso los desfiles más huertanos y populares, los cortejos de Viernes de Dolores, Lunes Santo, Miercoles Santo y Viernes Santo, muestran una religiosidad y una devoción que no son incompatibles con el carácter festivo y alegre. El nazareno murciano, que porta su Cruz o su cirio, o que arrima el hombro bajo el paso, y sobrelleva con alegría el sufrimiento, reparando en ofrecer una golosina a un niño, es el mejor ejemplo de auténtica fe cristiana que se puede ofrecer. Dios no se hizo Carne para señalarlos que el mundo es cruel, que la vida está llena de dolor y sufrimiento, sino para decirnos que cualquier dolor, cualquier pasión, se pueden soportar con alegría si confiamos en Él; Quien crea en mí, que tome su cruz y me siga.