A José Angel por sus enseñanzas de ciencias y su maestría inefable.
Ya he dicho que el alma no vale más que el cuerpo,
Y he dicho que el cuerpo no vale más que el alma.
Walt Whitman
Yo también te quería y lo sentía, pero bien que lo sentía.
Me he pasado la vida quejándome, un beso,
otro beso más fuerte, un abrazo, extendido, sin lucharlo.
Me he pasado la vida soñando,
por eso yo también me desengañé,
cuando subí al autobús y vi jóvenes, observé tierna
belleza, equilibrios de orgasmos, profunda sensación
de loca saciedad. Y lloré, hice lágrimas con las cenizas
del último cigarro consumido porque cohabitaban
ancianos, magnificencia consumida. Y aún te seguía queriendo.
Y de tanto quererte me equivoqué de parada,
se vaciaron los bolsillos con los últimos céntimos que quedaban.
Cuántas veces tienes que gritar, ¿Y tú qué me das?
Y yo ¿qué te di? Con cada mirada moríamos, una ecuación
tan discordante; y no me digas que te has enamorado
porque yo a veces te amaba y otras me configuraba
siempre complicando las matemáticas de tus entrañas.
Se me hace tarde de tanto abrir y cerrar los libros perturbados.
Y déjame, simplemente déjame, que solo quiero respirar
como nitrógeno diatómico que diluye mis moléculas
desalojadas. Quisiera saber, y nunca supe
y siempre no quise. Me abstuve, sobrio como enófobo,
moderando la química intangible, afligida de fórmulas
amatorias. Eras tan tú, fingíamos tanto de nosotros.
Y mientras, el autobús, se desvanecía en proporciones numéricas,
sólo Dios percibía mi métrica, mi versatilidad amortiguada,
mis lejanas conversaciones en ese amor demacrado,
trastorno inagotable de las sumas defectuosas.
Sumé, y sumé, y la ternura no pronunció resultados.
Y otra vez me olvidé de la parada.
Sevilla