Por Kino Navarro
Me quedaré... tu te irás,
apoyarás tu rostro en otro rostro,
tus dedos enlazarán otros dedos
y te desplegarás en la madrugada,
pero no sabrás que fui yo quien te logró,
porque yo fui el amigo más íntimo de la noche,
porque apoyé mi rostro en el rostro de la noche
y escuché tus palabras amorosas.
Venícius de Moraes
¿Dónde estás ahora? ¿Dónde estamos ahora?
Dime intransigente Amado, enseñándome revoltosamente
la ira de las nubes; pero aléjate siempre alejándote, no me muestres el camino
que invade mi terreno eterno, porque
todo lo sublime e inefable me llega con el viento que levanta el alma
de las gaviotas gaditanas; ya humillaste mi vida y me hiciste
perder el tiempo perfecto y caer en los residuos de tu cuerpo.
Algo me caerá, pesado, lento, pero caerá.
Y alegrándome pensé que te perdía, entre mis brazos agonizando
y yo te daba besos y besos eternos, besos perdidos
en el olvido insensato, y tú siempre te ibas,
frenéticamente como cobarde hombre de casamientos
y mujeres bovinas.
Le debo a todo el mundo pero no solo por tu ausencia
pero si por las sustancias indomables, que me parten
la vida en locuras alcohólicas.
Y no espero la muerte sí el gozo divino, harto muy harto
de ti y de todo lo que me escribiste. Y quieres que me muera con la ira
en las piernas, como cae la lluvia con temibles
gotas que no se conjugan en torpes palabras.
Me niego a morir de amor imbécilmente, en este
río de sangre iluminada. Que te den y que os den
en las tinieblas secas, en los días que llegaron y olvidé.
No pagaré más con céntimos, el café me enerva,
me descontrola como tú querías dirigir los segundos.
Los destruyo. Y gritó cabrón, cobarde, cabrón.
Yo si muero es por este microbio que dejé que inundará
mis venas utópicas. Pero nunca me moriré por ti.
Kino Navarro
Sevilla, noviembre 2014