África, la cuna de la Humanidad, durante siglos fue el patio de recreo de las grandes potencias mundiales y desde hace décadas permanece olvidada, al margen de nuestra vida, una gran masa de tierra que de vez en cuando aparece en las noticias con motivo de algún golpe de Estado o de alguna cruenta guerra civil en algún país del que casi nadie ha oído hablar.
Durante los años de la Guerra Fría, Estados Unidos y la Unión Soviética se disputaban hasta el más pequeño y recóndito país de este continente con tal de tener un aliado, por muy insignificante que sea en el contexto internacional. Las consecuencias fueron, en muchos casos, terribles. Países como Somalia durante la dictadura de Barre acabaron siendo meros títeres de las grandes potencias y, cuando éstas dejaban de estar interesadas, los abandonaron sumidos en la guerra civil y el hambre. Durante gran parte de siglo XX, África ha sido objeto de manipulaciones e intervenciones en función del interés de las potencias occidentales. Por nombrar algún ejemplo, el gobierno genocida de los hutus en Ruanda durante los noventa se mantuvo en parte gracias al apoyo de los franceses, los cuales querían a toda costa mantener la francofonía en este pequeño país rodeado de anglófonos ya bastante influidos por Estados Unidos.
Hoy en día, y pese a la ardua labor de las organizaciones humanitarias, África sigue siendo el juguete de Occidente. Toneladas de basura, aparatos electrónicos viejos o estropeados e incluso residuos radiactivos, llegan año tras año a las costas de Ghana, Somalia y otros muchos países que se han convertido en el basurero de Europa y EEUU. Los niños de diez y once años que aparecen en el telediario armados con kalashnikovs no han obtenido sus armas de mafias o grupos terroristas, sino de países desarrollados. Paradójicamente, los cinco miembros permanentes del Consejo de Seguridad de Naciones Unidas acumulan el 88% de las exportaciones de armas al resto del mundo. Dada la legalidad de este tipo de comercio, milicias armadas de países como Liberia o Angola seguirán masacrando aldeas y pueblos enteros, cortesía de Occidente, que ha hallado en África su mejor cliente.
Hace poco leí Áfricas de Bru Rovira, un libro que relata en un tono extremadamente real la situación en ciertos lugares de este continente, y que saca a la luz datos de lo más curioso. El autor afirma que Liberia, un pequeño país de la costa atlántica africana y que se vio sumido en una sangrienta guerra civil hasta el 2003, posee la segunda flota marítima del mundo. ¿Cómo es posible? Por supuesto, ninguno de estos barcos pertenece al Estado liberiano, sino que diversas naciones (entre ellas la nuestra) pagan a ciertas agencias ilegales (y posiblemente criminales) para adquirir la bandera de este país; de esta forma, se evitan cualquier tipo de impuestos o tasas.
África es un continente que se ha visto marcado por la guerra, el genocidio, las dictaduras y un largo etcétera de catástrofes y desastres. En gran medida, podemos decir que se trata de un continente ignorado y olvidado. Los telediarios de España, Alemania, Reino Unido, Estados Unidos, etc., se limitan a tratar temas como la crisis económica o los políticos corruptos. Desde luego que es de vital importancia estar al tanto e intentar solucionar los problemas que más de cerca nos afectan. No obstante, ¿quién se acuerda del golpe de Estado de Centroáfrica que tuvo lugar hace unos meses? ¿Quién es consciente de que, solamente en el Cuerno de África, trece millones de personas pasan hambre; de que en Somalia ni siquiera existe un gobierno o una administración pública nacional?
África grita desesperadamente ayuda y somos nosotros, los países desarrollados, los que, como humanos que somos, tenemos el deber de auxiliarla. La situación actual tardará años en cambiar y con toda seguridad surgirán nuevos conflictos, guerras, genocidios. Sin embargo, cuanto más ignoremos, más daño se hará a este continente, a esta madre ultrajada, como decía Joan Carrero, a esa olvidada África.