Sevilla en el homenaje a Góngora de 1927


En esta famosa fotografía aparecen cinco de los miembros principales de la Generación del 27. Otros dos de ellos, Vicente Aleixandre y Pedro Salinas, no viajaron a Sevilla y un tercero, Luis Cernuda, residía todavía aquí, en su ciudad natal y estuvo presente en el acto de homenaje a Góngora formando parte del Auditorio. Aunque no es fácil establecer características generales aplicables a un conjunto de personas, en este caso, de poetas, los críticos coinciden en señalar una serie de rasgos que nos ayudan a trazar el perfil de este grupo de escritores. Nosotros vamos a referirnos a dos de ellos que nos parecen esenciales:

1. Variedad temática y estilística

En efecto, llama la atención la variedad de temas y estilos desarrollados por los miembros de este grupo poético, característica que hace más enriquecedor su legado a la historia de la literatura. En esta línea, cabe destacar la inexistencia de un programa común o de algún manifiesto establecido previamente. Se trata más bien de una generación de jóvenes poetas -algunos muy jóvenes-, que pronto fueron conscientes de su originalidad a nivel individual y de su fuerza como grupo, valorándose mutuamente entre ellos. Así, como dice C.B. Morris, algunos firmaban sus trabajos y colaboraciones en la revista literaria Lola con el calificativo de La brillante pléyade.

No obstante, había algo que cohesionaba esta disparidad estilística y de caracteres, y era la intensa relación personal, en algunos casos de fraternal amistad, existente entre ellos. Todo esto, además de sus ansias de renovación, potenciada por la fogosidad e impulso de su juventud, hizo que fuera posible desde el principio una conciencia de grupo que sirvió como nexo de unión entre personalidades tan señaladas, al mismo tiempo que proporcionaba una mayor fuerza de acción y creación al grupo que se convertiría, en definitiva, en protagonista de una época dorada de la poesía española del siglo XX, hasta el punto de haber sido comparada por algunos críticos con la del Siglo de Oro.

2. Convivencia entre tradición y renovación

Quizá el rasgo que aporta una mayor singularidad a la obra de los poetas del 27 sea la conjunción entre la vasta tradición literaria de España, de la que se sintieron herederos y, por otro lado, todo el movimiento renovador, revolucionario en muchos sentidos, que procedía del exterior, fundamentalmente de Francia. En efecto, como afirma Morris, "esta generación encontró en la poesía española mucho que admirar e imitar". De esta forma, para Dámaso Alonso, la obra de la Generación del 27 no era sino el resultado de la evolución natural de la poesía española, por lo que todos sus miembros reconocían la influencia ejercida sobre ellos por las principales figuras que formaban su tradición literaria, desde Gonzalo de Berceo hasta Juan Ramón Jiménez, por nombrar a dos de ellas.

Es evidente, en este mismo orden de cosas, que el influjo más directo recibido por los poetas del 27 fue el aportado por los escritores de la generación anterior, cuya producción había llegado ya a su madurez en aquellos años y sobre los que cabe destacar a Miguel de Unamuno, Antonio Machado y, sobre todo, al ya citado Juan Ramón Jiménez, al que se puede considerar en muchos sentidos "padre" de la Generación del 27. Ciertamente, Juan Ramón es un poeta en el que se aprecia esa confluencia de tradición y renovación, que veíamos como rasgo esencial de dicha Generación. Esto, entre otras cosas, hizo que los jóvenes poetas que iniciaban su andadura alrededor de 1920 vieran con admiración al poeta de Moguer, primero en hacerse eco de los movimientos renovadores de vanguardia, que le llevaron a la purificación de su estilo, hacia ese arte nuevo, objetivo último de los poetas del 27 quienes, al igual que Juan Ramón, se sintieron atraídos por todo lo que significara novedad y ruptura.

Por último, no se puede olvidar la figura del filósofo José Ortega y Gasset y una de sus obras fundamentales: La deshumanización del arte, publicada en 1925. En este libro, el pensador español reflexionaba sobre las características del nuevo Arte que se extendía por Europa y América que, como dice Vicente Gaos "no sólo rompía con la Historia; también con la realidad inmediata, con la circunstancia”. El libro de Ortega era, pues, una obra de filosofía del Arte. No obstante, y citando también a Vicente Gaos, "la autoridad intelectual de que gozaba Ortega, determinó que los entonces jóvenes poetas tomaran su libro por un programa y se propusieran llevarlo a cabo con toda la fidelidad posible. Ortega ejerció así tanto influjo en estos poetas como el propio Juan Ramón Jiménez".

El homenaje a Góngora fue el motivo que atrajo hasta Sevilla a los "poetas de Madrid", que no desaprovecharon la ocasión, contribuyendo así a la revalorización de la figura y obra del poeta cordobés, relegada por la crítica académica. En este sentido, el empeño de los poetas renovadores debemos verlo como ese ejercicio de recuperación de los nombres fundamentales que constituían la tradición literaria de España; aspecto éste que, como hemos visto, fue compartido por todos los miembros del grupo El acto celebrado en Sevilla no fue, sin embargo, la única acción reivindicativa del genial poeta cordobés que tuvo lugar en el año de su centenario. Recordemos, por ejemplo, el estudio de Dámaso Alonso La lengua poética de Góngora, con el que obtuvo el Premio Nacional de Literatura ese mismo año; o las publicaciones de las Soledades, los Romances y la Antología poética en honor de Góngora, todas ellas publicadas por la editorial de la Revista de Occidente en 1927, con ediciones a cargo de Dámaso Alonso, José María de Cossío y Gerardo Diego, respectivamente. Por último, también se celebraron actos de homenaje a Góngora en otras ciudades de España, así como numerosos fueron también los artículos aparecidos en las revistas literarias del momento, como Lola o Carmen.

A pesar de todo, la reunión de Sevilla no fue una más de la larga lista que tuvieron lugar durante el año gongorino. En la ciudad del Guadalquivir se dieron una serie de circunstancias que contribuyeron a crear esa aureola de "leyenda" que envuelve a lo allí acontecido.

...Y a Sevilla llegaron desde Madrid Jorge Guillén, Dámaso Alonso, Gerardo Diego, Rafael Alberti y Federico García Lorca. Eran los componentes, junto a Pedro Salinas y Vicente Aleixandre, que no viajaron a Sevilla, del núcleo de la Generación del 27, del que también formaba parte el sevillano Luis Cernuda, todavía residente en su ciudad natal y que participó en las veladas literarias como un componente más del Auditorio. También viajaron a Sevilla, invitados por el Ateneo, José Bergamín, Juan Chabás y Mauricio Bacarisse.

Realmente, los nombres anteriormente citados constituyen la plana mayor de la corriente renovadora; excepto Salinas y Aleixandre, la "escuadra" madrileña estaba al completo. Pero, ¿cómo logró nuestra ciudad reunir a tal constelación de "estrellas" en un mismo escenario y en un mismo acto? Fueron varios los factores que influyeron y, juntos, nos dan la explicación:

En primer lugar, vuelve a aparecer el nombre de Juan Ramón Jiménez, que consideraba a Sevilla "capital de la poesía", denominación compartida por los poetas que viajaron hasta nuestra ciudad desde el momento en que pusieron sus pies en ella.

Hay que recordar, también, que Pedro Salinas había sido catedrático en Sevilla desde 1918 hasta 1926. Esos años dejaron en su memoria un recuerdo imborrable de la ciudad, como años después sucedería a Jorge Guillén, nombrado catedrático de esta misma Universidad en 1931. Salinas, en un principio, adoptó una actitud reticente, pues veía con escepticismo que el Ateneo pudiera organizar unas jornadas literarias de tal envergadura con éxito. Pero, posteriormente, en una carta a Jorge Guillén, no dudó en conceder su "fraternal bendición para la armada desde el momento en que ya se planteó la cosa al modo de juerga".

Todavía existe un nombre propio más: el torero Ignacio Sánchez Mejías. De espíritu inquieto, mantenía una estrecha relación con muchos intelectuales de la capital de España. Su figura es mucho más que una mera anécdota. No olvidemos que sin su intervención quizá no hubiera viajado hasta Sevilla la "brillante pléyade". Ciertamente, Sánchez Mejías hizo el papel de auténtico mecenas y "animador" de la "armada madrileña” de poetas, a los que agasajó y trató con esplendidez en todo momento, como demuestra la cena que les ofreció en su finca Pino Montano, cercana a Sevilla. La velada se tornó en auténtica juerga en la que no faltó el mejor flamenco, con Manuel Huelva a la guitarra y Manuel Torres, el "Niño de Jerez", al cante, mientras los huéspedes del torero, enfundados en chilabas marroquíes, escuchaban asombrados. Esta velada sería recordada años más tarde por Rafael Alberti de forma entrañable y magistral en su libro de memorias La arboleda perdida.

...Y la ciudad. No hace falta explicar ahora el efecto que causa a todo el que la visita. En esos años, además, Sevilla estaba de moda y se respiraba optimismo y vitalidad: se preparaba para la Exposición Iberoamericana que, tras varios aplazamientos, comenzó finalmente en 1929. Eran años, por tanto, de cambio; desde el punto de vista urbanístico y de las infraestructuras, fundamentalmente. Por ejemplo, el 1 de diciembre de 1927 se inauguró la línea aérea Madrid-Sevilla, mientras se decidía el lugar del futuro aeropuerto, de carácter internacional ya. Todas estas transformaciones dieron a la ciudad una nueva fisonomía que contribuyó a su modernización y embellecimiento, y cuyas huellas son visibles todavía.

Pero también se producían cambios en el ámbito de la cultura y, en concreto, de la poesía. Nos referimos al nacimiento de una nueva generación de jóvenes poetas que, agrupados en torno a una revista creada por ellos, Mediodía, rompía con el clima de estancamiento cultural que caracterizaba a la Sevilla de aquellos años. Los poetas sevillanos de la Generación de Mediodía -como la denominó Juan de Dios Ruiz-Copete -, llevaron hasta su ciudad los aires que, procedentes de Madrid y, sobre todo de Francia, venían cargados de ideas nuevas. Estos nuevos poetas, poseedores de una sólida formación humanística, recibían con ansia incontenida las nuevas ideas estéticas de los movimientos de vanguardia nacidos después de la Primera Guerra Mundial.

La revista Mediodía vio la luz en 1926, pero no fue la primera en romper con los criterios conservadores propios de la ciudad. En efecto, contó con el precedente de la revista Grecia, también de signo renovador, pero que sólo se publicó en Sevilla durante el período 1918-1920, para posteriormente hacerse desde Madrid. Grecia fue un importante estímulo para los poetas de Mediodía, al igual que la figura de Pedro Salinas, quien, desde su cátedra en la Universidad de Sevilla, influyó en gran medida en muchos de sus alumnos que, además, se convirtieron en sus discípulos gracias al vínculo de la poesía.

Mediodía hizo posible que la voz renovadora de muchos poetas sevillanos viajara fuera de su ciudad y fuera reconocida en el resto de España. Sus nombres: Alejandro Collantes de Terán, Rafael Laffón, Joaquín Romero Murube, Fernando Villalón, Rafael Lasso de la Vega, Eduardo Llosent, Adriano del Valle o el cordobés afincado en Sevilla Rafael Porlán, por citar a los más destacados. Nombres, ciertamente, que situaron a Sevilla y Andalucía en el contexto de la Generación del 27 (no olvidemos el foco malagueño de Emilio Prados y Manuel Altolaguirre), además de los otros cuatro andaluces ya citados, miembros del "grupo nuclear" de la Generación: Luis Cernuda, Vicente Aleixandre, Rafael Alberti y Federico García Lorca. Todas estas circunstancias hacían de Sevilla un lugar muy atractivo, y no fue difícil convencer a la "armada madrileña" para que viniera, casi al completo, a nuestra ciudad. El resultado no pudo ser más afortunado y enriquecedor: el homenaje a Góngora en Sevilla no sólo fue el acto central de la Generación del 27; también hizo posible el encuentro personal entre dos grupos de escritores (el de Madrid y el de Sevilla) que pertenecían, en definitiva, a la misma generación literaria y a los que unió para siempre un lazo común: la poesía.

A continuación, dejemos hablar a los protagonistas del encuentro. Hemos seleccionado varios fragmentos que recogen momentos inolvidables para ellos y que nos ayudan a comprender la huella que Sevilla dejó en su memoria.

En primer lugar, algunos fragmentos de cartas de Jorge Guillén a Germaine Cahen, recogidos por Biruté Ciplijauskaite, en el número 4 de Palabras del 27 (Málaga, 1990): Madrid, 14 de diciembre de 1927

(...) Mañana mismo, pues, a las 9.50 de la mañana saldremos para Sevilla. Veladas: dos. En la noche del viernes y del sábado. Primero, dudaba y deseaba más bien que el proyecto se frustrara. Luego, las palabras de los amigos, la aprobación completa de Juan Ramón, y sobre todo la promesa de Andalucía -evocada, como siempre, maravillosamente, por Juan Ramón- y por los demás (sobre todo Salinas), me han dado una gran apetencia del viaje. Vamos pagados. Habrá conferencias y lecturas. Yo sólo leeré (...).

16 diciembre 1927

Te he puesto esta mañana a las seis, este telegrama: "Todo fantástico. ¡Viva Andalucía!". En efecto, ¡qué impresión de cosa soñada, de irrealidad, de horas fantásticas! Llegamos anoche, jueves, a las diez y media. En la estación, Los Intelectuales: bastantes en número. Cosa curiosa. Resulta que aquellos puros nombres -medio hipotéticos, medio probables- que veíamos rodar por las revistas jóvenes -corresponden a personas de carne y hueso-. (...) -Estamos en el Hotel París, silencioso, blanco, íntimo-. Continúo, brevísimamente, la narración. Comimos en un colmado (mujeres malas a los lados). Fuimos en autos al Manicomio, fuera de Sevilla, a visitar al presidente del Ateneo, médico de guardia en el Manicomio. Luego, casi todos los demás visitaron a algunos locos. Yo esperé a la puerta. Y después, a eso de la una, nos trasladamos a casa de Sánchez Mejías, nuestro patrón. Pino Montano: finca en el campo. Gran villa de torero. ¡Fantástico! Oímos al Niño de Huelva, el mejor tocador de guitarra, de veras estupendo. Se bebía champán. (...) A todo esto, recitaciones de Alberti, Federico y Gerardo. Yo me resistí. A las cuatro fueron a buscar a Sevilla a un cantador, el Niño de Jerez. (...)

Madrid, 21 diciembre

(...) El viaje a Sevilla ha resultado muy bien, mucho mejor de lo que yo podía esperar. Sevilla, preciosísima, admirable, a pesar de la lluvia, constante y copiosa. En los jardines del Alcázar -maravillosos-, mi gozo era tan pleno que tu ausencia me atormentaba y me estropeaba exquisitamente mi felicidad... En fin, admirable Sevilla (...)

El siguiente testimonio apareció en la revista Lola, en abril de 1928. Reproducimos varios fragmentos:

CORONACIÓN DE DÁMASO ALONSO

(...) La alegría comenzó con el viaje, que coincidió con la salida de la primera Lola. Con ella viajamos los siete "literatos madrileños de vanguardia" como nos llamó El Sol: Bergamín, Guillén, Chabás, Diego, Alonso, García Lorca y Alberti.

(...) En Sevilla, a la que nombramos por méritos propios, históricos y vivos, capital de la poesía española, actuamos dos noches seguidas ante un grupo de hispálicos amigos que soportaron nuestros alegatos -en prosa y en verso- con heroica entereza. Dámaso Alonso lució su perfecta vocalización y consonantización fonético-pedagógica en una conferencia suya y en otra de Bergamín que perdió su voz en el bonito saludo de presentación. Tan brillante fue el éxito de Dámaso que cuatro bellísimas muchachas no pudieron contenerse y desfilaron ante su tribuna para felicitarle antes de concluir su conferencia, aprovechando una pausa de sorbo de agua. (El conferenciante correspondió con la más galante y comprensiva de sus sonrisas.) Juanito Chabás disecó a nuestros jóvenes prosistas en armoniosos párrafos sostenidos en las ondas concéntricas de su voz de embudo levantino. Gerardo Diego empalmó su "Defensa de Poesía" con un cínico reclamo de Carmen inminente. Lorca y Alberti, los dos primos -entre sí- de la poesía andaluza representaron un trozo de las Soledades, en el cual lució "el bienaventurado Alberti a cualquier hora" una propísima voz ronca de náufrago en tierra.

Por último, Jorge Guillén, Diego, Lorca y Alberti leyeron en competencia versos suyos, después de otros ajenos de jóvenes presentes y ausentes. Era verdaderamente admirable, inaudito, oír a Guillén enjaretar impertérrito, persuasivo, doctoral, décima tras romance y romance tras décima, y al rematar cada pase de la matemática y abstracta faena escuchar las taurinas, gloriosas ovaciones del senado. Después, los romances de Federico señalaron el alza máxima del entusiasmo, mientras Adriano del Valle, de pie sobre su escaño, se despojaba de sus prendas de vestir en un arrebato de enajenación.

No hablaremos de otras cosas como de la exposición íntima de mapas astronómicos de la poesía, en los que Lorca se pintó a sí mismo la estrella de mayor magnitud con una cantidad inmoderada y a todas luces fabulosa de satélites. Ni de la improvisada canción de las ruinas -triclinios, termas regaladas- de Nínive, Babilonia y Cartago. Ni de la celeste noche surrealista del manicomio e islas adyacentes. Ni de la travesía heroica y nocturna del Betis desbordado.

Pero sí unas escuetas palabras sobre la imperecedera fiesta, el banquete, culminación de aquella serie gentilísima de agasajos, en la Venta de Antequera. Mediada la comida, apareció, escoltado por una comisión que integraban representantes del Ateneo y de la revista Mediodía, el rector de la Universidad de Apolo, Max Jacob Antúnez. Después de un elocuentísimo discurso, salpimentado de eruditas alusiones, depositó sobre las sienes ruborosas de Dámaso una auténtica corona de laurel. La siempre verde y vencedora rama fue cortada a un árbol vecino por las manos, expertas ya en tales cosechas, de Ignacio Sánchez Mejías. La ceremonia de la coronación constituyó un acto tan sencillo como inolvidable. (...)

Otro documento de gran valor es la reseña de Eduardo Llosent, director de la revista Mediodía, para el periódico El Noticiero Sevillano. En ella podemos apreciar el gran efecto causado por las veladas del Ateneo en los jóvenes poetas sevillanos:

Sevilla, jueves 22 de diciembre de 1927

"Me voy a meter en camisa de once ¡o de siete mil varas!, pero necesito recabar para nuestro Mediodía la parte mínima, justificadísima, que le corresponde en esta revuelta de satisfacciones: El Ateneo de Sevilla, personalizado y espiritualizado en la figura heroica de su actual presidente, junto con dos miembros, capacitadísimos, de la nueva -¡qué ágil y joven!- sección de Literatura, pueden sentirse orgullosos como promotores de este éxito. Ignacio Sánchez Mejías también puede saludar, montera en mano, no desde los medios, sino desde el preciso centro de Sevilla, a esta nueva afición que le grita aclamándole. Y la embajada que Madrid nos envía, de la más auténtica y gloriosa intelectualidad española, no necesita de nuestra crítica, que disfrazaría, torpemente, el elogio perfecto, histórico, universal que ya se cierne sobre ella.

Pero a Mediodía le toca reclamar una parte de satisfacción; Mediodía quiere justificar un gesto tímido de orgullo. Sus páginas fueron las primeras en transmitir a Sevilla las voces de este grupo intelectual que hoy comparte su gloria, y la gloria de Sevilla con todos nosotros. El espíritu, en material purísimo, de Pedro Salinas, de Jorge Guillén, de Rafael Alberti, de Gerardo Diego, de Federico García Lorca, de Bergamín, de Chabás, de Dámaso Alonso, el espíritu colectivo y el concepto individual ya habían traspasado la claridad de Mediodía antes de llegar al inteligente auditorio de las pasadas conferencias. Está, pues, justificada, nuestra satisfacción y desenvuelta -a medias- la timidez de nuestro orgullo.

Aún queda, sin embargo, la satisfacción última, la más cabal, la insospechada del hallazgo y la encantadora sorpresa. Esta es la de haber comprobado anoche la existencia de un grupo espectador preparadísimo, de un amplio grupo sevillano dispuesto ya, no sólo para la emoción fácil, sino para la aristocrática y depurada emoción intelectual, el grupo apto para el choque fugaz de la actividad pensante con la actividad pensada, que definía Max Jacob como célula de la pura emoción artística. Así, por disposición mesurada de este grupo de oyentes en prueba máxima de capacidad para la captación de creaciones abstractas; y por virtud de Jorge Guillén, del arte dificilísimo y desnudo de Jorge Guillén, anoche en Sevilla se obró el milagro de los panes y los peces; y la porción habitualmente frugal en los yantares de la poesía pura quedó repartida, multiplicada en manjar innumerable."

Finalmente, reproducimos el poema Unos amigos, de Jorge Guillén, en el que refleja lo sucedido en un Acto que sirvió para sellar la amistad entre un excepcional grupo de poetas:

UNOS AMIGOS

(Diciembre de 1927)
¿Aquel momento ya es una leyenda?

Leyenda que recoge firme núcleo.
Así no se evapora, legendario
con sus claras jornadas de esperanza,
esperanza en acción y muy jovial,
sin postura de escuela o teoría
sin presunción de juventud que irrumpe,
redentora entre añicos,
visible el entusiasmo
diluido en la luz, en el ambiente
de fervor y amistad.
Un recuerdo de viaje
queda en nuestras memorias.
Nos fuimos a Sevilla.

¿Quiénes? Unos amigos
por contactos casuales,
un buen azar que resultó destino:
relaciones felices
entre quienes, aun mozos,
se descubrieron gustos, preferencias
en su raíz comunes.
¡Poesía!
Y nos fuimos al Sur.
Quedó en Madrid Salinas el Humano.
Y también Aleixandre
-con soledad tan fuerte de poeta.
Y en Málaga otros dos, inolvidables.
Sevilla.
Y surgió Luis Cernuda junto al Betis.
(Plaza del Salvador.
En voz baja me dice:
me gusta aquella imagen.
"Bien, radiador, ruiseñor del invierno.")
Alberti, Rafael. Un torerillo
que fuese gran espada.
Intensamente Dámaso cordial,
y su talento se prodiga a chorros.
Bergamín el Sutil,
dueño en su laberinto. Sobra Ariadna.
Gerardo Diego en serio
se lanza de repente a una cabriola.
Es un ¡Hola! a su Lola.
Chabás -"con una voz como una barba"-
sonríe siempre desde su Levante.
Y Federico.
Ah, los hospitalarios sevillanos.
Allí Joaquín Romero a la cabeza,
gran alcaide futuro de su Alcázar.
Compañía, risueña compañía.
Vivir es necesario,
envidiar -¿para qué?- no es necesario.
Se produce un acorde
que sin atar enlaza.
Cada voz, ya distinta,
no se confunde nunca
-¿Verdad, gran don Antonio?- con los ecos.
La vocación ejerce su mandato.
Coincidencia dichosa:
madres hubo inspiradas,
y nacieron poetas, sí, posibles.
Todo estaría por hacer.
¿Se hizo?
Se fue haciendo, se hace.
Entusiasmo, entusiasmo.
Concluyó la excursión,
juntos ya para siempre.

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