Narración breve
Por Fernando Magallanes Mato

Un día después de un sueño inquieto, se despertó convertido en un hombre nuevo, su vida se había convertido en una larga historia que transcurría lenta y aburrida, uno de esos relatos que empiezan y parecen no acabar nunca hasta que aparece un final. El final llegó, despertó de una vitalidad que invadía su cuerpo, las cosas que querría haber hecho hasta ese momento le llegaron como si de soldados dispuestos a abrir fuego se tratase. Tenía tanto que hacer, tantos deseos que realizar, sin embargo reflexiona; duda en cómo aprovechar ese maravilloso día, cómo no malgastar ni uno sólo de los segundos que le brindaba. Entonces sale de su antigua casa de estilo modernista del centro de Londres.

El invierno había llegado con su nieve, con la nieve que llevaba aborreciendo toda su vida, pero hoy no, no le importaba la nieve ni la lluvia. Seguía caminando; había advertido que su vecino había abandonado su usual bastón de madera con remate de marfil por un paraguas un tanto pasado de época con pequeñas franjas multicolores en la tela, pero siguió caminando. Sentía que el liviano peso de las gotas de lluvia acariciaba su nuca al descubierto. Una especie de niebla sepulcral invadía las callejuelas del casco antiguo como ríos blancos que inundaban hasta el más mínimo y pequeño rincón de la calle. Él se dirigía impasible hacia la morada de la paloma blanca que había alumbrado su corazón y que con su halo de calor lo había calentado. No la veía desde hacía tiempo atrás, desde que se vieron obligados a separarse por la indestructible barrera del destino; a pesar de los años que habían pasado él la recordaba tal y como era cuando se conocieron por primera vez. Se encontraron en un día lluvioso más o menos como el que ocurría mientras caminaba; un día lluvioso en el que la gente no suele salir de casa , pero él salió; sin darse cuenta tropezó con una joven de tez un tanto pálida, era de frágiles movimientos y se adivinaba que pertenecía a la aristocracia; tras el repentino pero afortunado choque empezaron a hablar; él le planteó su opinión sobre los asuntos que ocurrían, quería saber si era inteligente a la hora de la respuesta o sólo una mujer bonita y educada a simple vista; ella le respondió con la habilidad de un experto. Siguieron charlando se pasaron horas hasta el momento de la despedida. Al llegar a casa él se puso a pensar y meditar sobre las casualidades de la vida; cómo es que de repente alguien aparezca en ella y la transforme para siempre; cómo es posible que surja una amistad de un día normal en el que alguien se planta en tu camino y de algún modo, no puede salir de él para estar junto a ti. Pero un día de verano, que se supone que es una estación en la que la gente está alegre y animada, en la que las minucias negativas que te van pasando se convierten en cosas del pasado de las que ya no se hablará más; ocurre. La separación se cruza como una muralla entre las dos personas por motivos completamente diferentes unos de otros y que si se precisan no tienen la menor importancia; no se volverán a ver hasta el día fechado, hasta hoy.

Iba pensando en todas las historias pertenecientes al pasado mientras caminaba en dirección a la casa de su amada. Quedaban dos manzanas, una. Al fondo de esta calle se alzaba la imponente casa, la casa que no se había atrevido a pisar en décadas; una casa que le inspiraba miedo, emoción, alegría. Se detiene en la verja, no sabe qué hacer, su cuerpo se paraliza, queda inerte por un momento, cree que el corazón se le ha parado; pero no. Su estirado dedo índice va a pulsar el botón, tenía miedo de pensar que aparecería un hombre de la mano de su amada, unos niños correteando, pero no aparecen. Nadie le abre la puerta, la verja está abierta; cruza el jardín fantasmagórico,
rebosaba de césped. La casa al entrar no era tan majestuosa como se la divisaba; estaba azotada por el tiempo, descuidada, cochambrosa; los muebles estaban destrozados. Entró en la biblioteca, quedaban algunos ejemplares apilados en cajas. Nadie vivía ahí ahora. Examinó uno de los libros, era el libro que le regaló por su cumpleaños, lo abrió al azar y encontró una carta que decía:

“Para Patrick Marshall, siempre he estado a tu lado, siento que no me hayas visto ni oído en tanto tiempo: te fuiste de mi lado, no volviste. No logré vivir si no estabas a mi lado y entonces mi corazón se tornó hielo y padeció llevándose todos sus recuerdos.”

Un mundo de reproches y tristezas le vino a la mente; le gustaría que ella estuviese allí para explicárselo todo, pero no estaba. Entonces avanzó por el pasillo hasta una mesa ennegrecida que había pertenecido a multitud de generaciones, él sabía lo que había en el segundo cajón de la izquierda, se lo acercó y todo acabó. Por fin podría reunirse con ella y salir de aquella agonía para estar juntos, para que la paloma blanca vuelva a calentar su frío corazón.

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