Mitos clásicos (IX): Teseo y el Minotauro

“Grecia necesitaba muchos héroes que la liberaran de monstruos salvajes. Después de Hércules, nadie fue tan valiente como el joven príncipe Teseo. Sin embargo, durante su infancia, sólo conoció los cuidados de su madre, porque su padre, el rey Egeo de Atenas, creyó más seguro mantener a su esposa y a su pequeño hijo lejos de su peligroso reino. Pero cuando el niño cumplió los dieciséis años, pudo hacer rodar una gran roca cubierta de musgo, que ocultaba la espada y las sandalias que su padre deseaba que usara su hijo, si el niño se convertía algún día en un hombre lo bastante vigoroso y consiguiera mover la roca.
Teseo partió inmediatamente para la corte del rey Egeo, y su padre le dio la bienvenida con lágrimas de felicidad, ya que necesitaba de alguien joven y fuerte para sobrellevar el peso del poder. Atenas vivía agobiada por un tributo impuesto por los cretenses. El rey tenía que pagarlo cada año, y consistía en siete valientes jóvenes y siete hermosas doncellas. Unos y otras eran condenados a una horrible muerte por el rey Minos de Creta. Ese rey era dueño de un monstruo llamado Minotauro –mitad hombre, mitad toro- de apetito insaciable, y se veía obligado a proporcionarle abundante carne fresca.
El Minotauro vivía en un laberinto del que era dificilísimo salir con tan solo dar tres pasos desde la entrada. Ese laberinto-palacio había sido edificado por el hábil Dédalo, con la sola ayuda de su pequeño hijo Ícaro. Tan sólo ellos pudieron salir vivos de allí, volando con unas alas que Dédalo hizo para sí mismo y para su hijo. Pero Ícaro, desoyendo los consejos paternos, voló tan cerca del Sol al huir de Creta, que la cera con que estaban sujetas sus alas se derritió con el calor y, al perder aquéllas, cayó al mar y murió.
Cuando Teseo oyó hablar del Minotauro y de su espantoso laberinto, decidió valerosamente unirse a los jóvenes y a las doncellas atenienses que partían para Creta. El fúnebre barco zarpó del puerto con velas negras, en señal de duelo. Pero Teseo prometió a su padre que si mataba al monstruo, volvería con velas blancas y banderas desplegadas.
Cuando llegaron a Creta, los jóvenes fueron encadenados. Pero Teseo solicitó ser arrojado directamente al laberinto. Tuvo la suerte de que la hija del rey Minos, Ariadna, lo viese y se enamorara de él, porque le entregó, en secreto, una espada y un ovillo de hijo. Le encargó que fuera soltando hilo mientras avanzaba por los pasadizos del laberinto. Ella permanecería en la entrada, sujetando un extremo y así saldría sin dificultad.
Teseo siguió el consejo de la doncella y tras un sangriento combate mató al monstruo. Ariadna huyó a bordo del barco, con su amado y los amigos del héroe.
En el viaje de regreso hicieron escala en la isla de Naxos, y allí se quedó Ariadna, ya que Teseo era muy olvidadizo y se olvidó de ella.
Mientras tanto, el viejo rey Egeo había estado esperando con profunda inquietud el regreso del barco. Cuando la nave apareció en el horizonte, el rey vio que las velas eran negras aún... porque Teseo olvidó cambiarlas. El pobre padre creyó que su único hijo había muerto y, lleno de dolor, se arrojó al mar, que se llamó Egeo en su memoria.”

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