El presente


Ser relojero debe ser una profesión bonita y quizá, en el fondo, ansiada por todos: representa delicadeza, precisión, control para medir el tiempo. El tiempo, así medido, resulta fácil de dominar. Todo lo que se cuantifica se convierte en algo accesible para nuestra mente, porque lo comprende y lo controla a la perfección.

Sin embargo, el tiempo que hace asomar a las cosas y que las transforma y que las oculta, ese tiempo que todo lo maneja y con quien toda cosa vive, constituye un reto a nuestra comprensión, es un dios dominador y omnipresente.

El tiempo de mi pasado, el tiempo de mi presente, el tiempo de mi futuro. Sólo me preocupa qué va a ser de mí, de mi vida biológica, de mi vida laboral, de mi vida familiar, lo que será de todo y lo que será de mí. Tenemos un afán desmedido, un afán obsesivo, un afán inconsciente, un afán permanente en llegar al fin de las cosas, sin percatarnos de que ese fin es su final, posiblemente su acabamiento, su muerte. En este sentido, resulta trágico y, en cierta medida ridículo, las ganas que tenemos de morir.

Los momentos vividos son los verdaderamente importantes, porque ellos son los que nos dan la vida. Son momentos de intensidad y de complacencia, son momentos que estamos aguardando sin que los podamos conseguir y que nos llegan fortuitamente, momentos que percibimos si nos hemos preparado a su presencia, presencia a la que estábamos abocados, presencia a la que sentimos querer, presencia que proporciona ese sentido que llamamos vivir.

Buscar esos momentos, quedárselos; los momentos amados, los momentos de felicidad, de entera complacencia; aprovecharlos, vivirlos, intensificarlos, tratar de agrandarlos, jugar con ellos para que nos envuelvan, procurar atraerlos, buscarlos, provocarlos, ¿será eso oficio de poetas?, ¿será eso que llaman los maestros “educar la sensibilidad”?

Poder volvernos a lo querido, poder volver a lo que fue, a eso que fue antes y que nos estuvo dando la vida, acercarnos a donde fuimos lo que ahora somos y adonde realmente queremos llegar, estar, querer, tocar, tener, cuidar. Volver y ser. Apacentar. Divinizar el ser con sólo a él besar.

Existen personas especiales, personas a las que un dios hizo que cumplieran su naturaleza, su sueño, su anhelo, su proyecto vital, los verdaderos hacedores, los que tocan con sus manos, los que consiguen recuperar, revivir el paraíso que ya habían vivido. Y, a veces, con un aliento amoroso, nos señalan que el presente sigue estando ahí, a nuestro alcance, que el futuro no existe, que el tiempo se enlaza, aunque cambia, que sólo existe el presente, el presente alegre, el presente feliz, el presente de amor, del amor que uno siente, del amor a todo, el amor de todo lo que ama.
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