España reality


Confieso de entrada que me encantan los realities. Soy un consumidor de ellos desde hace mucho tiempo, prácticamente desde que salieron. Sé que no queda bien decirlo pero la cosa es así. Un reality está hecho para enganchar y en mi caso, lo consigue. Puede que sea porque soy muy observador con lo que me rodea. No sé bien.

La magia del reality está en presentar bajezas humanas de forma entretenida, divertida y hasta ejemplarizante en algún caso. Se escoge un hecho delicado en personajes conocidos, se les exprime, se les enfrenta a sus propias contradicciones y de ahí se estira el chicle hasta que sale otra cosa que pueda interesar más.

Que en lugar de tener programas más educativos, donde se enseñe a la gente a esforzarse y salir de la zona de confort, tengamos a decenas de Jorge Javier Vázquez, ¿qué le vamos a hacer? En España nos gusta eso. Será por el sentido histriónico y teatral o teatrero de un país mediterráneo como éste, puede ser. Tampoco lo sé bien pero me lo imagino.

Ahora que está en pleno de desarrollo el reality de Supervivientes (que me encanta también), donde personajes conocidos se pelean casi a muerte por ganar unas gominolas o una tacita de arroz, me entra la certeza de que con todo lo que nos rodea, nosotros desde nuestras casas, somos otros supervivientes.

Tenemos que sobrevivir a la llamada clase política de eterno marujeo, con una derecha pepera cobarde y acomplejada que también se mata por unas gominolas con tal de seguir en el banco azul del Congreso o con una izquierda cada vez más extrema y pronacionalista o proseparatista salida del régimen zapateril del 11M o con el separatismo catalufo y vasco desatado diariamente que muestra su racismo más descarnado contra los españoles a los que trata poco más o menos de subhumanos.

Tenemos que sobrevivir a episodios bochornosos que torpedean casi también a diario el orgullo nacional español como las bofetadas de jueces alemanes, belgas o ingleses que ningunean el hecho de que unos tíos se hayan saltado toda legalidad, hayan proclamado países independientes que solo existen en sus cabezas supremacistas y que en sus propios países estos mismos personajillos estarían fuera de la ley.

Tenemos que sobrevivir al cuatrerismo del Estado que te cobra ridículos impuestos como Sucesiones o creación de empresas o simplemente por vender una propiedad tuya para que ese estado pueda seguir despilfarrando ese dinero que nos roba en subvenciones a amiguetes o en chiringuitos endogámicos que no sirven para nada o en abultadas dietas de viajes o coches oficiales.

Tenemos que sobrevivir a seguir sufragando con ese dinero que nos roban televisiones nacionales, autonómicas y locales que lejos de hacer eso tan santificado de “servicio público”, o sea neutral y para todos, se dedican a poner a parir al oponente político que no está en el poder o que paguen a auténticos niñatos independentistas tipo Alfred para que hagan el ridículo en Eurovisión, digan que “es una mierda el resultado pero que no pasa nada” y que a los periodistas les de mucha risa cuando la niñata recuerde el regalo del novio catalufo, el libro “España de mierda”.

Así puedo seguir con el “tenemos”, que podría llenar 234 folios.

Lo de España del siglo XXI es cada vez más un reality pero que no tiene ni gracia, ni entretiene ni nada de nada. Ninguna gracia, realmente, porque el futuro con estos mimbres es cada vez más aterrador o como me dijo un compañero de trabajo catalán (gran tipo, por cierto) criado en Andorra, cuando le comenté que envidiaba su condición de andorrano por la tranquilidad que da eso, me contestó que “lo de España es agotador”.

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