Contra Israel, siempre lo mismo


Ha vuelto a saltar a la actualidad el tema de Israel. Los que estamos pendientes del asunto, sabemos que siempre está latente, que es algo que nunca descansa y nunca descansará.

Lo de Trump declarando algo tan obvio como que Jerusalén es la capital de Israel, ha sacado lo de siempre: disturbios en la zona, la conjura del medievalismo musulmán y el escándalo en la prensa más progre y arrastrada a la llamada “causa palestina”.

A los que sentimos a Israel como lugar especial, como milagro entre las zarzas y hogueras que lo rodean, como vergel en el desierto, nos molesta mucho la desinformación que rodea cualquier cosa relacionada. Estamos cansados de ver tergiversaciones, exageraciones, de eso de que “Israel ocupa”, “Israel ataca”…

La historia de Israel es un ejemplo de superación y de resistencia culminadas con éxito. Después de dos destrucciones del Templo, de pogroms, de persecuciones y de holocaustos, ahí siguen estando.

Cuando el movimiento sionista de finales del siglo XIX echó andar, la llamada Palestina actual era un territorio bastante deshabitado. No había poblaciones de importancia a excepción de Jerusalén, solo grupo nómadas de pastores de religión musulmana. A partir de la llegada progresiva de los judíos de la Diáspora, se produjo un efecto llamada de los musulmanes de la región, mayoritariamente sirios y jordanos.

Llegó la Declaración de Balfour del gobierno británico en 1917, primera en reconocer que iba siendo hora de crear un Estado judío, un hogar hebreo que sirviera de refugio espiritual y físico para salvaguardar la integridad de todo el que se sintiera judío.

Llegó el mandato británico de la zona, después del colapso del Imperio Otomano tras la Gran Guerra. Llegaron también choques, conflictos y matanzas en ambos lados, de judíos recién llegados y musulmanes que no aceptaban de ninguna manera la llegada de esa marea hebrea y esperanzada.

Llegó la II Guerra Mundial, llegó el nazismo y el Holocausto, mientras el gran muftí de Jerusalén, Amin al-Husseini, se reunía con Hitler para ver cómo podían colaborar en matar a más judíos. Llegó la derrota nazi y la resolución 181 de la ONU en 1947 sobre “la partición de Palestina” y la creación del Estado de Israel al año siguiente. Llegaron luego las varias guerras de exterminio iniciadas e inspiradas todas por la Liga Árabe contra el incipiente Estado judío: la del 48, la del 56, la del 67 y la del 73. Todas ganadas por Israel porque de lo contrario, haría tiempo que Israel ya no existiría.

Más recientemente tenemos a dos actores en contra de Israel y financiados por Irán. El grupo terrorista Hamás, ése que se fundó en 1987 con el fin principal de “borrar a Israel del mapa” y ocupar el territorio desde el río Jordán hasta el Mediterráneo. Y el grupo integrista chií Hisbolá, terroristas del Líbano fuertemente entrenados y armados con miles de misiles apuntando al Israel. Unos, Hamás lanzando cohetes cada mes contra Israel y los otros, Hisbolá, esperando una nueva oportunidad de emplear ese arsenal que le envían los ayatolás.

Lo último, hace unos días, es lo de Trump, que abrió otra caja de Pandora: reconocer a Jerusalén como capital de Israel, cumpliendo una resolución del Congreso de EEUU en 1995.

El Estado judío considera a la ciudad como su capital histórica es indivisible, algo que choca con la pretensión palestina de que también sea su capital la parte este de Jerusalén, donde se encuentra la Mezquita de Al-Aqsa y el mismo muro de las Lamentaciones.

Si lo primero es incuestionable simplemente por razones históricas de hace 3.000 años, lo segundo es muy cuestionable. Jerusalén nunca tuvo la importancia histórica que se pretende dar en el mundo musulmán. Ni se menciona en el Corán, ni Mahoma lo visitó (aunque sí en sueños), ni fue capital de ningún califato por ej. La reclamación de Jerusalén como capital palestina es muy reciente, de este siglo.

Todo forma parte de encontrar armas contra la existencia de Israel mismo, algo que no reconoce ningún líder palestino digamos moderado y menos aún, los yihadistas de Hamás. Como arma fue la invención de la “identidad palestina” en los años 40 para oponerse la creación del Estado judío. Líderes sirios y jordanos han venido afirmando desde entonces que los llamados palestinos son jordanos o sirios y que todos forman parte de la “nación musulmana”.

Por otro lado, están los líderes de Occidente cada vez más cómplices del concepto cobarde de la Eurabia de la escritora egipcia Bat Ye'or, por el cual debemos expiar no sabemos muy bien qué culpa a favor de los musulmanes, como si fuéramos responsable de su atraso cultural, político o económico. Todos los gobiernos importantes del mundo se han horrorizado con la decisión de Trump sobre Jerusalén.

Cualquier excusa es buena para el medievalismo musulmán del siglo XXI para intentar destruir a Israel y por ello ya han llamando a otra “intifada” los de siempre, los medievalistas de Hamás y que esperemos quede en nada.

Que en Teherán hayan colocado un reloj cuenta-atrás para marcar el fin de Israel en 2040, debe animar mucho.

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