El uso sectario del lenguaje


Por Pedro Jaén


Según el Génesis, Dios dijo “Hágase la luz”, y luego la luz fue creada. Primero la palabra, y luego la cosa nombrada. Como si de la boca divina la palabra misma fuera creadora. Precioso. Justamente lo contrario de lo que ocurre cuando se inventa algo y hay que “bautizarlo” con algún nombre, normalmente un préstamo del inglés o el apellido del inventor.
Que el lenguaje construye y modifica la realidad no es nada nuevo, y su uso sectario intencionado por parte de políticos populistas y nacionalistas, por desgracia tampoco.

Sin embargo, a pesar de ser algo tan antiguo como el Primer Libro de Moisés, no deja de sorprenderme. La facilidad con que los autoproclamados “antifascistas” llaman “fascistas” a los que defendemos la libertad y la democracia o la rápida colocación en la frente del adversario -convertido en enemigo al que hay que destruir- de la etiqueta de “machista” es apabullante. Los “Hitler” de nuestro tiempo se autoproclaman “antinazis”, de modo que obtienen así licencia para insultar o hacer cualquier tropelía.
El lenguaje es tan poderoso que puede tergiversar la realidad hasta el punto de que una comunidad autónoma en quiebra y varias veces rescatada por España vaya de víctima, y España de “Estado opresor”. Eso, por poner otro ejemplo.
Pero si poderoso es el lenguaje, más debe serlo, precisamente, la formación en valores que es la que filtra lo objetivo en el sujeto. Donde uno ve un crimen o un delito, otro puede ver una necesidad legítima de defensa. Donde unos vemos una Constitución que defiende nuestra libertad, otros ven un obstáculo. Pobrecitos, cuando en realidad el obstáculo lo tienen en la cabeza desde chiquititos, inmersos en un lenguaje de ficción constante.

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