Opinión, minorías e imposición


Hay varios tipos de buenismo. Uno que me hace "gracia" por ser intrínsecamente estúpido es el buenismo liberal, ese que dice "defenderé con mi vida tu derecho a expresarte aunque tu opinión sea contraria a la mía". Está acabando con nosotros. Es el fenómeno pernicioso que azota inmisericorde nuestra civilización. Por la preeminencia que da al hecho de opinar y elevar estos mismos hecho y derecho (opinar y derecho a opinar) a valor absoluto -tanto como para dar la vida por ellos- este buenismo no puede ser más ridículo y patético. Por varios motivos. Porque con esa "bonhomía" pueden acabar por identificarse opinión y certeza, tal vez opinión e insulto, tal vez opinión y amenaza, tal vez opinión y hecho; y más, porque el derecho a opinar y la opinión misma son presentados con idéntica respetabilidad. Tienes derecho a opinar, sí, pero no tienes el derecho garantizado a que yo respete tu opinión. Faltaría más. ¿En qué mundo cabe que tenga yo que asumir tu agresión verbal? Lo siento por los discípulos de la tolerancia. ¿Alguien puede sinceramente decir que odia una opinión y al tiempo la respeta? Si tú opinas que me quieres muerto, sumiso o callado, ¿tengo que respetar tu opinión? Hay derechos y tolerancias que llevadas al éxtasis son una enfermedad. Una enfermedad autoinmune y contradictoria que por la vía de los hechos destruye los principios. El liberal exaltado no tiene principios. El liberalismo exaltado aniquila los principios que alumbran el nacimiento de la libertad. Y lo hace precisamente en su disposición nihilista a defender no ya el derecho de opinión de los individuos, sino el derecho a que la opinión de colectivos minoritarios y organizados (y aquí sucumbe su individualismo al colectivismo) juegue primero en igualdad con el sentir de la sociedad y después la deje maniatada mediante la manipulación del mensaje y la corrección política. Pues...¿quién quiere ser tachado de opresor de minorías? Pocos, amigos, ¡pocos! Pocos a pesar de que nuestras sociedades son la imagen viva del hecho contrario: las minorías oprimen a las mayorías.

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